sábado, 1 de octubre de 2011

Rania, reina odiada.

Rania amada, reina odiada


Desde que la monarca fue acusada de corrupción, algo ha cambiado en el reino hachemí. La familia real ya no es intocable. Preparada, glamurosa y popular en el extranjero, resulta difícil encontrar a alguien que hable bien de ella en Jordania. La 'primavera árabe' no ha hecho más que empeorar este síndrome de María Antonieta

Rania al Abdulá, nacida Rania al Yassin, encarna todas las contradicciones del país en el que reina. Y alguna más: en el extranjero es altamente popular y se la considera una de las mujeres más influyentes del mundo, mientras en Jordania resulta difícil encontrar a alguien que hable bien de ella. Rania parece haberse convertido en el punto más débil de una monarquía aún prestigiosa. Desde que, en febrero, un grupo de representantes de las tribus jordanas la acusó directamente de corrupción, algo sustancial ha cambiado en el reino hachemí. La familia real ya no es intocable. El tabú se ha roto. Y eso ha ocurrido por Rania.

La reina jordana no es la única afectada por lo que la revista Slate llamó "síndrome de María Antonieta". Como la reina María Antonieta en la Revolución Francesa, las elegantes esposas de los autócratas árabes se han convertido en símbolos del rechazo popular. Asma el Asad, la esposa del presidente sirio, lucía hace solo unos meses modelos en Vogue y afirmaba que Siria era "el país más seguro" de Oriente Próximo. Ahora está en paradero desconocido. Jadiya el Gamal, esposa del hijo y presunto sucesor de Hosni Mubarak, clienta de los modistas y cirujanos plásticos más caros, es hoy la esposa de un recluso. Leila Trabelsi, la codiciosa esposa del ex presidente tunecino Ben Ali, vive refugiada en Arabia Saudí.

Rania es un caso especial, porque el régimen jordano dispone de mayor flexibilidad que el resto de autocracias y hasta ahora no se ha visto engullido por la ola revolucionaria. Ella, además, se esfuerza por mejorar las condiciones de vida de mujeres y niños y puede acreditar éxitos en ese sentido. En último extremo, sin embargo, su situación no difiere de la de otras reinas árabes del lujo y del papel cuché: es percibida como una mujer rebosante en privilegios y ajena a la realidad de sus súbditos. Además, es palestina en un país con un problema palestino. E interviene en las decisiones políticas, en un país conservador y de tradiciones machistas.

Jordania es un país pequeño, del tamaño de Castilla-La Mancha, y muy complejo. Su población, de 6,5 millones de personas, está dividida en dos: los transjordanos, gente procedente de las tribus nativas de la ribera oriental del Jordán, que constituye la base histórica de la monarquía, y los palestinos, desplazados desde la ribera occidental del río a raíz de las guerras ocasionadas por la creación de Israel y el rechazo árabe a la misma. La migración palestina tuvo un momento muy traumático en el llamado septiembre negro de 1970, cuando el rey Hussein se enfrentó a las milicias palestinas de la OLP y las expulsó del país, pero en general Jordania ha sido mucho más acogedora con los refugiados que los demás países de la región.

La división, en cualquier caso, permanece. Rige un pacto tácito según el cual los transjordanos gozan de un práctico monopolio sobre las administraciones públicas y el Ejército y se benefician del grueso de las subvenciones estatales, mientras los palestinos, a quienes se atribuye con cierta razón un notable dinamismo empresarial, dominan el sector privado.

Rania es de origen palestino, aunque nació en Kuwait el 31 de agosto de 1970. Sus padres, de la familia Al Yassin, dejaron la aldea de Tulkarm, al norte de la actual Cisjordania ocupada por Israel, y emigraron a Kuwait, donde hicieron fortuna. Rania estudió Ciencias Empresariales en la Universidad Americana de El Cairo y luego se reunió de nuevo con su familia en Ammán, la capital jordana, en la que sus padres se habían establecido tras la invasión de Kuwait por Irak en 1990. Trabajó para el Citibank y luego para Apple. Abdalá, hijo mayor del rey Hussein, la conoció en 1992 a través de una de sus hermanas.

Abdalá era un alto oficial del Ejército y no contaba en absoluto con convertirse en rey; el príncipe heredero era Hassan, hermano de Hussein, y Abdalá, educado en Inglaterra y Estados Unidos, se había trazado un plan de vida más o menos confortable: generalato, paracaidismo, coches deportivos y grandes fiestas, según cuenta él mismo en su autobiografía La última gran oportunidad.

Por eso no suscitó grandes problemas el que se casara con una mujer de origen palestino.

La situación empezó a cambiar a finales de 1998, cuando se hizo obvio que el rey Hussein estaba muriendo de cáncer. Ammán hervía de rumores sobre las malas relaciones entre la reina Noor, cuarta esposa de Hussein y muy popular en el reino, y la esposa de Hassan, príncipe heredero. Noor presionaba a Hussein para que cambiara los planes sucesorios y dejara el trono a Hamzá, el hijo primogénito de la pareja. Hussein, sin consultarlo con nadie, adoptó una solución intermedia. En enero de 1999, el rey, a punto de morir, convocó a Abdalá y le anunció su inmediato nombramiento como príncipe heredero, en perjuicio de Hassan. También le sugirió que en cuanto ocupara el trono nombrara como heredero a Hamzá, el candidato de Noor.

Hussein falleció el 7 de febrero de 1999. Abdalá se convirtió en rey, Rania adoptó el título de princesa real, Noor mantuvo el título de reina y Hamzá asumió la función de príncipe heredero. Ese equilibrio buscado por Hussein se rompió en semanas. El 21 de marzo, el rey Abdalá nombró reina a su esposa, Rania. La viuda Noor se marchó a Estados Unidos al día siguiente. "Desde entonces, mi relación con Noor ha sido fría", reconoce Abdalá en su autobiografía. Años más tarde, Hamzá perdió la posición de heredero en beneficio de Hussein, hijo de Abdalá y Rania.

La población transjordana, en general conservadora y religiosa, empezó a desconfiar de su reina. No les gustaba que vistiera ropas occidentales de lujo, no les gustaba que imperara en las revistas de moda, no les gustaba que fuera por el mundo con la cabeza descubierta y exhibiendo personalidad. Y aún les gustaban menos los rumores sobre su protagonismo político en palacio. A su activismo en materias como la educación, la protección de la infancia, los derechos de la mujer y el diálogo interreligioso, mediante fundaciones propias o en coordinación con organismos internacionales como la ONU y la Unicef, sumaba un indisimulado poder institucional: participaba en reuniones políticas junto a su esposo y no callaba sus opiniones.

Estamos hablando de la primera década del siglo XXI, cuando se cocía de forma subterránea la brutal sacudida hoy en curso bajo la denominación de primavera árabe. Estamos hablando de la década marcada por los atentados del 11 de septiembre de 2001 y la guerra contra el terror lanzada por Estados Unidos, unos años en los que las autocracias árabes acentuaron la represión y en los que se produjo una explosión demográfica.

En 2010, la reina Rania celebró con gran pompa sus 40 años. Desplazó a 600 invitados al hermosísimo desierto de Wadi Rum (escenario de la película Lawrence de Arabia), iluminó los farallones con un gigantesco cartel eléctrico con la cifra "40" y ofreció alimentos y bebidas con gran esplendidez. Rápidamente surgieron comparaciones populares con los fastos de Persépolis, que simbolizaron el derroche del sha de Persia (hoy Irán) y fueron el preludio de su caída.

Poco después se produjo la gigantesca filtración de comunicaciones diplomáticas de Wikileaks. Los jordanos, tanto transjordanos como palestinos, comprobaron que el protagonismo político de Rania era tan notable como se rumoreaba. En los cables de la Embajada de Estados Unidos se reflejaban tanto las opiniones de Rania (muy activa en las advertencias a Washington sobre la amenaza del régimen iraní sobre la región) como el malestar que las mismas generaban en las tribus transjordanas, base de la monarquía. Hubo algo que tocó el nervio más sensible de la sociedad jordana: el tesón con que Rania impulsó los cambios legislativos a favor de la mujer, entre ellos el de que las mujeres pudieran transmitir la ciudadanía a sus hijos. Eso fue interpretado por los transjordanos como una vía para la nacionalización masiva de palestinos, con la consiguiente victoria demográfica de los inmigrantes del otro lado del río. La gran filtración de Wikileaks se desarrolló en diciembre. En ese mismo mes, en una localidad tunecina llamada Sidi Bouzid, un joven vendedor de frutas, Mohamed Bouazizi, se inmoló en público, harto de la pobreza y del maltrato policial. Fue el principio de la primavera árabe.

Los regímenes corruptos de Túnez y Egipto cayeron en poco tiempo. Estalló la guerra en Libia. Las protestas en Siria suscitaron una represión más y más sangrienta. Abdalá de Jordania, un monarca absoluto de instintos moderados, tomó precauciones y aprobó una serie de medidas económicas (aumento de los salarios públicos, subvenciones a ciertos productos) para evitar que el creciente descontento en su país, reflejado en manifestaciones poco numerosas pero frecuentes, desembocara en una crisis. Paralelamente, impulsó una reforma constitucional que Martin Beck, representante en Ammán de la fundación alemana Konrad Adenauer, dedicada a promover internacionalmente los valores democráticos y la justicia social, califica de "tímida e insuficiente, pero en la dirección correcta".

La crítica lanzada por 36 representantes tribales cisjordanos el 11 de febrero, justo el día en que dimitió el presidente egipcio Hosni Mubarak, cayó como un mazazo. "Antes que la estabilidad y la comida, el pueblo jordano busca libertad, dignidad, democracia, justicia, igualdad, derechos humanos y el fin de la corrupción", decía la declaración tribal.

La redacción evitaba cuidadosamente cualquier crítica directa al rey, pero se cebaba con la reina, con referencias a su fiesta en el desierto de Wadi Rum ("rechazamos esos cumpleaños escandalosos que se celebran a expensas de los pobres y del tesoro nacional") y a varios artículos recientes de la agencia France Presse en los que se hablaba de supuestas actividades de Rania a favor del enriquecimiento de su familia. Los representantes tribales consideraban que Rania había influido para que los Al Yassin se hicieran con grandes terrenos de pastoreo que, según la tradición, debían ser devueltos a las tribus tras su utilización por el Estado. En la declaración se la llegaba a comparar con Leila y Suzanne, las "presidentas cleptómanas" de Túnez y Egipto.

El entorno de la monarquía, movilizado por el rey, se desató contra la delegada de France Presse, Randa Habib, y denunció que sus artículos se basaban en "chismorreos y afirmaciones sin base". Pero no hubo represalias contra los firmantes de la declaración tribal. Y, discretamente, el asunto de los polémicos terrenos, en el distrito de Balca, fue asignado a los tribunales. "En lo sustancial, la denuncia era cierta", afirma el periodista Hani Hazaimeh, redactor y comentarista del diario en inglés Jordan Times.

"Jordania está cambiando y se está haciendo más transparente, en parte por las reformas políticas, modestas pero válidas, y sobre todo por la revolución en las comunicaciones", indica Hazaimeh. El periodista señala que la prensa tradicional ejerce su función con mayor libertad, aunque son las redes sociales las protagonistas del cambio: "En Jordania, Internet llega al 47% de la población, y ese es el mayor índice de penetración de Oriente Próximo; hay más de un teléfono móvil por persona, Facebook es popularísimo y existen más de 200 blogs que abordan sin tabúes los asuntos políticos y el mal endémico de la corrupción, uno de los que más preocupan a los jordanos", explica Hazaimeh.

Los Hermanos Musulmanes, la gran organización islamista de Oriente Próximo, son legales en Jordania, pero no muy influyentes: se calcula que representan a un máximo del 20% de la población y a un mínimo del 5%. La eficacia de los servicios secretos, la legitimidad del rey (descendiente de Mahoma como miembro de la dinastía hachemí), la benevolencia del régimen y el carácter en general apacible de los jordanos hacen que el país sea más estable que la mayoría de los países de la región; por otra parte, la explosión demográfica (casi el 70% de la población es menor de 30 años, lo que supone que Jordania es aún más joven que Egipto o Libia) y la falta de empleo amenazan esa estabilidad.

Los transjordanos, que representan algo menos de la mitad de la población debido al crecimiento de los palestinos, se sienten especialmente afectados por la corrupción, ya que viven en gran parte del presupuesto público y consideran que los negocios turbios merman la riqueza nacional. Los palestinos, dominantes en el sector privado, también se quejan de la corrupción porque daña a las empresas. "Este país no tiene ni agua ni petróleo, vive de las ayudas exteriores, en especial de Arabia Saudí, y solo puede prosperar si utiliza a fondo el alto nivel educativo de su gente y su espíritu emprendedor", comenta un abogado palestino, especializado en auditorías, que finalmente prefiere que no se haga público su nombre "por no correr riesgos".

El rey sigue siendo intocable, pero su régimen está bajo cuestión. Y las denuncias se centran en la reina. "Rania no es popular, nunca lo ha sido, y ahora se la utiliza para criticar al rey a través de ella", indica el analista alemán Martin Beck. La posición de Rania es cada vez más delicada.

Ambiciones políticas
Las filtraciones de los papeles del Departamento de Estado a cargo de Wikileaks confirmaron la dimensión política de la reina. Rania no se presentó ante una delegación del Congreso de EE UU que visitó Jordania en mayo de 2009 como una mera comparsa del rey Abdalá II. Según relató Stephen Beecroft, el que fuera embajador en el reino hachemí hasta este año, la reina "declaró su convicción de que la popularidad del presidente Obama ha contribuido a acallar las críticas iraníes a EE UU en los últimos meses". Un año antes, otro cable atribuía a Rania opiniones sobre la amenaza iraní ante otros diplomáticos estadounidenses. "El rey constató que el colapso del proceso de paz podría reforzar la influencia de Irán. La reina añadió que en última instancia lo único que podrá vencer la influencia iraní serán alternativas políticamente moderadas y económicamente fuertes en la región", exponía el entonces embajador David Hale. "Ambos hablaron de sus esfuerzos para construir un futuro económico sólido para los jóvenes de Jordania". Una sintonía política que refuta los extendidos rumores sobre los problemas en el matrimonio de los monarcas.


"Un peligro para la nación"
Buena parte de la tradicional población transjordana nunca ha aprobado el gusto de su reina por marcas de lujo populares en Occidente como Givenchy, Marc Jacobs o Gucci. Tampoco que se exhiba globalmente con la cabeza descubierta. Según reza el comunicado enviado al rey por una treintena de figuras destacadas de las poderosas tribus jordanas, la reina "está construyendo centros de poder para su interés que van contra lo que los jordanos y los hachemís han acordado en el Gobierno. Es un peligro para la nación, la estructura del Estado, la estructura política y la institución del trono".


Rania y Noor, reinas mediáticas
Cuando el rey Abdalá nombró reina a su esposa, Rania, la viuda Noor se marchó a Estados Unidos al día siguiente. "Desde entonces, mi relación con Noor ha sido fría", reconoce el monarca en su autobiografía. En la actualidad, la reina viuda Noor reside entre Jordania, Washington y Londres, donde sigue prestando apoyo a organizaciones internacionales. Pese a la gran popularidad de ambas, algo resulta evidente en la realeza jordana: las reinas pasan, los reyes permanecen; las reinas son funcionales, los reyes una institución.


Rania y el rey 'trekkie'
Rania es una reina creada para las revistas del corazón, primordialmente para ¡Hola! Una vez que Carolina se hiciera demasiado mayor para las portadas y que Obregón abandonara sus posados mallorquines, y antes que Letizia le copiara el acondicionador, Rania surgió como esa mujer de portada capaz de llevar algún que otro modelazo de alta costura. Su look es el que suponemos lleva la clienta árabe de la londinense Sloane Avenue cuando regresa a su emirato y se desprende de burkas. Lo verdaderamente interesante de Rania sigue siendo Abdalá II, que es un monarca absoluto de tacto moderado al frente de esa nave Enterprise llamada Jordania, sostenida por Arabia Saudí. Lo de la Enterprise viene perfecto para explicar la calidad de trekkie empedernido de Abdalá. Tan aficionado es a la saga de Star Trek que ha invertido, junto a unos grupos árabes y norteamericanos, 1.500 millones de dólares para construir un parque temático trekkie en el golfo de Aqaba que tendrá, entre otras cosas, "un paseo a bordo de la mítica nave de la serie, con recreación total del espacio exterior".

El rey consiguió el verdadero sueño de su vida al participar en una de las películas Star Trek de los noventa (en la imagen). No tiene frase alguna, pero sus ojos delatan el infinito subidón de estar dentro del filme, quizá a cambio de una generosa contribución a su presupuesto. Es como si formara parte del product placement de la película, que se llevaba mucho en los noventa, donde importantes marcas colocaban más o menos discretamente sus productos dentro de la escenografía. Uno de los aciertos de la saga galáctica es representar a los extraterrestres como seres humanos. Incluso se ha creado una Federación de Planetas Unidos, cuya capital política es París. Recordemos que la Academia de la Flota Interestelar está en California, un eje en el que se maneja la propia Rania, de París a Los Ángeles. Lógicamente, con la construcción del parque temático, de nombre Astrarium del Mar Rojo, Abdalá desea erigir una nueva Petra a la medida de sus aspiraciones, al tiempo que reconoce que ve a Jordania como una Enterprise terrestre. Jordania es un país del tamaño de Castilla-La Mancha, así que no es difícil imaginarse a la presidenta Cospedal participando de las celebraciones a todo trapo de Rania y Abdalá cuando, superada la crisis y la primavera árabe, los reyes de Jordania consigan abrir su parque temático. Y en ¡Hola! y Hollywood, felices.

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