Steve Jobs y la manzana del mundo
El pasado miércoles 28 de septiembre falleció, a los 56 años, un hombre cuya imaginación transformó el mundo.
Hay que verlo en esas fotos de los setenta con su cara de friki, el pelo rockero, la barba desprolija, la sonrisa ancha y la meta en el mundo que estaba por venir. Y luego observarlo a comienzos de los ochenta con el Apple II, ya sin barba, pantalón vaquero y camisa de cantante country que cambió de ramo a última hora, aunque con el mismo mensaje: el futuro está aquí, y yo soy el mañana. Después, a finales de los ochenta, apareció con aquel mítico monitor Macintosh que de tan pequeño te arrancaba los ojos y de tan preciso te solucionaba la vida, ya sin barbas, bigotes ni trajes de nerd, sentado al lado de un Bill Gates que lo miraba como diciendo: “El creativo serás tú, pero el que hará más dinero seré yo”. Pero hasta en la última foto Steve Jobs tuvo siempre la misma mirada, fija en un punto más allá de los espectadores y del mundo, y la misma sonrisa del que sabe que el genio está con él, que llegó hace rato para acompañarlo y que no lo abandonará hasta el último aliento.
Nacido el 24 de febrero de 1955 en San Francisco, California, Steven Paul Jobs fue hijo de una extraña pareja formada por Joanne Carole Schieble y el joven de origen sirio Abdulfattah Jandali, dos estudiantes que no pudieron hacerse cargo de su aventura y que lo dieron en adopción a Paul y Clara Jobs, un matrimonio de clase media bastante convencional. En 1961 su padre adoptivo, que era maquinista en la compañía estatal de ferrocarriles, se trasladó a Mountain View, al sur de Palo Alto, la región que años más tarde se transformaría en lo que hoy se conoce como Silicon Valley, el corazón de la informática mundial.
En ese terreno fértil para las ideas locas Steve se topó por primera vez, a los 12 años de edad, con una computadora, en una de las charlas que daban los ingenieros de Hewlett-Packard (HP) en el bizarro club donde mostraban a los curiosos sus nuevos inventos. Dice la leyenda que ese día Steve supo a qué se iba a dedicar. Lo que tal vez no supo es hasta dónde iba a llevarlo su pasión por las nuevas máquinas que, en parte gracias a él, estaban a punto de cambiar el mundo.
LOS HIPPIES DEL GARAJE
Como les sucede a todos los que alguna vez llegan a ser magos, primero tienen que ser aprendices de hechicería. Y eso fue lo que hicieron Jobs y su amigo Steve Wozniak, quienes se conocieron durante los veranos cuando ambos trabajaban como aprendices para HP: juntos, en el taller de la familia Jobs, instalaron una especie de laboratorio clandestino para jugar a ser inventores. Fue hasta 1972 que les llegó la hora de ir a la universidad, y Jobs se inscribió en el Reed College de Portland, que pronto abandonó: los costos eran demasiado altos para los bolsillos de su familia, y tras apenas seis meses debió dejar las aulas. Asistió como oyente a las clases, pero sólo durante un año y medio más.
La experiencia lo dejó con una sensación de fracaso, y en 1974 decidió hacer un viaje de retiro espiritual a la India, de donde regresó con la cabeza rapada y vestido como un marajá, para espanto de su familia. Tenía apenas 21 años, pero con los conocimientos suficientes del oficio, así que consiguió trabajo como técnico en la fábrica de videojuegos Atari, y se reencontró con su amigo Wozniak —quien, dicho sea de paso, también había dejado los estudios—, con quien comenzó a asistir al Homebrew Computer Club (Club de Computadoras Caseras).
Wozniak le contó allí que estaban intentando construir una computadora casera, empresa que a Steve le fascinó desde el primer momento. Y es así como luego de poco tiempo ambos crearon, en 1976, la Apple Computer Company, con sede en el mítico garaje familiar de los Jobs. Pero Wozniak tenía exigencias de contrato con HP, empresa para la cual trabajaba, así que una vez que obtuvieron el primer prototipo se vieron obligados a presentarle la idea a HP. Para fortuna de los amigos, la empresa la rechazó por ridícula. Con las manos libres para darle impulso a su creación, los socios sacaron al mercado el Apple I, que comenzaron a promocionar en ferias y tiendas de informática, llegando a vender a lo más unos 200 aparatos.
Seis años más tarde, Steve era el hombre joven más rico de Estados Unidos, su compañía contaba con más de cuatro mil empleados y las computadoras Apple había revolucionado el modo de usar las PC, incorporando elementos que hoy forman parte de la rutina diaria, como el “ratón”, que facilitaba su uso para tareas de diseño, un área en la que Apple iba a transformarse en puntera a nivel mundial.
ÉXITOS Y FRACASOS
Pero no todos fueron éxitos en el largo recorrido del mago. En febrero de 1982 la revista Time le dedicó su portada, donde apareció junto a una PC con una manzana atravesada por un rayo luminoso en la cabeza, bajo el lema “Hacerse rico”, muy en sintonía con el espíritu de la época; en un giro irónico, al año siguiente Apple lanzaría a Lisa, una computadora destinada a gente con poca experiencia y un precio demasiado alto que se transformó en un sonoro fracaso comercial. Mientras, IBM comenzaba a competirles en serio, comiéndose una buena parte del mercado. Fue entonces cuando Steve convenció a John Sculley, hasta entonces director ejecutivo de Pepsi Cola, para que tomara las riendas de la empresa, una decisión de la que se arrepintió en los años siguientes.
En 1984 la empresa lanzó al mercado la Apple Macintosh, la primera computadora comercial con interfaz gráfica de usuario, lo que significó una auténtica revolución para la época. Pero las expectativas comerciales tampoco se cumplieron, y las tensiones entre Sculley y Jobs crecieron hasta volverse insostenibles: luego de una profunda crisis que terminó con el despido de mil 200 empleados y el desplazamiento forzoso de Jobs a un segundo plano, éste abandonó su propia compañía el 13 de septiembre de 1985.
Pero con el dinero obtenido de la venta de sus acciones (sólo se quedó con una, por cábala) compró en 1986 The Graphic Group, una empresa de animación cinematográfica vinculada a Lucasfilm, a la que pronto rebautizó con el nombre de Pixar, y con la que comenzó a realizar trabajos que serían emblemáticos para Walt Disney. Su concepto de la animación computarizada fue tan innovador que en pocos años volvió caducos los antiguos dibujos animados, alcanzando su momento de mayor gloria en 1995 con el estreno de Toy Story, el primer largometraje de la historia del cine hecho por completo en computadora y que llegó a ganar el Oscar. A partir de ahí Pixar dio un salto de gigante, encadenando éxitos uno tras otro: Bichos en 1998, Monsters Inc. en 2001, Buscando a Nemo en 2003, Cars en 2006 y Up en 2009 son apenas algunos de sus títulos. En 2006 Jobs abandonó Pixar luego de que Disney comprara la totalidad de sus acciones por nada menos que siete mil 400 millones de dólares. Jobs se transformó en el principal accionista individual de Disney, llegando a tener siete por ciento de la empresa.
EL RETORNO AL TRONO
En todo este tiempo Jobs no se alejó de sus queridos ordenadores. Junto a la aventura de Pixar creó la empresa Next Computer Inc., con la que siguió fabricando las PC desde 1988, aunque con menor éxito comercial que Apple. Mientras tanto, su vieja empresa de la manzanita estaba en franca decadencia, ya que bajo la fallida batuta de Sculley se había colocado al borde la quiebra: en 1996 la firma californiana anunció la compra de Next por algo más de 400 millones de dólares y, con ella, el anhelado retorno de Jobs al trono.
Con las riendas de Apple otra vez bajo su control, Jobs se dispuso a demostrarle al mundo que en materia de informática todavía no había visto lo mejor. Al tiempo que reforzaba la línea Macintosh, en 2001 dio el batacazo presentando el reproductor de música digital iPod, un instrumento que habría de cambiar los usos y costumbres musicales de toda una generación. En 2003 dio otro golpe al lanzar la tienda de música online iTunes, al tiempo que compatibilizaba Apple con el software de su rival Microsoft, lo que le permitió a la compañía un crecimiento extraordinario, hasta llegar a convertirse en lo que es hoy: la firma tecnológica más valorada del mundo.
En 2007 de nuevo dio otro gran golpe al presentar en sociedad el iPhone, aparato con el que revolucionó el mercado de telefonía móvil marcando una vez más tendencia mundial, y el año pasado se despidió de la magia, antes de pedir su segunda ausencia por motivos médicos, con el iPad, la increíble tableta de pantalla táctil que fue su última criatura.
Su vida privada no llegó a ocupar los titulares de los medios. Casado desde 1991 con Laurene Powell en una ceremonia presidida por un monje budista, tuvo tres hijos: Reed, Erin y Eve. Luego de años de negar su paternidad, también reconoció a Lisa, fruto de su relación en 1978 con la joven Chrisann Brennan. Los que lo conocieron dicen que era un hombre irascible y carismático a la vez, capaz tanto de encantar a la audiencia con sus maneras, como de fastidiar a sus empleados con su autoritarismo y su rechazo brutal a la incompetencia. Pero nada de esto importaba a sus fans, que sin duda lo transformarán en leyenda.
El eterno hombre de negro que nunca abandonaba sus jeans, sus cuellos de tortuga y sus zapatos deportivos se enfrentó al cáncer por primera vez en 2004, una enfermedad a la que no pudo derrotar a pesar de todo su ingenio. El pasado 24 de agosto, al límite de su resistencia física, renunció a Apple. Murió a los 56 años. Algunos ya se animan a bautizarlo como El Leonardo Da Vinci de la era digital, título que, de saberlo, tal vez lo motivaría a soltar ese “Hay una cosa más”, la mítica frase con la que precedía todas sus grandes presentaciones.
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