Hasta el siglo XIX la esperanza de vida de los habitantes del planeta era de 40 años, con el arribo del siglo XX la esperanza de vida aumentó considerablemente debido a los avances de la medicina y de las normas de higiene; por lo que el número de nacimientos empezó a ser mayor al de las defunciones, además de alargar con demasía la posibilidad de vida de los habitantes del mundo occidental.
A este fenómeno se le conoce como la "transición demográfica" y cuyos efectos aun seguimos observando en este siglo XXI.
Nuestros más remotos ancestros, tatarabuelos, por ejemplo, vivían máximo 40 años, en ese lapso se casaban o se amancebaban como animalitos del bosque, tenían muchos hijos y mucho más embarazos, al llegar a la vejez a eso de los 40 años ya eran abuelos venerables y al poco tiempo morían. Luego entonces, el amor eterno de esas parejas duraba exactamente 30 años.
Actualmente cuando la humanidad ha podido prolongar la esperanza de vida hasta los 80 años en promedio, viviendo más las mujeres que los hombres, las relaciones de pareja y creación de familias ha sufrido una radical transformación.
Si se puede llegar a vivir hasta 90 años, da tiempo de tener tres o cuatro matrimonios y formar varias familias nucleares. Será muy exótico el hecho de que algunas parejas matrimoniales lleguen a celebrar sus primeros 60 años de casados en el siglo XXI.
Hoy en el mundo occidental, las mujeres han tenido un tiempo lo suficientemente largo para críar y educar a sus hijos, luego les sobreviene el divorcio o la separación y les quedan todavía 30 ó 40 años de vida con "el nido vacío". Ese largo período de vida "posmaternal" constituye un problema social significativo para millones de mujeres, que muy a menudo no tienen ninguna actividad concreta que les llene la vida.
Los hijos son, en principio, hijos deseados y la maternidad una maternidad deseada. Pero las investigaciones demuestran que una maternidad sin dependencia económica del marido y sin responsabilidad de la familia aún sigue siendo una utopía para muchas mujeres. La nueva generación de mujeres tiene, no obstante, la posibilidad (a diferencia de sus madres) de determinar si quieren tener hijos, cuándo los quieren y cuántos.
En los casos del divorcio creciente se puede observar que la mujer se queda "con los hijos pero sin ingresos" y los hombres se quedan "con ingresos pero sin hijos". Por su capacidad de parir, la mujer tiene el título de posesión de los hijos. La parte del padre en el hijo queda sujeta al antojo de la madre.
La respuesta actual a la pérdida irremediable de los hijos después del divorcio, está obligando a muchos padres a "secuestrar a sus hijos".
Aquí se cuela un tema importante en las relaciones de parejas contemporáneas: que lo que mantiene unido al matrimonio y a la familia no es tanto el fundamento económico y el amor, sino el MIEDO A LA SOLEDAD.
Por ello, la familia única para toda la vida empieza a ser la excepción y la regla venidera será UN IR Y VENIR ENTRE DIFERENTES FAMILIAS TEMPORALES, o bien entre formas de convivencia no familiares según las fases de la vida.
El concepto de eternidad se ha relativizado mucho en estos tiempos de la posmodernidad. Frases como : "te amaré eternamente" o "viviré para ti eternamente", son insostenibles e incumplibles para cualquiera.
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