viernes, 10 de febrero de 2012

Los acuerdos necesarios.

Acuerdos necesarios
Por: Ángel Gabilondo
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Me gustan los acuerdos. No cualesquiera, ni de cualquier modo, ni a cualquier precio. Vivir es acordar y no siempre es fácil ponerse de acuerdo, ni siquiera con uno mismo. Y, desde luego, gobernar es preferir, es elegir, es decidir, pero es determinante no olvidar que gobernar es acordar. Pues puestos a preferir, prefiero los acuerdos.

Hay antagonismos legítimos, posiciones encontradas que merecen todo el respeto, pero no es cuestión de que se anquilosen y bloqueen como losas enfrentadas. No concibo los espacios sociales, políticos y públicos sin la creación de ámbitos de diálogo, de acuerdo y de consenso, el único camino eficiente y estable. Esto no solo es discutible, sino que es discutido. Por tanto, incluso en este debate sobre la importancia de los acuerdos es probable que no lleguemos a coincidir.

No faltan quienes piensan que acordar implicaría renunciar a las propias convicciones, a los principios, a las ideologías, que, en definitiva, sería claudicar; prácticamente una rendición. En última instancia, les preocupa coincidir, no sólo con algunos, sino incluso con alguien. Es cierto que todo acuerdo combate el inmovilismo y la inflexibilidad de quienes malentienden la coherencia considerándola una posición prefijada y cerrada. No es cuestión de imponer ni de dejarse imponer, pero es desafortunado pensar que el acuerdo ha de establecerse sin afectar lo más mínimo a la posición ya previamente adoptada. De ser así, nunca sería posible. Los demás han de estar de acuerdo, eso sí, conmigo.
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Incluso para que haya acuerdos es necesario que existan previamente diferencias, disensiones y que se produzca un efectivo diálogo en el que confrontar las ideas y las posiciones. Sin embargo, abrirse a la posición de los otros no es ninguna claudicación, sino el camino para asentir en lo común. Todos hemos comprobado que hablan y actúan de modo radicalmente distinto quienes lo hacen con miras a un acuerdo y quienes bajo ningún concepto están dispuestos a adoptarlo. Es necesario argumentar, debatir, y considerar que no todo es irrefutable ni demostrable inequívocamente. Los acuerdos conllevan su incertidumbre, son radicalmente humanos, por tanto, discutibles y, en general, perfectibles. Pueden reescribirse, replantearse, aunque con miras a lograr nuevos y mejores acuerdos.

El acuerdo es el camino más consistente y sostenible, el que ha de basarse en una intervención participativa de quienes hacen suyo, de corazón, con suficiente convicción, lo acordado. En definitiva acordar viene de accordare (cor-cordis dice “corazón”). No ha de ser necesariamente una victoria para que sea eficiente, con perspectivas, y siempre exige generosidad.

En realidad, quiénes somos es resultado del acuerdo, como lo es la sociedad, la democracia, la convivencia y tantos y tantos conceptos y valores en los que nos desenvolvemos. Es adecuado cuestionarnos, replantearnos crítica, libre y valientemente, estos acuerdos de fondo, para consolidarlos, para fortalecerlos del modo más efectivo, que siempre es del lado de los ciudadanos y sus derechos.

El desdén por los acuerdos no solo resta estabilidad y proyección a las acciones y a las políticas humanas, sino que provoca desmembración y desarticulación social. No comparto la posición de quienes eluden los acuerdos porque estiman que de lo que se trata es de ejercer con energía los dictámenes de su voluntad y hacer valer el carácter de su decisión. La intensidad, la coherencia y la flexibilidad son también signos de una energía no menor. Tal vez en esto no estemos de acuerdo, aunque podemos buscarlo.

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