Soldados israelíes denuncian los abusos contra niños y adolescentes palestinos
El esquema de conducta rutinario del Ejército en los territorios ocupados no diferencia entre mayores y menores de edad, dicen los militares que se han atrevido a romper el silencio
Ana Carbajosa
Jerusalén
26 AGO 2012 - 18:17 CET
El joven D. ha pasado como la mayoría de los israelíes tres años en
el Ejército. A diferencia del resto, llegó un momento en el que decidió
desertar porque no le gustaba lo que veía ni lo que se veía obligado
hacer. Pasó por la cárcel y ahora se plantea dejar por escrito las
experiencias que le marcaron como soldado y que no se puede quitar de la
cabeza. Puede que las que más le ronden sean las de los niños. Las de
los soldados que pegan y abusan de los niños, a menudo víctimas de los
excesos del Ejército de ocupación. Su experiencia y la de otros soldados
que han decidido hablar, las publica Breaking the silence,
la organización israelí que aspira a romper el silencio que rodea a los
crímenes y excesos que cometen los jóvenes soldados en un país en el
que la mili es obligatoria y que se siente en guerra permanente.
D. pone ahora palabras a sus traumas sentado en una cafetería de Jerusalén. “Entramos en un pueblo. Tomamos la escuela y detuvimos a todos los hombres de entre 14 y 50 años porque nos habían dicho que gente del pueblo había tirado piedras. Eran las tres de la mañana. Los soldados llegaban con decenas de detenidos, esposados y con los ojos vendados. Uno detrás de otro. Formaban un tren. Estaban aterrorizados. Unos lloraban. Otros se hacían pis. Los soldados les zarandeaban y les tiraban de las orejas. Luego les sentaron durante horas y les interrogaron. Las esposas de plástico les cortaba la circulación”. Y prosigue: “Me tocó escoltar con otro soldado a un detenido de unos 14 años al baño. El oficial miró para atrás y al ver que no había testigos le dio un puñetazo al chico y lo tiro al suelo, que estaba lleno de mierda”. D. decidió que no quería participar nunca más en incidentes de ese tipo y desertó antes de que le recolocaran en una base como paramédico.
Los testimonios de los soldados hablan de un esquema de conducta rutinario en el que no diferencian entre mayores y menores de edad y en el que a los varones palestinos se les trata como un bloque homogéneo y peligroso. Las escenas que relatan los soldados se parecen mucho entre ellas: los militares entran en un pueblo palestino en el que ha habido manifestaciones o desde donde los jóvenes han tirado piedras y efectúan detenciones masivas. Maniatan a los detenidos y les vendan los ojos. Les dejan durante horas sentados en el suelo, muertos de miedo. Es durante esas horas cuando se producen las amenazas de muerte, las palizas y las humillaciones a los supuestos sospechosos. O una patrulla entra en un pueblo palestino, los niños tiran piedras contra los militares y acaban detenidos como los mayores. O niños a los que se utiliza como escudos humanos para entrar en casas y efectuar detenciones.
Algunas de las historias de los soldados revelan incidentes graves, que explican son posibles porque sienten que operan en un clima de impunidad; que hagan lo que hagan es muy poco probable que acaben en la cárcel por maltratar a un menor. “Nuestra misión es cazar a los malos. Lo demás son daños colaterales”, explica Amer, un joven sargento, que ha pasado a la reserva. “La consigna es que todos son culpables hasta que no se demuestre lo contrario. Por eso entramos en las casas por la fuerza bruta, como si todos los palestinos fueran suicidas. Por eso y porque el Ejército aplica un apolítica de riesgo cero. Casi todo vale con tal de no arriesgar lo más mínimo la vida de un soldado”, añade .
Gerard Horton, de Defence for Children International, organización dedicada a velar por los derechos de los menores en los territorios ocupados palestinos, habla de varios tipos de abusos a menores palestinos y pide “que se les trate igual que a los niños israelíes”. Para Horton, como para muchos observadores, uno de los grandes problemas es “la propia existencia de un Ejército de ocupación durante 45 años. Claro que no están entrenados para detener a niños, porque la idea de un Ejército no es que se dedique a controlar a una población durante décadas”.
El aislamiento y la agresividad son dos de los síntomas más típicos, según los especialistas del equipo de Médicos sin Fronteras en Hebrón. Concentran sus esfuerzos en terapias de corta duración, principalmente de enfoque cognitivo conductual, con las que tratan de borrar algunos de los traumas infantiles. La terapia de exposición a los soldados que practica Mohamad con su hermano forma parte del programa en el que participan niños y adultos. Humanizar a los soldados, ponerles cara y voz, les está ayudando mucho dice el mayor de la familia.
D. pone ahora palabras a sus traumas sentado en una cafetería de Jerusalén. “Entramos en un pueblo. Tomamos la escuela y detuvimos a todos los hombres de entre 14 y 50 años porque nos habían dicho que gente del pueblo había tirado piedras. Eran las tres de la mañana. Los soldados llegaban con decenas de detenidos, esposados y con los ojos vendados. Uno detrás de otro. Formaban un tren. Estaban aterrorizados. Unos lloraban. Otros se hacían pis. Los soldados les zarandeaban y les tiraban de las orejas. Luego les sentaron durante horas y les interrogaron. Las esposas de plástico les cortaba la circulación”. Y prosigue: “Me tocó escoltar con otro soldado a un detenido de unos 14 años al baño. El oficial miró para atrás y al ver que no había testigos le dio un puñetazo al chico y lo tiro al suelo, que estaba lleno de mierda”. D. decidió que no quería participar nunca más en incidentes de ese tipo y desertó antes de que le recolocaran en una base como paramédico.
Los testimonios de los soldados hablan de un esquema de conducta rutinario en el que no diferencian entre mayores y menores de edad y en el que a los varones palestinos se les trata como un bloque homogéneo y peligroso. Las escenas que relatan los soldados se parecen mucho entre ellas: los militares entran en un pueblo palestino en el que ha habido manifestaciones o desde donde los jóvenes han tirado piedras y efectúan detenciones masivas. Maniatan a los detenidos y les vendan los ojos. Les dejan durante horas sentados en el suelo, muertos de miedo. Es durante esas horas cuando se producen las amenazas de muerte, las palizas y las humillaciones a los supuestos sospechosos. O una patrulla entra en un pueblo palestino, los niños tiran piedras contra los militares y acaban detenidos como los mayores. O niños a los que se utiliza como escudos humanos para entrar en casas y efectuar detenciones.
Algunas de las historias de los soldados revelan incidentes graves, que explican son posibles porque sienten que operan en un clima de impunidad; que hagan lo que hagan es muy poco probable que acaben en la cárcel por maltratar a un menor. “Nuestra misión es cazar a los malos. Lo demás son daños colaterales”, explica Amer, un joven sargento, que ha pasado a la reserva. “La consigna es que todos son culpables hasta que no se demuestre lo contrario. Por eso entramos en las casas por la fuerza bruta, como si todos los palestinos fueran suicidas. Por eso y porque el Ejército aplica un apolítica de riesgo cero. Casi todo vale con tal de no arriesgar lo más mínimo la vida de un soldado”, añade .
Gerard Horton, de Defence for Children International, organización dedicada a velar por los derechos de los menores en los territorios ocupados palestinos, habla de varios tipos de abusos a menores palestinos y pide “que se les trate igual que a los niños israelíes”. Para Horton, como para muchos observadores, uno de los grandes problemas es “la propia existencia de un Ejército de ocupación durante 45 años. Claro que no están entrenados para detener a niños, porque la idea de un Ejército no es que se dedique a controlar a una población durante décadas”.
- “Al principio te sientes mal”. Sargento primero, Nablús, 2005.
- “Se hizo caca, oí como lo hacía, fui testigo de su humillación. Lo olí. Pero me daba igual”. Sargento primero, Hebrón 2010.
- “El oficial disparó a los piernas, pero desde una distancia muy corta”. Sargento primero. Hebrón, 2008.
- “Siempre esos llantos”. Sargento. Hebrón, 2010.
- “Disparó porque es el que manda”. Sargento primero, Nablús 2006-2007.
- “Tratan de entrar en Israel porque sus familias pasan hambre”. Sargento, Franja de Gaza. 2008.
- “Le lanzó una granada de sonido y el niño salió corriendo”. Sargento, Ramala 2009.
- “Los soldados salieron con bates y empezaron a dar palizas”. Sargento, Ramala 2006-2007
Humanizar a los soldados
A. C., Hebrón
Mohamad, el mayor de los hermanos, lleva de la mano al pequeño de visita a los chepckpoints
israelíes. Salen de su pueblo, a las afueras de la ciudad palestina de
Hebrón, al encuentro de los soldados para hablar con ellos. Esta
actividad tan atípica forma parte de los deberes que les ha puesto la
psicóloga para superar las secuelas de la operación militar que
presenció en su propia casa. “Los soldados atacaron nuestra casa durante
varios días con los niños dentro. Estaban aterrorizados”, explica la
madre de familia en la planta baja de la casa. Dos de los hijos entraron
en shock durante la incursión. Una de las hijas perdió el
conocimiento debido a un exceso de inhalación de gas lacrimógeno. La
pequeña todavía tiene convulsiones. El pequeño se fue aislando poco a
poco.El aislamiento y la agresividad son dos de los síntomas más típicos, según los especialistas del equipo de Médicos sin Fronteras en Hebrón. Concentran sus esfuerzos en terapias de corta duración, principalmente de enfoque cognitivo conductual, con las que tratan de borrar algunos de los traumas infantiles. La terapia de exposición a los soldados que practica Mohamad con su hermano forma parte del programa en el que participan niños y adultos. Humanizar a los soldados, ponerles cara y voz, les está ayudando mucho dice el mayor de la familia.
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