Y el 15-M desbordó fronteras
Este movimiento fue uno de los fenómenos que en 2011 colocaron a España en el mapamundi. En un año marcado por las malas noticias, aportó un soplo de aire fresco y combativo con su ADN no violento
Dice Eduardo Galeano que hay un nuevo mundo latiendo en el vientre del mundo en que vivimos: "Hay un mundo que puede ser latiendo en este mundo que es". Las palabras del escritor uruguayo, tan certero en la prosa como poético en el verbo, se pueden escuchar en un vídeo que aloja la web de los indignados chilenos ( www.chileindignado.cl).
Las pronunció a principios de diciembre, en plena plaza de Catalunya, adonde acudió a solidarizarse con la acampada de Barcelona. "Este mundo de mierda está embarazado de otro y son los jóvenes los que lo llevan adelante", proclamó enfático. "Y yo lo reconozco en estas manifestaciones espontáneas".
Una clave del éxito fue el lema de la primera convocatoria: "No somos mercancía en manos de políticos y banqueros"
El Movimiento 15-M es uno de los fenómenos que en 2011 colocaron a España en el mapamundi. En un año marcado por las malas noticias, aportó un soplo de aire fresco y combativo. Su ADN no violento, horizontal, asambleario, marcadamente democrático, apoyado en las redes sociales y construido sobre la ocupación de plazas, revolucionó las calles en España y generó un nuevo modelo de protesta.
Los indignados españoles han marcado un cambio de época en la historia de las movilizaciones sociales. Una nueva generación de activistas muy conscientes de sus derechos ciudadanos incorporaron las nuevas tecnologías a la protesta civil, vitaminaron las calles desde las redes. La noche del 23-F de 1981 fue bautizada como la noche de los transistores. En el caso del 15-M, el día 16 de mayo podría haber sido bautizado como el día del tuit: en esa jornada, la protesta española se convirtió en trending topic mundial, es decir, en uno de los temas comentados en la red social Twitter. La #spanishrevolution tomó la Red. La tormenta digital no se quedó en el mundo online, saltó a la calle. Y se transformó en una masiva e inesperada concentración el martes 17 de mayo en la Puerta del Sol, el martes mágico: a las ocho de la tarde, citados a través de las redes, cerca de 6.000 manifestantes se congregaban en la plaza que simbolizaría la protesta. "No estamos en Facebook, estamos en la calle", proclamaban los jóvenes en la plaza.
España tenía todas las papeletas para alumbrar una protesta multitudinaria: crisis profunda, cinco millones de personas en paro, desahucios, jóvenes con precarias perspectivas laborales. Pero nadie previó que el 15-M pudiera cosechar semejante cadena de éxitos. En un año, tres movilizaciones (15-M, 19-J, 15-0) y tres llenazos. Cuentan los cronistas que nadie previó tampoco el Mayo del 68 francés.
En un principio, los más escépticos recurrieron a manos negras y demás teorías conspiranoides para explicar lo que germinaba en las calles. Era difícil de asimilar que, una semana antes de unas elecciones cruciales, legiones de ciudadanos gritaran pidiendo una democracia real ya.
Una de las claves del éxito fue el lema de la primera convocatoria del 15 de mayo: "No somos mercancía en manos de políticos y banqueros". Bajo este paraguas, el 15-M consiguió, en sus primeros compases, unir sensibilidades muy distintas.
El rechazo a la corrupción rampante unió voluntades. La trama Gürtel, el caso Brugal, el caso Palma Arena, el saqueo del Palau de la Música en Cataluña, los ERE fraudulentos en Andalucía, el culebrón de la trama corrupta marbellí... La confianza en las profesionalizadas clases políticas se ha venido laminando año tras año.
Los gritos también se alzaron contra bancos y mercados. Tres años después del rescate de las entidades financieras, nada ha cambiado. Tres años después de anuncios como el de Nicolas Sarkozy, que llamó a refundar el capitalismo, las economías europeas aparecen en manos de las agencias de rating. La desregulación de los mercados, la confianza en la mano invisible de Adam Smith, se reveló como una trampa total para los indignados. Se acude al rescate de los bancos y de las economías, sí, pero ¿quién acude al rescate del ciudadano?
"¿Por qué gobiernan los mercados si yo no los he votado?", rezaba una camiseta del 15-M.
Las maniobras del sistema financiero fueron alimentando la indignación. Bonus para el que más se endeuda, para el que concede hipotecas basura; recompensas para los que arruinan a sus empresas, que al abandonarlas se llevan, encima, un buen pellizco. Las perversiones del capitalismo a la vista de todos, expuestas en películas como Inside job, denunciadas por intelectuales como Stéphane Hessel en el panfleto ¡Indignaos! o el escritor José Luis Sampedro.
Los indignados españoles han generado un nuevo modelo de protesta. No han inventado la pólvora, pero construyeron un modelo que acabó siendo imitado. El 15-M, de hecho, bebió de otras revueltas, tuvo sus fuentes de inspiración. Dos fueron sus principales referentes: por un lado, Islandia, donde las protestas ciudadanas desencadenaron reformas constitucionales; por otro, la llamada primavera árabe, donde las redes sociales catalizaron las movilizaciones.
El 15-M se define por su horizontalidad. Una horizontalidad que en algunos casos dificultó la toma de decisiones, pero que sirvió para crear consensos. Se desprecian las estructuras verticales. Las decisiones se toman mediante procesos asamblearios en la red y en la calle. La ciudadanía es el nuevo sujeto central. Los procesos asamblearios en red son caóticos, sí, pero a fuerza de ir sumando propuestas se generan consensos. Las redes son inteligentes.
Es un movimiento fundamentalmente reformista. A pesar de la etiqueta #spanishrevolution, reivindica una democracia más participativa, que cuente con las herramientas digitales para incorporarlas al proceso de toma de decisiones, reivindica un sistema electoral que dé voz a las minorías y destierre el bipartidismo.
Los indignados no creen en los políticos y en unas viejas instituciones anquilosadas, pero sí en la política. Consideran que las estructuras tradicionales no dan las respuestas adecuadas al momento presente, sino que actúan al son del statu quo y bailan al ritmo de los mercados.
Lejos de las interpretaciones de ciertas cavernas periodísticas que vieron en el movimiento a un hatajo de perroflautas antisistema bañados "en olor a porro", como se escuchó en una memorable entrevista del canal Intereconomía, el 15-M fue y es democrático y no violento. Se produjo el episodio del asalto a los parlamentarios catalanes, sí, un capítulo lamentable que solo se puede atribuir a elementos que se colaron en unas protestas y en una forma de protestar que no era la suya. De hecho, elementos hubo en todas las plazas. El movimiento abrió sus brazos y no pudo impedir que se les colaran algunos indeseables. Como los que, sin escrúpulo alguno, se llevaron una quincena de ordenadores de una de las carpas que rodeaban la estatua del impertérrito Carlos III en Sol.
No recurren a la violencia, pero sí a la desobediencia civil. Ese es uno de los elementos clave de su ADN. Y ese es uno de los factores que se exportaron a Nueva York: la ocupación del espacio público.
El 15-M traspasó fronteras y exportó su modelo más allá de las fronteras. De hecho, esa exportación se gestó en una pequeña asamblea en la madrileña plaza del Carmen. El 17 de junio de 2011, un mes después de la manifestación a la que acudieron 80.000 ciudadanos en las principales ciudades españolas, unas 40 personas se reunieron a las cinco de la tarde. Había norteamericanos, franceses, griegos, argentinos... y una chica israelí, Aya, que se llevó varios manuales de activista de la acampada de Sol. Nada más llegar a Tel Aviv, tradujo al hebreo la Guía de asambleas y el Cómo cocinar una revolución, material que sirvió a los jóvenes que se alzaron el 14 de julio. El modelo de www.tomalaplaza.net también sirvió de inspiración para crear la web que vertebraría las protestas del verano en Israel y las de Nueva York en septiembre con el movimiento Occupy Wall Street.
La protesta global del 15-O fue anunciada por los indignados españoles poco después del 15-M. Tras meses de arduo trabajo, 951 ciudades de 82 países se sumaron a la cita. La indignación frente a la actuación de los políticos, los mercados financieros y la banca volvía a unir a los manifestantes, esta vez de todo el planeta. En España, la convocatoria volvía a ser un éxito rotundo, con cientos de miles de personas marchando por las calles bajo el lema Unidos por un cambio global y con la emblemática Puerta del Sol nuevamente abarrotada.
Poco después de la protesta global, Metroscopia publicaba un sondeo que ponía de manifiesto las simpatías que el movimiento ha recabado en la población española. Siete de cada diez españoles piensan que el movimiento tiene razón en sus reivindicaciones, un 73% de la población.
De hecho, algunas de sus propuestas acabaron abriéndose paso en los programas de algunos de los partidos que concurrieron a las elecciones del 20-N. El socialista Alfredo Pérez Rubalcaba dejó caer en su cara a cara con Mariano Rajoy, el entonces candidato del PP y hoy ya presidente del Gobierno, que la democracia española ya está lo suficientemente madura como para plantearse una revisión de la Ley Electoral.
A pesar del amplio apoyo popular, cada una de sus convocatorias fue mirada con lupa. Cada vez que dejaron de aparecer en los medios de comunicación por espacio de 15 días se habló del ocaso del movimiento. Resultados, resultados, resultados. El cortoplacismo lleva a exigir resultados inmediatos, resultados ya, cuando lo importante es el proceso: el 15-M ha abierto un proceso. Un proceso del que solo hemos visto el inicio. Los más jóvenes no están atontados frente al ordenador, ni están embobados con las nuevas tecnologías. Saben utilizar las nuevas herramientas para desafiar al sistema. Conocen sus derechos.
El movimiento ha tenido y tiene sus problemas. Su estructura horizontal ralentiza la toma de decisiones. De hecho, Democracia Real Ya ha empezado a tomar decisiones por mayoría para agilizar los procesos. La diversidad del propio 15-M dificulta los consensos en acciones concretas. Se han producido roces entre estructuras: DRY, Acampadas, Barrios, Comisiones. Ha habido momentos, antes del verano, en los que el ritmo de concentraciones era tan alto que se desgastó la capacidad de convocatoria. El riesgo de diluirse en decenas de propuestas, las que elabora cada una de las comisiones, existe. Acotar objetivos y poner de acuerdo a las múltiples sensibilidades que habitan el movimiento es uno de los retos que afrontan.
Pero lo relevante es que el 15-M se ha convertido en una referencia. Vivimos tiempos de cambio. El mundo está cambiando de piel, las incertidumbres afloran. La revolución digital debería llegar de algún modo a la arena política, las herramientas para consultar a la ciudadanía existen, pero los partidos políticos siguen funcionando con los viejos esquemas.
Lo que está claro es que la ciudadanía pide paso, quiere que su voz sea escuchada. Y por eso gran parte de los integrantes del movimiento rechazan convertirse en partido político. No quieren darse un barniz de burocracia que les conduzca al anquilosamiento. Quiere ser un lobby social. Presionar. ¿Acaso no lo hacen las grandes empresas y los bancos? Pues los ciudadanos también. -
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