Comparaciones odiosas
El PSOE debe romper, como los laboristas, con estructuras y rutinas anquilosadas
El partido laborista británico perdió las elecciones en 2010,
obteniendo un 29,1% de apoyo popular, seis puntos menos que en la
elección anterior. Fue el segundo peor resultado de su historia desde
1922, no muy distante de la estrepitosa derrota de 1983, en la que los
laboristas, con un programa radical, se quedaron en su mínimo histórico,
el 27,6% del voto. Tras estos resultados, Gordon Brown abandonó la
dirección del partido y se inició un proceso competitivo para la
elección de un nuevo líder mediante una votación en el colegio electoral
del partido, formado por diputados, militantes y representantes de los
sindicatos. Se presentaron diversos candidatos, aunque los dos con
mayores posibilidades eran los hermanos Miliband, David y Ed, hijos del
teórico marxista Ralph Miliband.
Por muy poca diferencia, apenas dos puntos, Ed se alzó con la victoria sobre su hermano David. Ambos habían tenido responsabilidades importantes en el Gobierno de Gordon Brown, David como responsable de Asuntos Exteriores y Ed de Energía y Cambio Climático. A pesar de su implicación directa en el Ejecutivo de Brown, muy desgastado por el impacto de la crisis, los hermanos Miliband consiguieron presentarse en el partido como candidatos de futuro.
Desde su elección en 2010, Ed Miliband ha estado trabajando en la construcción de un programa socialdemócrata que supere algunos de los fallos y errores de la época de la Tercera Vía y que esté a la altura de los desafíos que plantea la crisis. El actual líder siempre se opuso al aventurerismo de Blair en la guerra de Irak y considera que su partido no hizo lo suficiente para luchar contra el espectacular aumento de las desigualdades económicas en su país.
A fin de renovar la línea ideológica laborista, Miliband ha establecido una red muy extensa de colaboradores, algunos del partido, muchos otros externos, que contribuyen tanto a la elaboración de los principios más generales como de las medidas más concretas. Es bien sabido, por ejemplo, que Miliband ha establecido una fructífera relación con Michael Sandel, el famoso filósofo de Harvard; Miliband está interesado en las tesis de este último sobre los límites que deben imponerse al mercado, pues considera que hay ciertos bienes y actividades que no deberían estar a la venta en una sociedad moralmente decente.
En estos momentos, las propuestas más novedosas del partido laborista y que están dando lugar a un debate de gran interés, giran en torno a la idea de la “predistribución”. Son una alternativa a las políticas clásicas socialdemócratas, basadas en recaudar impuestos para que el Estado pueda corregir algunas de las injusticias del capitalismo mediante programas redistributivos de gasto (es decir, mediante el Estado del bienestar). Los impuestos son cada vez más impopulares, en buena medida porque los ciudadanos perciben que las empresas y los poderosos apenas pagan, recayendo el grueso de la carga fiscal sobre los asalariados y las clases medias. A su vez, las transferencias del Estado están también bajo sospecha, pues son muchos quienes piensan que no se administran ni con imparcialidad ni con eficiencia. En esas condiciones, Miliband parece convencido de que la socialdemocracia tiene que renovarse mediante programas que actúen de modo que no sea necesaria la redistribución (de ahí la “predistribución”): para ello, propone intervenir directamente en el funcionamiento del mercado, creando las condiciones para que este no genere resultados tan desiguales. Se trata, por tanto, de regular el capitalismo, alterando la distribución del poder económico en la sociedad. Esta idea básica puede desarrollarse en múltiples direcciones, desde nuevos esquemas de cogestión en las empresas que contribuyan a comprimir las diferencias salariales, hasta un reparto generalizado del capital entre los ciudadanos que dé a estos cierta independencia con respecto a los poderes económicos.
Por supuesto, estas ideas abstractas necesitan plasmarse en un programa político. Pero, en cualquier caso, se ha planteado un debate de ideas y hay un líder joven (43 años), con empuje, con propuestas novedosas, que ha sabido abrir el partido a una red muy amplia de gente deseosa de colaborar en el proyecto político. Quizá no sea casualidad que, desde hace unos meses, el partido laborista tenga en las encuestas una ventaja de casi diez puntos sobre el partido conservador.
Resulta inevitable plantear la comparación entre el partido laborista y el PSOE. Es una comparación injusta, sin duda, pues son organizaciones con trayectorias y recursos muy diferentes. No obstante, los socialistas españoles podrían extraer algunas lecciones. El PSOE, por el momento, a pesar de los recortes de la derecha, no ha lanzado nuevas ideas ni propuestas a la esfera pública, manteniéndose en posiciones defensivas que tratan de conservar lo que se pueda del statu quo. El debate sobre la línea del partido, que iba a haber tenido lugar en otoño de 2012, se ha aplazado hasta bien entrado 2013. Y los lazos con la sociedad civil no parece que se estén recomponiendo. Aunque no tenga más valor que el anecdótico, en los últimos meses he asistido a diversos debates políticos, organizados por gente joven y bien preparada, unos progresistas, otros liberales, todos con ganas de participar en política, y en ninguno de esos actos había gente del equipo dirigente del PSOE. Una ausencia reveladora, que muestra que los socialistas todavía no han entendido bien las causas del actual descrédito de su partido.
Si el PSOE quiere ofrecer propuestas novedosas y atractivas, como está haciendo el partido laborista en Gran Bretaña, no tendrá más remedio que romper con rutinas y estructuras anquilosadas que le mantienen aislado de la sociedad. Hubo un tiempo, en los primeros años de la democracia, en los que el PSOE era un partido con cierta capacidad de agitación política e intelectual, sus cuadros eran respetados en los distintos sectores profesionales de la sociedad y el partido contaba con intelectuales y con revistas prestigiosas que contribuían al debate público; por todo ello, pudo en 1982 liderar una opción de cambio y modernización. Tras la renovación del XXXV Congreso en 2000, hubo un nuevo impulso y el PSOE se puso al día con su programa “republicanista” (nuevos derechos civiles y sociales). Hoy, sin embargo, en el contexto angustioso de la crisis, no se adivina por dónde quiere avanzar. No se trata de compilar un programa de 300 páginas con propuestas variopintas, sino de establecer una estrategia política que haga frente a la situación actual. Para conseguirlo, necesitaría abrirse de una vez, restableciendo vínculos con la sociedad civil y liderando de nuevo el debate sobre las alternativas.
Por muy poca diferencia, apenas dos puntos, Ed se alzó con la victoria sobre su hermano David. Ambos habían tenido responsabilidades importantes en el Gobierno de Gordon Brown, David como responsable de Asuntos Exteriores y Ed de Energía y Cambio Climático. A pesar de su implicación directa en el Ejecutivo de Brown, muy desgastado por el impacto de la crisis, los hermanos Miliband consiguieron presentarse en el partido como candidatos de futuro.
Desde su elección en 2010, Ed Miliband ha estado trabajando en la construcción de un programa socialdemócrata que supere algunos de los fallos y errores de la época de la Tercera Vía y que esté a la altura de los desafíos que plantea la crisis. El actual líder siempre se opuso al aventurerismo de Blair en la guerra de Irak y considera que su partido no hizo lo suficiente para luchar contra el espectacular aumento de las desigualdades económicas en su país.
A fin de renovar la línea ideológica laborista, Miliband ha establecido una red muy extensa de colaboradores, algunos del partido, muchos otros externos, que contribuyen tanto a la elaboración de los principios más generales como de las medidas más concretas. Es bien sabido, por ejemplo, que Miliband ha establecido una fructífera relación con Michael Sandel, el famoso filósofo de Harvard; Miliband está interesado en las tesis de este último sobre los límites que deben imponerse al mercado, pues considera que hay ciertos bienes y actividades que no deberían estar a la venta en una sociedad moralmente decente.
En estos momentos, las propuestas más novedosas del partido laborista y que están dando lugar a un debate de gran interés, giran en torno a la idea de la “predistribución”. Son una alternativa a las políticas clásicas socialdemócratas, basadas en recaudar impuestos para que el Estado pueda corregir algunas de las injusticias del capitalismo mediante programas redistributivos de gasto (es decir, mediante el Estado del bienestar). Los impuestos son cada vez más impopulares, en buena medida porque los ciudadanos perciben que las empresas y los poderosos apenas pagan, recayendo el grueso de la carga fiscal sobre los asalariados y las clases medias. A su vez, las transferencias del Estado están también bajo sospecha, pues son muchos quienes piensan que no se administran ni con imparcialidad ni con eficiencia. En esas condiciones, Miliband parece convencido de que la socialdemocracia tiene que renovarse mediante programas que actúen de modo que no sea necesaria la redistribución (de ahí la “predistribución”): para ello, propone intervenir directamente en el funcionamiento del mercado, creando las condiciones para que este no genere resultados tan desiguales. Se trata, por tanto, de regular el capitalismo, alterando la distribución del poder económico en la sociedad. Esta idea básica puede desarrollarse en múltiples direcciones, desde nuevos esquemas de cogestión en las empresas que contribuyan a comprimir las diferencias salariales, hasta un reparto generalizado del capital entre los ciudadanos que dé a estos cierta independencia con respecto a los poderes económicos.
Por supuesto, estas ideas abstractas necesitan plasmarse en un programa político. Pero, en cualquier caso, se ha planteado un debate de ideas y hay un líder joven (43 años), con empuje, con propuestas novedosas, que ha sabido abrir el partido a una red muy amplia de gente deseosa de colaborar en el proyecto político. Quizá no sea casualidad que, desde hace unos meses, el partido laborista tenga en las encuestas una ventaja de casi diez puntos sobre el partido conservador.
Resulta inevitable plantear la comparación entre el partido laborista y el PSOE. Es una comparación injusta, sin duda, pues son organizaciones con trayectorias y recursos muy diferentes. No obstante, los socialistas españoles podrían extraer algunas lecciones. El PSOE, por el momento, a pesar de los recortes de la derecha, no ha lanzado nuevas ideas ni propuestas a la esfera pública, manteniéndose en posiciones defensivas que tratan de conservar lo que se pueda del statu quo. El debate sobre la línea del partido, que iba a haber tenido lugar en otoño de 2012, se ha aplazado hasta bien entrado 2013. Y los lazos con la sociedad civil no parece que se estén recomponiendo. Aunque no tenga más valor que el anecdótico, en los últimos meses he asistido a diversos debates políticos, organizados por gente joven y bien preparada, unos progresistas, otros liberales, todos con ganas de participar en política, y en ninguno de esos actos había gente del equipo dirigente del PSOE. Una ausencia reveladora, que muestra que los socialistas todavía no han entendido bien las causas del actual descrédito de su partido.
Si el PSOE quiere ofrecer propuestas novedosas y atractivas, como está haciendo el partido laborista en Gran Bretaña, no tendrá más remedio que romper con rutinas y estructuras anquilosadas que le mantienen aislado de la sociedad. Hubo un tiempo, en los primeros años de la democracia, en los que el PSOE era un partido con cierta capacidad de agitación política e intelectual, sus cuadros eran respetados en los distintos sectores profesionales de la sociedad y el partido contaba con intelectuales y con revistas prestigiosas que contribuían al debate público; por todo ello, pudo en 1982 liderar una opción de cambio y modernización. Tras la renovación del XXXV Congreso en 2000, hubo un nuevo impulso y el PSOE se puso al día con su programa “republicanista” (nuevos derechos civiles y sociales). Hoy, sin embargo, en el contexto angustioso de la crisis, no se adivina por dónde quiere avanzar. No se trata de compilar un programa de 300 páginas con propuestas variopintas, sino de establecer una estrategia política que haga frente a la situación actual. Para conseguirlo, necesitaría abrirse de una vez, restableciendo vínculos con la sociedad civil y liderando de nuevo el debate sobre las alternativas.
Ignacio Sánchez-Cuenca es profesor de Sociología de la Universidad Complutense.
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