El sueño de Dios
Por Juan José Lara
Mi madre dijo que teníamos que ser buenos porque somos un
sueño de Dios. Por eso cuando todas las noches antes de dormirse ella oraba, yo
imaginaba que lo hacía para soñar bondades. Me acostumbré igualmente a recitar alabanzas
aunque no conciliara aquellos sueños, nada más para recordarla.
Un día encontré en la calle un niño pobre y enfermo de los
que siempre han pululado como hormigas; impresionado corrí hasta mi progenitora,
a preguntarle si él también era un sueño de Dios. Ella después de la turbación
inicial contestó:
- A Dios también a veces se le olvidan los sueños. Sus
palabras estaban galvanizadas con la nobleza de la resignación.
¿Por qué toda esta perorata? Hoy me he encontrado con
Petronio y le pregunté, casi le reclamé, sí recordaba nuestros sueños de
juventud, cuando estábamos ilusionados con la redención de la humanidad. Nos
vimos en el parque de un pueblo del Oriente de Guatemala, en medio de la modorra
del sol de mediodía.
- ¿Recuerdas nuestro último Congreso de Estudiantes? Lo
interrogué desatándome el nudo de la nostalgia atascado en la laringe.
- Ten cuidado porque sino te desconectas de tus sueños
pasados, como Dios cada día perderás adeptos. El recuerdo es una moneda que ha
perdido valor. Contestó.
De pronto reparé que su rostro poseía las huellas de los
trajines del tiempo.
- Si bien no podemos vivir de vivencias pretéritas fundidas
con las rutinas del presente, porque nos puede pasar igual a los ancianos, a
quiénes el orden de los recuerdos les altera la realidad, tenemos que organizar
la memoria histórica. A propósito debes saber que Dios no nos soñó, nosotros lo
soñamos a Él, le dije.
- Lo sé porque “el mercado” ocupa ese lugar, es omnipotente;
tiene sus propias leyes, ministros y sacerdotes; desde su trono glorioso ordena
“laissez faire, et laissez passer, le monde va de luí méme” (dejar hacer, dejad
pasar, el mundo va solo), acotó Pretronio.
- Entonces como es obvio tiene establecido claramente su
propio infierno y paraíso, ¿Dónde colocas a los niños pobres y sus carencias,
los cuáles perturban mi tranquilidad desde que tengo uso de razón?
- También al mercado se le olvidan los sueños, te vende
pastillas para no recordar; solo necesitas creer, siempre ha sido así; tú no
crees en el árbol de navidad pero lo despliegas porque es un acto de fe para
tus niños.
Petronio se despidió tímidamente, sin efusividad,
desbravados sus ímpetus que en el pasado lo llevaron a ser campeón nacional de
oratoria. Me libró de mi distracción un infante con voz desmirriada:
- ¿Le lustro los zapatos señor?
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