Por: Javier Valenzuela
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¿Y si el presidente fuera un criminal? Cuando en 1996 me instalé en Estados Unidos, este era el eslogan con el que se anunciaba el último libro del autor de superventas David Baldacci. Lo leí y también vi la película que, a partir de ese thriller, produjo, dirigió e interpretó Clint Eastwood en 1997. Absolute power (Poder absoluto) contaba cómo el devaneo sexual de un presidente norteamericano terminaba con la muerte violenta de una mujer. La Casa Blanca, por supuesto, intentaba colgarle el crimen a un tercero, un curtido ladrón de Washington.
No tardé mucho en dedicar la mayor parte de casi tres años de actividad profesional a cubrir para EL PAÍS el llamado caso Lewinksy. A diferencia de la ficción de Baldacci y Eastwood, no hubo ninguna muerte en esta historia verdadera, pero sí un inquilino de la Casa Blanca que se metió en un lío monumental por no poder controlar sus impulsos lujuriosos.
¿Cuánto tardaremos en ver en las pantallas el affaire DSK, el monumental escándalo provocado por la acusación de que el entonces patrón del Fondo Monetario Internacional (FMI) violó, el pasado mayo, a la camarera de un hotel neoyorquino? Esta última semana del año 2011 ha conocido noticias contradictorias al respecto.
El martes 27 de diciembre, en The Guardian y otros periódicos del planeta podía leerse que el director Abel Ferrara ya había comenzado a trabajar en un proyecto para llevar al cine el affaire DSK combinándolo con otros escándalos sexuales protagonizados por políticos, entre ellos los de Clinton y Berlusconi. Esos medios, que citaban como fuente al website Deadline, afirmaban que Gerard Depardieu e Isabelle Adjani iban a interpretar los papeles de Dominique Strauss-Khan y su esposa Anne Sinclair.
Pero el día siguiente, 28 de diciembre, la prensa francesa, citando a la productora Wildbunch, aseguraba que, por el momento, no habrá película sobre este asunto. Depardieu jamás habría pensado seriamente en encarnar a DSK, sino tan solo bromeado al respecto, y en cuanto a Adjani, no habría llegado a concretar nada con Abel Ferrara.
Lo seguro es que Anne Sinclair ha sido la protagonista femenina de 2011 para los franceses. De una lista de diez mujeres seleccionada por Terrafemina y el CSA, los sondeados han escogido como heroína a la esposa de DSK, prefiriéndola a la nueva jefa del FMI, Christine Lagarde, la socialista Martine Aubry, la ultraderechista Marine Le Pen e incluso Carla Bruni, la primera mujer de un presidente de la Republica que tiene un hijo mientras la pareja habita El Elíseo.
Si el affaire DSK suscitó razonables interrogantes planetarios sobre la tolerancia mayoritaria de la sociedad francesa con el machismo de sus políticos, la popularidad de Anne Sinclair parece confirmar que el papel predominante que esta le otorga a la mujer es el de la esposa abnegada que sostiene a su marido aunque este le haya humillado urbi et orbi.
Baldacci y Eastwood no estaban locos, que sabían de lo que hablaban. Strauss-Kahn tuvo que renunciar a la jefatura del FMI y a la candidatura socialista a las presidenciales de 2012 por no saber frenar su rijosidad y abusar de su poder para satisfacerla. No ha sido, ni mucho menos, el único político sorprendido con las manos en una falda que no le había dado permiso. El afroamericano Herman Cain se vio forzado a renunciar a su sueño de convertirse en el próximo candidato republicano a la Casa Blanca después de que varias mujeres le acusaran de acoso sexual. Tampoco los demócratas estadounidenses se han librado de un caso de bragueta desatada: el congresista neoyorquino Anthony Weiner puso fin a una prometedora carrera política cuado medio mundo pudo ver la foto suya en calzoncillos que le había enviado por Twitter a una estudiante.
Debe haber algo en la mucha riqueza y el mucho poder que hace que a no pocos de los que lo tienen se les termine yendo la olla, tal vez una irresistible y embriagadora sensación de impunidad. Sea lo que sea, es algo cada vez más peligroso en esta era de Wikileaks, en democracias crecientemente transparentes, y precisamente gracias a los de arriba, sino a la ciudadanía, la prensa, las nuevas tecnologías y esos polícías, fiscales y jueces valientes.
No obstante, la avaricia de dinero, poder y sexo sigue rompiendo el saco. Aquí mismo, en España, vemos estos últimos días de 2011 como es imputado un miembro de la familia real, encausado un ex ministro socialista y sentado en el banquillo un expresidente conservador de una comunidad autónoma.
Lo que es malo para la democracia y el bolsillo de los contribuyentes es bueno para la literatura y el cine negros. Desde esa obra fundacional que fue La llave de cristal, de Dashiell Hammett, hasta lo último que haya podido llegar a las librerías físicas o ciberespaciales, la corrupción del poder, ese triángulo formado por el dinero, el sexo y la política, es uno de los más prolíficos nutrientes del thriller.
David Baldacci es un artesano que entretiene, sus libros son de esos para leer en la piscina, la playa o un largo viaje en tren o avión, dicho todo esto con mucho respeto. Mejor, en mi opinión, fue la película que Clint Eastwood alumbró a partir de su Absolute power. El propio Eastwood interpretaba al ratero que primero era testigo del crimen presidencial y luego su chivo expiatorio, mientras que Gene Hackman hacía del libidinoso titular de la Casa Blanca. Un abrecartas de acero era la clave del caso.
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