Leer es sexy (escribir, no tanto). Eso pensamos las chicas que escribimos, es decir, que no desprendemos erotismo con nuestro gesto concentrado sobre el teclado (que suele estar acompañado de ceño fruncido tras las gafas de ordenador, tics de bocas torcidas, lenguas fuera, labios mordisqueados, dientes atrapando uñas o pellejitos).
En nuestro imaginario más kitsch (y algo sexista), en cambio, los hombres escritores sí son capaces de exhalar algo indescriptiblemente sexy. ¿Quién no recuerda al sufrido poeta, al irreverente Oliverio, el personaje de Darío Grandinetti en El lado oscuro del corazón de Eliseo Subiela? Todas querían comprenderlo y hacérselo saber, ¿o no?
Antes de volver al lado sexy de la lectura (que de eso va la cosa en este post), quería recomendarles una peliculita que se ha estrenado la semana pasada en los cines españoles: se llama Young adult y la firma Diablo Cody, la guionista de Juno, una chica con una mirada turbadora de su mundo, que seguirá dando mucho que hablar en los próximos años. La dirige el canadiense Jason Reitman, el director de Up in the air y, también, de Juno. La protagonista es una estupenda Charlize Theron en la piel (y en las ojeras) de una escritora de novelas para adolescentes que anda sin brújula en territorios del amor, tanto como para convencerse de que su novio del pueblo, el del secundario, es el tipo al que tiene que regresar (y si para ello hay que inventarse al chico de cero, pues para eso estamos las mujeres)…
Charlize Theron compone a una escritora medio fantasma y muy atolondrada en Young adult.
#Leeressexy es un hashtag que está circulando en Twitter. Por lo que he visto, salvo alguna honrosa reflexión sobre el asunto, la gente está redirigiendo la cosa a fotos de chicas bellas, con pocas ropas, leyendo o en pose de libro abierto. Por lo tanto, la cosa no me ha interesado más allá de la etiqueta que, no obstante, me ha disparado cientos de imágenes de hombres que me han gustado mucho, leyendo.
Es que, para muchas de nosotras, un hombre concentrado en un libro es (un bocado) irresistible.
.Por supuesto, algunas tenemos algunos requisitos de calidad y estilo. Una vez, un hombre bastante apuesto, con el que me aprestaba a salir por segunda o tercera vez, me comentó que era fan de Ken Follet. Mi libido cayó por el suelo (y confesar esto me costará alguna etiqueta de hipster y tendré que tomármelo con humor). Volvamos: la omnipresente idea del bestseller me impedía fantasear con el buen señor, pero seguí resistiéndome a mis “prejuicios” literarios. Así, llegué a la cama, donde la visión de Los pilares de la tierra sobre la mesilla de noche me terminó de aguar la fiesta.
Otra cosa, muy otra cosa, pensé, sería tener a Daniel Day Lewis susurrándome un poema mientras me mordisquea la oreja, diciéndome que me duerma en sus brazos como un pequeño pajarito, o un lorito, o lo que sea, en el bosque, porque él me cuida. El que crea que exagero, que mire este fragmento de La insoportable levedad del ser, peli literario-filosófica bien ochentera (y para derretirse), sobre libro de Milan Kundera.
Daniel Day-Lewis y Juliette Binoche en el filme de Philip Kauffman La insoportable levedad del ser, sobre libro de Kundera.
El verbo literario nos puede a las chicas, a algunas chicas, a muchas chicas. En realidad, más que los escritores, mi debilidad son los libreros: saben tanto, leen tanto, son tan enigmáticos y meditabundos, generosos, atentos…
Mi primer affaire con un librero data de mis aproximadamente 20 años. Yo lo visitaba en la tienda, tomábamos ginebra Bols (marca típicamente argentina) en la trastienda y allí también tenían lugar los escarceos, que a veces subían bastante de tono (siempre se podía cerrar la puerta de cristal y poner el papelito de “vuelvo enseguida”). Este tendero, algo mayor y muy suelto en lo suyo, me dijo una vez que era muy grave que yo no hubiera leído aún Cien años de soledad. Por supuesto, al día siguiente devoré el libro de García Márquez para estar a su altura.
Otra pequeña anécdota más reciente de libreros/editores la relaté aquí, hace un par de meses. La tercera mencionable es una historia algo platónica, que me llevó a conocer a autores sublimes pero nada populares y a leérmelos a toda pasión, para poder volver a la librería a comentar lo que fuera con el recomendador. Con este último no hubo sexo al uso y, sin embargo, se quedó en mí para siempre en los textos de Julián Ayesta, un escritor español de la posguerra, y de William Saroyan, un norteamericano-armenio, cronista exquisito de la Gran Depresión.
¿Quién duda sobre el poder evocador y romántico de las estanterías pobladas de libros? Aquí, el episodio de Friends, en el que Ross descubre que hay un picadero franco en el sector dedicado a la Paleontología de la prestigiosa biblioteca universitaria, justamente el área donde se halla su tesis doctoral.
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