El triunfo de la nostalgia
Francia conquista Hollywood con un homenaje a sus orígenes
Síntoma de la época o pura casualidad? Lo cierto es que el pasado, el glorioso pasado de los albores del cine, ha sido el incontestable triunfador en la ceremonia de los Oscar de este año. Una película muda, rodada en blanco y negro y que pone en escena el traumático paso al cine sonoro y un homenaje a la arrolladora magia de los orígenes del séptimo arte, a través de la figura de George Méliès, partieron con el mayor número de candidaturas: 10 para The Artist, del francés Michel Hazanavicius, y 11 para La invención de Hugo, de Martin Scorsese, ese director que forma parte ya de los clásicos y que sigue explorando con entusiasmo el futuro de su oficio, esta vez recurriendo a sus posibilidades tridimensionales.
Las dos obtuvieron cinco estatuillas, pero ganó The Artist: mejor película, mejor director y mejor intérprete masculino, además de mejor banda sonora y mejor vestuario. Scorsese tuvo que conformarse con premios más técnicos.
El corolario es rotundo: se impone el pasado. Y, abrumadoramente, el pasado que tiene que ver con los años dorados del cine. Alguna vez, parece decirse, Hollywood fue una verdadera máquina de inventar sueños; alguna vez, y esto va por Méliès, existieron algunos prodigiosos profesionales que convirtieron cualquier pantalla en el lugar donde habita la magia. La nostalgia, cuando funciona, lo empasta con ese seductor reclamo que anuncia que lo que pasó siempre fue mejor y, sobre todo, envileciendo el presente ante el brillo de lo que ya no volverá. Un consuelo, parece que eficaz, para tiempos de crisis.
No ha sido tentación exclusiva de las películas ganadoras el gusto por regodearse en el pasado. Woody Allen, Oscar al mejor guión original, se fue al París de los felices años veinte. Y Meryl Streep ganó el premio a la mejor actriz por hacer de Margaret Thatcher en una película que evita ocuparse de sus políticas ultraliberales que siguen influyendo en el presente. Este, en cualquier caso, ha irrumpido de la mano de Nicolas Sarkozy y de François Hollande, que compiten electoralmente y que, cada cual a su manera —¡todo sea por Francia!—, han compartido el grito de Jean Dujardin al recibir la estatuilla como mejor actor: ¡Formidable! (por supuesto, en francés)
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