sábado, 12 de enero de 2013

Pobres pero conectados

Pobres pero conectados

Pese a la crisis, España lidera en 'smartphones'

SOLEDAD CALÉS

Dicen las estadísticas macroeconómicas que la demanda interna española está hundida en la miseria. Por bajar, hasta ha bajado el consumo de alimentos, lo que da idea de la crudeza de esta recesión en la que estamos inmersos. De ahí que resulte paradójico que los españoles seamos, sin embargo, los europeos que más gastamos en los carísimos teléfonos inteligentes. El porcentaje de españoles que utiliza este tipo de aparatos es superior al que se registra en Reino Unido, en Francia, en Italia... Teniendo en cuenta que estos prodigios tecnológicos tienen unos precios elevados y que, además, exigen tarifas de intercambio de datos que tampoco son baratas, nadie diría que este es un país con seis millones de parados. La cifra, por cierto, es similar a la de personas que, según el análisis que acaba de hacer público Telefónica, están permanentemente conectadas.
Esta realidad esconde aún una paradoja más: durante años, políticos y economistas clamaron por la extensión de las comunicaciones para dinamizar la economía. Extendidas las redes en todos los sentidos, culminada aquella agenda digital que tanto defendió Bruselas, y con razón, la economía, traicionera, parece dispuesta a desautorizar a los sabios.
España ha sido desde hace tiempo un país apegado al móvil. No se le conoce innovación alguna al respecto, pero ya hace cinco años había en este país más móviles activos que personas. Ahora, millones de ciudadanos se han pasado al smartphone en plena crisis, lo que sin duda es muy útil: les permite estar permanentemente conectados a través de las redes sociales o de los servicios de mensajería, que acercan como nunca a parientes y amigos en una sociedad ya de por sí comunicativa que, además del contacto digital, sigue buscando el contacto directo.
Puede que esta digitalización termine teniendo efectos positivos también en la economía. Seguro que sí. De momento, tanto móvil conectado es, además, resultado de una infraestructura fija deficiente y cara. Y el valor ni siquiera se queda en Europa como antes, en manos de los fabricantes de Alemania o Finlandia. Viaja hasta California y Corea del Sur.

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