Las dos Américas Latinas en 2013
En unos países se amenaza el pluralismo y en otros despega la democracia
Desde una perspectiva de economía política, no existe una América
Latina. Mas bien existen dos “Américas Latinas.” Una aprendió las
difíciles lecciones democráticas de los años 70, las inflacionarias de
los 80 y las de deuda pública de los 90. La otra no. Una logra
integrarse más y mejor en el mundo globalizado, aumentando las
oportunidades de su población. La otra se aísla. Una mejora sus
instituciones, mientras la otra se acerca cada vez más al autoritarismo
que su ideología tanto denuncia.
Tres elecciones en este incipiente 2013 se perfilan como determinantes para el futuro de la segunda Latinoamérica. Las realidades políticas conspiran contra un mayor pluralismo. Después de todo, la democracia verdadera requiere alternancia.
La primera elección ni siquiera está en el calendario, pero muchos la esperan en Venezuela. De acuerdo con el rendimiento de bonos y la prima de riesgo, los mercados internacionales esperan una transición poschavista. Gobiernos en Europa y Norteamérica también aguardan con ansias “el día después.”
Pase lo que pase con la salud del comandante, tal expectativa parece utópica. Es cierto que, de acuerdo con la Constitución venezolana de 1999 que el mismo Chávez promulgó (artículo 233), la “falta absoluta” del Presidente forzaría elecciones anticipadas. Irónicamente, el artículo parecía diseñado para proteger a Chávez de un golpe de Estado de entre sus filas. Hoy juega en su contra. Pero en una democracia tan débil como la venezolana, las definiciones constitucionales de iure son, de facto, moldeables ante el poder.
Tanto el Tribunal Supremo como la Asamblea Nacional podrán mantener el poder en las manos de Chávez mientras se mantenga vivo. Y en el caso de su muerte, las perspectivas de transición no son buenas. Algo ha aprendido Chávez de su héroe Simón Bolívar y sus conflictos hereditarios. El ungido sucesor, Nicolás Maduro, parece haber llegado a un acuerdo de gobernabilidad con su único rival, Diosdado Cabello, un presidente de la Asamblea más cercano a las Fuerzas Armadas que al “socialismo revolucionario.”
Con el crucial apoyo del régimen de La Habana —un ejemplo de
democracia— así como del Ejército y de un cuestionado Tribunal
Electoral, Maduro estará en condiciones de vencer holgadamente a
cualquier opositor, particularmente si los comicios se organizan a toda
velocidad. Serán elecciones, pero no será democracia.
En el vecino Ecuador habrá elecciones el 17 de febrero. Luego de una reforma constitucional en su primer año de gobierno (nada menos que la vigésima en la historia ecuatoriana), Rafael Correa tiene una intención de voto lo suficientemente alta para ganar la reelección sin necesidad de segunda vuelta. Correa es un presidente extremadamente popular, en parte gracias al boom de las materias primas. Pero sería imposible negar que Ecuador hoy es un país menos plural del que era antes de sus persecuciones contra medios opositores y sus expropiaciones. Los excesos no han logrado unir a una oposición atomizada, pero ponen a una democracia débil en peligro existencial. La pregunta no es si Correa gana en 2013, sino si dejará el poder en 2017.
Finalmente, en Argentina, debería haber elecciones legislativas en octubre, pero los juegos antidemocráticos empezaron hace mucho. El Gobierno de Cristina Kirchner ha barajado adelantarlas, tal como se hizo en 2009; además, aprobó el voto opcional para jóvenes de 16 a 18 años, añadiendo más de un millón de posibles votantes que solo han experimentado gobiernos kirchneristas (gobiernan desde 2003). Mientras tanto, el clientelismo político se financia con “adelantos temporales” del Banco Central —un oxímoron en la historia financiera— y pensiones futuras —ahora nacionalizadas—. Cualquier potencial opositor, mientras tanto, es rehén del centralismo financiero en un Estado cuyo federalismo no trasciende de la Constitución.
Es triste ver cómo un Gobierno que ha defendido los derechos humanos ataca a los pocos medios opositores que quedan, mientras desvirtúa sus propias leyes para proteger a sus miembros corruptos y amigos afines. Más triste es ver a las Madres de la Plaza de Mayo —heroínas de otro tiempo— amenazando con “tomar el palacio” de una Corte Suprema que se atreve a mostrar independencia. Pero lo más triste es el objetivo: sin sucesores viables, los fieles apuntan a una reforma constitucional que permita la “Cristina eterna.”
El poder nunca es eterno, pero en esta América Latina todavía se intenta. Y es probable que poco cambie en 2013. La otra América Latina —desde Chile a Perú y hasta México— despega. La esperanza es que, tal como se soñó durante las revoluciones independentistas, algún día estas Américas avancen unidas y más libres.
Tres elecciones en este incipiente 2013 se perfilan como determinantes para el futuro de la segunda Latinoamérica. Las realidades políticas conspiran contra un mayor pluralismo. Después de todo, la democracia verdadera requiere alternancia.
La primera elección ni siquiera está en el calendario, pero muchos la esperan en Venezuela. De acuerdo con el rendimiento de bonos y la prima de riesgo, los mercados internacionales esperan una transición poschavista. Gobiernos en Europa y Norteamérica también aguardan con ansias “el día después.”
Pase lo que pase con la salud del comandante, tal expectativa parece utópica. Es cierto que, de acuerdo con la Constitución venezolana de 1999 que el mismo Chávez promulgó (artículo 233), la “falta absoluta” del Presidente forzaría elecciones anticipadas. Irónicamente, el artículo parecía diseñado para proteger a Chávez de un golpe de Estado de entre sus filas. Hoy juega en su contra. Pero en una democracia tan débil como la venezolana, las definiciones constitucionales de iure son, de facto, moldeables ante el poder.
Tanto el Tribunal Supremo como la Asamblea Nacional podrán mantener el poder en las manos de Chávez mientras se mantenga vivo. Y en el caso de su muerte, las perspectivas de transición no son buenas. Algo ha aprendido Chávez de su héroe Simón Bolívar y sus conflictos hereditarios. El ungido sucesor, Nicolás Maduro, parece haber llegado a un acuerdo de gobernabilidad con su único rival, Diosdado Cabello, un presidente de la Asamblea más cercano a las Fuerzas Armadas que al “socialismo revolucionario.”
Es triste ver cómo el Gobierno argentino, que defendió los derechos humanos, ataca a los medios opositores
En el vecino Ecuador habrá elecciones el 17 de febrero. Luego de una reforma constitucional en su primer año de gobierno (nada menos que la vigésima en la historia ecuatoriana), Rafael Correa tiene una intención de voto lo suficientemente alta para ganar la reelección sin necesidad de segunda vuelta. Correa es un presidente extremadamente popular, en parte gracias al boom de las materias primas. Pero sería imposible negar que Ecuador hoy es un país menos plural del que era antes de sus persecuciones contra medios opositores y sus expropiaciones. Los excesos no han logrado unir a una oposición atomizada, pero ponen a una democracia débil en peligro existencial. La pregunta no es si Correa gana en 2013, sino si dejará el poder en 2017.
Finalmente, en Argentina, debería haber elecciones legislativas en octubre, pero los juegos antidemocráticos empezaron hace mucho. El Gobierno de Cristina Kirchner ha barajado adelantarlas, tal como se hizo en 2009; además, aprobó el voto opcional para jóvenes de 16 a 18 años, añadiendo más de un millón de posibles votantes que solo han experimentado gobiernos kirchneristas (gobiernan desde 2003). Mientras tanto, el clientelismo político se financia con “adelantos temporales” del Banco Central —un oxímoron en la historia financiera— y pensiones futuras —ahora nacionalizadas—. Cualquier potencial opositor, mientras tanto, es rehén del centralismo financiero en un Estado cuyo federalismo no trasciende de la Constitución.
Es triste ver cómo un Gobierno que ha defendido los derechos humanos ataca a los pocos medios opositores que quedan, mientras desvirtúa sus propias leyes para proteger a sus miembros corruptos y amigos afines. Más triste es ver a las Madres de la Plaza de Mayo —heroínas de otro tiempo— amenazando con “tomar el palacio” de una Corte Suprema que se atreve a mostrar independencia. Pero lo más triste es el objetivo: sin sucesores viables, los fieles apuntan a una reforma constitucional que permita la “Cristina eterna.”
El poder nunca es eterno, pero en esta América Latina todavía se intenta. Y es probable que poco cambie en 2013. La otra América Latina —desde Chile a Perú y hasta México— despega. La esperanza es que, tal como se soñó durante las revoluciones independentistas, algún día estas Américas avancen unidas y más libres.
Pierpaolo Barbieri es fellow
de la Escuela Kennedy de Gobierno en Harvard. Su libro, Hitler’s Shadow
Empire, será publicado por Harvard University Press en 2013. Su próximo
proyecto es sobre la historia económica de América Latina.
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