A primera vista puede parecer que el movimiento social de los años setenta se haya sumergido en un "subjetivismo de mirarse el ombligo". Dentro del psicoanálisis se llega a encontrar en los últimos años un ardoroso narcisismo, incapaz de ver al otro.
En la sociedad individualizada, cada persona tiene que aprender a considerarse a sí misma (so pena de un perjuicio permanente) como el centro de acción, como la oficina de planeación de las posibilidades y obligaciones de su currículum.
Se requiere un modelo activo de acción de la vida cotidiana que tengo el YO como centro, que le adjudique oportunidades de acción y que permita de este modo controlar convenientemente las obligaciones de configuración y las posibilidades de decisión que surgen en relación con el propio currículum.
Eso significa que para la propia supervivencia se desarrolla una visión del mundo centrada en el Yo.
El resultado es que la gente se toma la libertad de gozar de la vida ahora y no en un futuro remoto, de desarrollar conscientemente una cultura del placer.
A partir de estas experiencias, se crea "una nueva ética" basada en el principio de "cumplirse a uno mismo".
El concepto de responsabilidad es personal, no abarca a nadie más que al Yo.
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