lunes, 26 de diciembre de 2011

Muere el diseñador japonés; un icono.

Muere a los 96 años Sori Yanagi, el diseñador del taburete Butterfly
Dirigió el Museo de Artesanía y Arte Popular de Tokio.- En su obra abogó siempre por la unión entre la industria y artesanía



Una sola obra puede hacer que un diseñador pase a la historia. Los anaqueles del diseño industrial son rotundos, la competencia para entrar en ellos, poco piadosa, y la línea entre lo que se desvanece en el tiempo y lo que permanece como pionero, dolorosamente sutil. Lograr esa obra le costó a Sori Yanagi (Tokio, 1915-2011) cuarenta años. Tras el inolvidable taburete Butterfly, el diseñador japonés vivió cincuenta años más, pero ni sus motocicletas, ni sus juguetes, ni sus estaciones de metro, ni siquiera sus magníficas colecciones de utensilios de cocina -que sí conquistaron el favor de la industria- rozaron el halo que su mítico taburete alcanzó en 1954.

Yanagi murió ayer domingo de una pulmonía en un hospital de la capital japonesa. Hasta el final acumuló galardones Good Design Award, uno de los termómetros para medir la calidad del diseño internacional. Tenía 83 años cuando se hizo con el último de su colección por las pinzas Niigata de acero inoxidable, simples y funcionales, situadas fuera del tiempo. Hasta el final también dirigió el Museo de Artesanía y Arte Popular de Tokio, que había fundado su padre, Soetsu Yanagi. Pero hoy, en las colecciones permanentes del Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York o del Louvre de París, lo que queda es su caligráfico taburete de madera curva y contrachapada.

Puede parecer injusto que de un tipo como él, que allanó el camino del diseño tradicional japonés para alcanzar la producción industrial del siglo XX, solo quede hoy un asiento singular, pero fue una conquista conocer la suerte del Butterfly convertido en historia. El logro habla de algo por lo que Yanagi abogó a lo largo de toda su vida: la unión entre industria y artesanía. Las curvas del asiento también remiten a la defensa que hizo del diseño orgánico, esto es, de la naturaleza como inigualable fuente de belleza y verdad. Lo creyó hasta el final cuando, dibujando cazuelas y sartenes, continuó relacionando función, sencillez y belleza, tal y como había hecho con el famoso taburete en los años cincuenta, una época de reconquista y escasez en la que los diseñadores se preocupaban poco por la expresión personal, nada por tener un estilo propio y mucho por acercarse a la verdad. Así llamaban ellos al gran enigma, y esa era la ambición de algunos diseñadores dedicados a hacer cucharas, sartenes y taburetes.

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