Morir de olvido
Por Juan José Lara.
Hay dos puertas:
el amor y el olvido, una de entrada y otra de salida. Catalina no supo cuando
traspasó ese umbral.
Experimentó el
amor y como todas se dio cuenta que existía ese sol hasta cuando le quemó la
piel.
Se casó con un
visitador médico después de un sosegado noviazgo; donde hubo algunos asaltos
nocturnos de caricias desbocadas que, su enamorado como buen aficionado al
deporte olímpico de tiro, en sus diferentes posiciones, solo terminaban en
disparos que no derribaban ningún plato.
De casados
intentaron con el esposo la perfección conyugal, con oficios religiosos,
domingos familiares, tres hijos agraciados; en fin se volvieron ciudadanos de
la virtud.
El marido tenía
que viajar durante semanas por su trabajo. Ella se preocupaba porque en el país
no había guerra pero tampoco paz. Conjuraba el tedio recorriendo plazas,
centros comerciales, el zoológico y restaurantes de comida rápida
Sus días estaban
teñidos del color ordinario de la rutina; quizá los más sobresaliente era que
más de una vez resultó siguiendo a algún hombre que por detrás se parecía a su
esposo. Hasta que Catalina riéndose de si misma, pensó: “cómo se le podía
ocurrir semejante idea de encontrarse con su pareja, si él estaba de viaje”.
Sus hijos en la
madrugada de la adolescencia se marchaban puntuales a estudiar. Extrañados
contaban que, en algunas ocasiones, algún desconocido les enviaba regalos al
colegio; pensando la madre que sin duda procedían del padrino de los muchachos.
Un día su esposo regresó con algunos signos
preocupantes debiéndose internar en un
hospital, sin que lograra recuperarse falleciendo después de algunas horas de
muerte súbita cardiaca.
Catalina no podía
llorar, ni gritar, no sentía el cuerpo, tampoco dolor, solamente un inmenso
estupor plagado de incredulidad; su mundo se había destrozado en un instante y,
como es común es dichos casos, no era fácil aterrizar.
Un acontecimiento
la hizo ubicarse. Llegó una mujer joven a los funerales con dos niños llorando
consternada, manifestando ser mujer del difunto y los infantes sus hijos. Sobra
decir que la conmoción de los concurrentes fue desmesurada. En el entierro el féretro
estuvo flanqueado por el dúo de mujeres con sentimientos encontrados.
Al escuchar su
historia asombrado solo alcancé a preguntarle:
- ¿Todavía guarda algún recuerdo amoroso de su marido?
- Cuando quiero, quiero mucho, cuando olvido, olvido todo.
También hay muertes de olvido.
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