lunes, 27 de febrero de 2012

Demografía y estupidez.

Aprender a morir
Demografía y estupidez

Hernán González G.
“Este pobre país, que ovaciona papas y vota por el PRI”, expresó con serena contrariedad Edmundo Vidal con motivo de la enésima visita de Juan Pablo II a México. Hoy, que de nueva cuenta el obispo de Roma en turno anuncia su oportunista desplazamiento a estas tierras en dispendiosas travesías pagadas con nuestros impuestos y sin que ningún partido político diga ni pío, hay que recordar la estrecha relación entre explosión demográfica, ejercicio de la medicina y documento de voluntad anticipada, ya que la Iglesia sigue siendo la principal promotora del precepto bíblico “creced y multiplicaos”, explicable en un momento histórico; suicida en estos tiempos de precolapso.

La inhumana demografía. “El llamado homo sapiens –señala el médico y bioeticista Othón Gayosso– lleva sobre la tierra más de 150 mil años. En los pasados 40 mil llegó al habitante mil millones, pero en los siguientes 100 años duplicó esa cifra; en 1968 éramos 3 mil 500 millones; en 1990, 5 mil 500 millones, y en 2011, 7 mil millones. Es decir, que en poco más de cuatro décadas volvió a duplicarse la población mundial y en una sola década nacieron más de mil millones de seres humanos, lo que indica que cada año se incrementa entre 100 y 150 millones de habitantes, mientras que en ese mismo lapso mueren entre 20 y 30 millones”.
“Por otro lado ni el gobierno federal ni la profesión médica están dispuestos a dejar el ejercicio protagónico, cuando no dogmático, del poder. En este sentido, instituciones en el Distrito Federal como el IMSS o el Issste siguen sin reconocer el documento de voluntad anticipada, lo que aunado a la deficiente capacitación ética y bioética en las escuelas de medicina contribuye a la no aceptación de la muerte natural como proceso de la vida y a una irreflexiva sacralización de ésta” –concluye el doctor Gayosso.

En efecto. Aquí ponemos atención a locutores y a predicadores, no a demógrafos, cuya influencia en funcionarios y políticos es poco menos que nula. Continuamos disfrazando valores y manipulando instintos, mientras radio y televisión se utilizan para adormecer a la población y enriquecer a algunos, no para concientizar a la ciudadanía acerca de los graves problemas que le atañen. La prolongación inútil pero rentable de la existencia desemboca entonces en un envejecimiento de la población en todos sentidos, polarizando más el exiguo equilibrio entre necesidades y recursos.

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