Ahora ellas
Miguel Marín Bosch
Quizás lo más positivo del año que concluye haya sido la llamada primavera árabe. Con el tiempo, 2011 podría encontrar su lugar entre aquellos pocos años que marcaron un importante cambio en el curso de la historia. El más reciente fue 1989, con la caída del muro de Berlín.
Poco mencionado en los recuentos de los acontecimientos más relevantes de 2011 fue un hecho que apunta hacia un futuro más promisorio. Se trata del Premio Nobel de la Paz.
A diferencia de los demás premios Nobel (que los elige el parlamento sueco), el de la paz lo designa un comité del parlamento noruego. Es obvio que el premio es de los más prestigiados en el mundo, pero es obvio también que a veces se ha concedido a individuos que quizás no hayan estado a la altura. Piensen en Henry Kissinger en 1973. En algunos casos ha servido para enviar un mensaje político. Recuerden a James Carter, en 2002, y Barack Obama, en 2009.
Desde que se instituyó en 1901, el Premio Nobel de la Paz ha sido otorgado en 92 ocasiones, a un total de 23 organizaciones y 99 individuos. De estos últimos, tan sólo 15 han sido mujeres. De ahí lo transcendente de lo ocurrido este año.
Con miras a enviar un mensaje al mundo, los parlamentarios noruegos identificaron a tres mujeres que se han distinguido “por su lucha no violenta en pro de la seguridad de las mujeres y los derechos de éstas para su plena participación en la tarea de consolidar la paz”: Ellen Johnson Sirleaf (presidenta de Liberia), Leymah Gbowee (activista liberiana) y Tawakkol Karman (periodista y activista yemenita).
No es menester hacer un recuento de las muchas mujeres que han destacado en la ciencia, las artes, la industria, el comercio y la política. Empero, casi todas han tenido que superar una resistencia social que, en ciertos casos, ha sido feroz. Desde luego que, en las décadas recientes, las mujeres han ido superando en muchos países el denigrante papel que las sociedades machistas les habían asignado, un papel que se resume en la frase “en la cocina con el gato”.
Sin embargo, se han buscado caminos que quizás no logren su cometido. Se pretende otorgarles “un trato igual”, ofreciendo oportunidades en la educación y las distintas profesiones que hayan escogido. Pero aquí uno se tropieza con lo que podríamos calificar como un defecto de origen: a final de cuentas el éxito que pueda o no tener una mujer dependerá de la buena voluntad de una sociedad dominada por los hombres.
Por lo tanto, no se trata de ir ofreciéndoles oportunidades, de abrirles un huequito aquí o allá, para que puedan realizarse como personas y profesionistas. Se trata de reconocer que las mujeres compiten con los hombres partiendo de una posición desventajosa. Operan en un mundo definido por las concesiones que los hombres les han brindado. Y ahí está el problema.
Ello explica la actitud que muchas mujeres parecen haber adoptado para triunfar en un mundo dominado por los hombres. ¿Quién no ha visto a una empresaria o política exitosa asumir posturas y formas de trabajo que normalmente asociamos con los hombres? ¿Por qué se referían a Margaret Thatcher como la dama de hierro?
No cabe duda de que la comunidad internacional ha venido promoviendo el papel de la mujer en todos sus aspectos. Muchas organizaciones multilaterales y regionales han tomado medidas para fortalecer el papel de las mujeres en el desarrollo socioeconómico y la consecución de la paz. Las Naciones Unidas han creado un sinnúmero de instituciones y programas encaminados a proteger los derechos de las mujeres y las niñas, a fomentar su educación y salud y a asegurar su presencia en los altos puestos de los gobiernos. Todo ello en aras de lo que se llama equidad de género.
En 2000, el propio Consejo de Seguridad de la ONU se pronunció sobre “la mujer, la paz y la seguridad”. En su resolución 1325 del 31 de octubre de ese año, el consejo destacó el importante papel que desempeñan las mujeres en la prevención y solución de los conflictos y en la consolidación de la paz. Agregó que las mujeres deben participar “en pie de igualdad” en los procesos de paz y debe aumentarse su presencia en los mecanismos de toma de decisiones en dichos procesos.
En 2011, el comité del Premio Nobel de la Paz fue aún más lejos al señalar que no se puede conseguir la democracia y una paz duradera “a menos que las mujeres obtengan las mismas oportunidades que los hombres para influir en el desarrollo a todos los niveles de la sociedad”. El reto para todos, tanto hombres como mujeres, es cómo lograr esa contribución de las mujeres, que califican de “indispensable”, para asegurar el desarrollo cabal de la humanidad.
Ciertamente no habremos de avanzar si seguimos por el camino de tratar de conseguir una equidad de género. Ello se traduce en un sistema de cuotas, muchas de ellas simbólicas, que no atacan la raíz del problema. Y el problema suele ser la presencia (y papel dominante) de los hombres en casi todas las actividades humanas, empezando por la política y la economía.
En todos los países impera una cultura macho céntrica. Noruega y los países nórdicos quizás sean los que más se han ido acercando a la meta de equidad de género. Lo han hecho con educación, programas sociales y un sistema de cuotas.
No cabe duda de que en países en los que impera la violencia y la injusticia, como en Liberia y Yemen (y México), las mujeres se desempeñan con mayor decencia y comprensión. En la primavera árabe las mujeres han jugado un papel importante. Los hombres debemos hacernos a un lado y dejar que las mujeres se encarguen. Nadie podría pensar que lo harán peor que los hombres.
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