El fin del mundo
José Steinsleger
Sería azaroso preguntarse si el fin del mundo ya aconteció, transcurre día a día, o si el que viene en camino tomará forma de bola de fuego destructora de todo lo existente, conllevando ciertas propuestas de última hora para arrepentirnos de nuestros desmanes terrenales.
En los primeros meses del año, los medios de comunicación más importantes de Estados Unidos divulgaron la profecía del ingeniero y pastor Harold Camping (89), quien profetizó el día del juicio final para el 21 de mayo de 2011, cuando un violento terremoto marcaría el inicio de la cuenta regresiva a las 6 pm, hora del Este.
Camping afirmó que los no creyentes pagarían caras sus burlas, viviendo un calvario de terror: “cinco meses de fuego, azufre y plagas forzarían a los ateos, agnósticos y creyentes de otras confesiones a temblar de miedo”.
Grupos de ateos profesionales rechazaron el vaticinio y diseminaron ropas de desprovista de cuerpos ascendidos. Otros soltaron muñecas sexuales infladas con helio, y en 26 de los 50 estados de la Unión la empresa Bart Centre abrió el sitio web Eternal Earth Bound Pets, ofreciendo el rescate y adopción de las mascotas de los cristianos seleccionados para ir al cielo.
El anuncio del sitio no se prestaba a dudas existenciales: “Prometiste tu vida a Jesús. Ahora estás a salvo. Pero cuando llegue el Éxtasis… ¿qué sucederá con las amadas mascotas que dejes atrás?” En pocas horas, 259 creyentes no tuvieron reparos en celebrar con los ateos pragmáticos un contrato válido por diez años: 135 dólares por la primera mascota, y 20 más por mascota adicional.
La empresa garantizaba que el animal tendría compañeros, cuidados y amor aunque sus amos cristianos se hubieran ido al cielo. Aunque también advirtió que si el fin del mundo no llegaba en el día y a la hora señalados, no habría devolución de dinero. Pero eso sí: de llegar “… todos los rescatistas serían notificados para que se pongan en acción”.
Luego de que el fatídico acontecimiento no tuvo lugar, los escuchas de Radio Family, emisora fundada por el pastor en San Francisco (1958), y con sede en Oakland (66 repetidoras nacionales), fueron enterados de que en lugar de la profecía se había producido un “terremoto espiritual”.
Casting añadió: “He probado, matemáticamente, que todos y cada uno de los creyentes en mi profecía son los verdaderos, y están seguros eternamente con Dios en el cielo… y el resto serán aniquilados por completo junto al mundo físico en su totalidad, el 21 de octubre de 2011”.
Muchos de los seguidores del religioso renunciaron a sus empleos y vendieron todas sus pertenencias. Sin contar casos más graves, como la madre que estuvo por matar a sus dos hijos, o la niña rusa que se quitó la vida. Acerca del dinero de los donantes, Casting manifestó que no sería devuelto, pues “… nunca le decimos a nadie lo que debe hacer con sus posesiones. Esto es totalmente entre ellos y Dios”.
Casting ya había pronosticado el fin del mundo para el 21 de mayo de 1988. Y cuando el vaticinio falló, publicó el libro titulado ¿1994?, donde afirmaba que el evento se postergaba para el 6 de septiembre de 1994.
La profecía del 21 de octubre pasado tampoco se hizo realidad, y los ateos organizados decidieron otorgar al pastor el Premio Ig Nobel 2011 (a la ignominia), junto con Dorothy Karting, quien predijo el fin del mundo en 1954, así como Pat Robertson lo anunció en 1982, Elizabeth Clare Prophet en 1990, Lee Jang Rin en 1992 y Credonia Mwerinde en 1999.
Parecería que en asuntos apocalípticos, el día del juicio final cuenta menos que la opción creer/no creer. Soplando el polvo de When profecy falls (libro publicado en 1956 por los sicólogos estadunidenses Leon Fesinger, Henry Riecken y Stanley Schachter), el bloguero Alejandro Agostinellei concluyó que conviene no tomar el asunto a la ligera.
Periodista y editor del sitio Factor 302, Agostinelli subrayó algunos párrafos de la referida investigación, donde se dice que la actitud de compromiso hacia el sistema de creencias es tan fuerte que casi ninguna otra acción es preferible. En el fondo, puede ser menos doloroso tolerar la “disonancia cognitiva” que desechar la creencia y admitir que uno ha estado equivocado.
Por consiguiente, no importa cuán profunda sea la diferencia entre la expectativa y la realidad. En ambos casos, los fieles cerrarán los ojos ante las evidencias de que sus creencias están erradas.
Agostinelli ofrece también la percepción del antropólogo de la religión Alejandro Frigerio, quien sostiene que la llamada “disonancia cognitiva” menospreciaría la “plasticidad de los sistemas de creencias”. O lo que es igual: siempre se podrá elaborar algún contrargumento o justificación, minimizando la inventiva de la gente a jugar con estos sistemas que nunca están sistematizados.
Si yo creo en el principio más general de una voluntad divina –sostiene Frigerio–, puedo aceptar sin disonancia tanto la idea de que ésta quiera acabar con la humanidad, como que después nos quiera dar otra oportunidad.
Ahora sólo cabe esperar y tener fe para el 2012. Las profecías de los mayas no han dicho (aún) la última palabra
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