jueves, 30 de agosto de 2012

Morir de olvido/ cuento corto



Morir de olvido

Por Juan José Lara.

      Hay dos puertas: el amor y el olvido, una de entrada y otra de salida. Catalina no supo cuando traspasó ese umbral.

      Experimentó el amor y como todas se dio cuenta que existía ese sol hasta cuando le quemó la piel.

     Se casó con un visitador médico después de un sosegado noviazgo; donde hubo algunos asaltos nocturnos de caricias desbocadas que, su enamorado como buen aficionado al deporte olímpico de tiro, en sus diferentes posiciones, solo terminaban en disparos que no derribaban ningún plato.

     De casados intentaron con el esposo la perfección conyugal, con oficios religiosos, domingos familiares, tres hijos agraciados; en fin se volvieron ciudadanos de la virtud.

     El marido tenía que viajar durante semanas por su trabajo. Ella se preocupaba porque en el país no había guerra pero tampoco paz. Conjuraba el tedio recorriendo plazas, centros comerciales, el zoológico y restaurantes de comida rápida

     Sus días estaban teñidos del color ordinario de la rutina; quizá los más sobresaliente era que más de una vez resultó siguiendo a algún hombre que por detrás se parecía a su esposo. Hasta que Catalina riéndose de si misma, pensó: “cómo se le podía ocurrir semejante idea de encontrarse con su pareja, si él estaba de viaje”.

     Sus hijos en la madrugada de la adolescencia se marchaban puntuales a estudiar. Extrañados contaban que, en algunas ocasiones, algún desconocido les enviaba regalos al colegio; pensando la madre que sin duda procedían del padrino de los muchachos.

     Un día su esposo regresó con algunos signos preocupantes debiéndose  internar en un hospital, sin que lograra recuperarse falleciendo después de algunas horas de muerte súbita cardiaca.

     Catalina no podía llorar, ni gritar, no sentía el cuerpo, tampoco dolor, solamente un inmenso estupor plagado de incredulidad; su mundo se había destrozado en un instante y, como es común es dichos casos, no era fácil aterrizar.

     Un acontecimiento la hizo ubicarse. Llegó una mujer joven a los funerales con dos niños llorando consternada, manifestando ser mujer del difunto y los infantes sus hijos. Sobra decir que la conmoción de los concurrentes fue desmesurada. En el entierro el féretro estuvo flanqueado por el dúo de mujeres con sentimientos encontrados.

     Al escuchar su historia asombrado solo alcancé a preguntarle:

- ¿Todavía guarda algún recuerdo amoroso de su marido?

- Cuando quiero, quiero mucho, cuando olvido, olvido todo. También hay muertes de olvido.

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