La gran disgregación global
La integración económica y la integración política se están separando en Europa, en China y en general en el mundo de la mano de una peligrosa desglobalización que prima las agendas nacionales
En el ámbito de la eurozona ha tenido lugar una considerable estabilización desde la famosa intervención de Mario Draghi, el presidente del Banco Central Europeo, en el verano de 2012. Pero aun cuando la eurozona se va integrando, es probable que en la más amplia Unión Europea la política y la economía vayan a bifurcarse. En la práctica, las medidas en favor de una unión bancaria integrada, de una mayor responsabilidad parlamentaria y de más incentivos para acometer la reforma podrían ir de la mano con una desintegración política y económica de facto de la Unión Europea. En el terreno de la economía, como explica Sebastian Dullien en su artículo “Por qué la crisis del euro amenaza al mercado único europeo”, existe un riesgo considerable de una gradual disgregación del sistema de mercado único de la Unión Europea. Una total ruptura de la eurozona destrozaría al euro, en tanto que un gran salto hacia la unión política podría resultar en una contracción del mercado único, ya que países como el Reino Unido se retirarían del corazón de Europa.
Incluso saliendo del atasco de la crisis parece probable que la profundidad del mercado único disminuirá. En los pasados meses, los bancos de la eurozona se han retirado de los negocios transfronterizos. Debido a los amplios diferenciales respectivos, incluso las empresas alemanas mal gestionadas están pagando intereses sobre el capital significativamente menores que algunas empresas españolas bien gestionadas. Nuevas barreras como esa entre miembros de la eurozona conducirán a un renovado interés por los mercados nacionales. Para Europa, eso significa menos competencia, menos crecimiento y precios más altos para los consumidores.
La disgregación económica de Europa coincidirá con una nueva geografía política. El continente está asistiendo ya a una reestructuración de su élite, debido a que las fuerzas políticas tradicionales de muchos países —de Grecia a Italia, de Finlandia a Austria— se encuentran acosadas por una emergente clase antipolítica de populistas de izquierda y de derecha.
Se está produciendo también una renegociación de la relación entre el núcleo y la periferia, con muchos Estados miembros de la Unión Europea, incluidas grandes naciones como el Reino Unido, Polonia y España, profundamente preocupados porque esa integración les está desplazando a los laterales del proyecto europeo.
Más preocupante es la fragmentación en el núcleo mismo, con diferencias posiblemente irreconciliables entre París y Berlín sobre el futuro formato de la estructura política de la Unión Europea.
También Oriente Próximo podría en 2013 quedar dividido como nunca antes. En estos dos últimos años hemos visto como la acción política unía al mundo árabe con un despertar que se extendió de capital en capital a través de las redes sociales, la televisión por satélite y unas contagiosas promesas de cambio. Pero la versión del año que tenemos por delante se centrará más en las divisiones.
La guerra civil en Siria se está convirtiendo en el epicentro de un conflicto regional, que complica las esperanzas de su resolución y que conlleva la amenaza de una más amplia desestabilización. Ya ha conseguido agudizar las tensiones sectarias y revigorizado a las latentes fuerzas yihadistas sunníes, poniendo a la defensiva a Irán y a sus aliados, al tiempo que ha suministrado un nuevo espacio para las ambiciones kurdas. La febril atmósfera existente en las regiones kurdas está abriendo brechas entre Ankara y sus aliados de facto, Arabia Saudí y Catar, con unas repercusiones que se están extendiendo al norte de Irak.
Un asunto con una enorme resonancia global es el de la creciente tensión entre una fuerte sociedad china y un débil Estado chino, algo que les separa de la nueva Asia. Entre la élite china hay muchos que piensan que su país necesita abordar una nueva época de cambio político y económico. Después de la revolución política de Mao (China 1.0) y de la revolución económica de Deng Xiaoping (China 2.0), están reclamando una gran reorientación hacia una China 3.0.
Ahora que la población china se está volviendo cada vez más próspera ¿como se va a enfrentar el Estado a temas como los de la creciente desigualdad, la necesidad de reequilibrar su economía y su exposición cada vez mayor a la economía global? ¿Qué va a hacer el Partido Comunista para mantener la estabilidad en un tiempo de agitación en una sociedad china que incluye a 500 millones de ciudadanos en la Red? ¿Y qué va a hacer China para asumir la carga de ser una gran potencia, dado que tiene intereses en cada continente del planeta?
En noviembre pasado, el 18º Congreso del Partido Comunista ungió a unos líderes para los próximos cinco años, cuyos puntos de vista están más alineados con el pasado que con el futuro. Mientras el sistema político se hace más rígido y su política exterior más agresiva, existe el riesgo de una creciente tensión entre el fortalecimiento de la sociedad china y el debilitamiento de su sistema político. Esas tensiones están teniendo ya un impacto en el sistema asiático en su conjunto.
El mapa económico de Asia ha sido rediseñado a lo largo de los últimos 15 años, en la medida en que un creciente comercio intra-regional, las inversiones y las cadenas de suministro han llevado a muchos de sus países a una profunda interdependencia (hecha en gran medida sin los Estados Unidos). Pero la tensión y la debilidad en el seno del Estado chino parecen estar llevando al país a dar pasos cada vez más preocupantes hacia vecinos como Japón, Filipinas y Corea. Desde 2010, una China más agresiva ha ido aumentando sus amenazas de enfrentar a el Asia económica, que se estaba uniendo sin Estados Unidos, contra el Asia de la seguridad, que está demandando un pivote norteamericano que equilibre el auge de China.
Todo lo anterior tiene que ver con la cuestión del liderazgo norteamericano, o con la ausencia del mismo. Pero por primera vez en décadas una cuestión dramática en el corazón de la nación más poderosa del mundo es observada en el exterior con curiosidad e interés más que con angustia existencial. El drama del abismo fiscal no nos ha mostrado a unos Estados Unidos en su mejor momento; sus legisladores parecen divididos y desconectados de la realidad económica. Pero en la colina del Capitolio tiene lugar un desarrollo de los acontecimientos todavía más impactante: el hecho de que las apuestas por el resto del mundo parezcan tan bajas. Es un aleccionador recordatorio de que —aunque no haya una potencia que haya desplazado a Estados Unidos— el liderazgo estadounidense no será capaz de detener la gran disgregación. De hecho, en la medida en que Estados Unidos continúe liderando el mundo, eso será anteponiendo su centro de interés en la reconstrucción interna, con preferencia sobre las aventuras exteriores.
Mark Leonard es cofundador y director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.
© Reuters
No hay comentarios:
Publicar un comentario