sábado, 22 de octubre de 2011

El perfecto y el 'calavera'.

Mr. perfecto y el príncipe calavera


Una sobredosis por poco le cuesta la vida a Lapo Elkann, heredero del 'avvocato' Agnelli. Rehabilitado, se reinventa a la sombra de su hermano John, el modélico presidente del imperio Fiat. Ambos pugnan por emular al abuelo desde ángulos opuestos.


La presencia de Lapo Elkann, nieto de Giovanni Agnelli, fue lo más llamativo de la reapertura del Museo del Automóvil de Turín, en marzo pasado. No solo porque el heredero de la dinastía más poderosa de Italia vistiera un traje azul eléctrico, sino porque guió por las salas al presidente italiano, Giorgio Napolitano, como un consumado maestro de ceremonias. Lapo estuvo locuaz y desenvuelto, confirmando los rumores que lo señalan como el próximo presidente del museo recién dedicado a su abuelo.

Un cargo más bien honorífico, pero lleno de significado, porque supondría un acercamiento evidente al Grupo Fiat, del que fue responsable de promoción hasta 2005. Ese año se produjo la catástrofe. Una sobredosis de cocaína y heroína, consumida en el domicilio de un conocido travestido de Turín, estuvo a punto de costarle la vida. Por la mente de los Agnelli cruzó fugazmente el recuerdo de los desgraciados miembros del clan. Giorgio, hermano del Avoccato, adicto a las drogas que terminó sus días en una clínica mental. O Edoardo, hijo mayor de Gianni, heroinómano que acabó lanzándose desde un viaducto en 2000.


Lapo sobrevivió. Dejó el cargo en la empresa y se curó de su adicción en una clínica de Arizona. Cuando regresó a Italia, en 2007, era un hombre nuevo. Repleto de iniciativas que obtuvieron masiva atención de los medios. Presentó Italia Independent, una marca que diseña y vende desde prendas de vestir hasta gafas de fibra de carbono, y, más tarde, La Holding, un proyecto que se atribuye la "misión" de "actuar como catalizador de innovación. Apadrinando el nacimiento y el desarrollo de nuevas ideas empresariales".

Hasta ahora, sin embargo, no ha conseguido recuperar su antiguo puesto. "No creo que lo esté buscando. Lapo ha encontrado su camino. Tiene su propia empresa, una consultoría de diseño; se ocupa de publicidad. Él es un creativo, nunca fue un mánager experto en gestión como su hermano John", dice Luca Cordero de Montezemolo, presidente de Ferrari (del Grupo Fiat), firma con la que colabora Lapo. Montezemolo, que ha presidido la patronal italiana y la Fiat, sabe de lo que habla. "Les conozco a los dos desde que nacieron. Ya desde pequeños eran muy diferentes, y con los años las diferencias han aumentado".

El presidente de Ferrari describe a John como una persona seria, muy respetuosa de su papel. "Su abuelo apreciaba mucho su dedicación al trabajo. Lapo, en cambio, era inquieto desde pequeño. Le llamaban la atención los colores y le gustaba escoger su ropa. Es una persona creativa".

Esas diferencias explican, quizá, la vida y la carrera profesional de cada uno. Una carrera decidida de antemano. El abuelo adoraba a Lapo. Se reían juntos, pero le conocía bien y decidió que John era el indicado para sucederle al frente del grupo familiar. Desde finales de los años noventa, el heredero, con su rostro angelical y su aspecto de no haber roto nunca un plato, se sienta en el Consejo de Administración de Fiat, y en 2010 asumió la presidencia. John es además el que decide sobre las inversiones de la familia, como líder de la compañía Exor. A los 35 años, es un empresario de éxito con la vida hecha. Está casado y tiene dos hijos pequeños, Leone y Oceano.

Lapo, que acaba de cumplir 34 años, es un soltero de oro, aunque desde hace un tiempo tiene novia formal: una prima segunda, Bianca Brandolini D'Adda. Es asiduo de fiestas y presentaciones de moda, campo en el que se le considera una autoridad. Periódicamente encabeza las listas de los hombres mejor vestidos del mundo. Aunque Lapo se preocupa de aclarar siempre que es "el estilo" y no la moda lo que le interesa. Su presencia es un imán para los fotógrafos, que le han pillado aparcando en el carril del tranvía en Milán y en zona de carga y descarga en Turín. En Capri protagonizó no hace mucho con un grupo de amigos un altercado a propósito de un taxi marca Lancia (del Grupo Fiat), del que Lapo se declaró propietario. No todos entendieron la broma. El sentido del humor, del sarcasmo, era también un rasgo distintivo del abuelo. Razón de más para cultivarlo.

Los dos pugnan por acentuar lo que les une al Avvocato (un título muy al gusto de la sociedad italiana, a pesar de que solo era licenciado en Derecho, no abogado). John, esforzándose en la entrega al trabajo en la mejor tradición piamontesa que poseía el abuelo en sus años de madurez. Y, aunque no por imitarle, se ha casado con una aristócrata, Lavinia Borromeo, igual que el abuelo se unió a Marella Caracciolo, descendiente de un príncipe napolitano. Lapo ha heredado la osadía indumentaria que caracterizaba a Gianni fuera de la oficina y la ha llevado a insospechados extremos coloristas. Habla como el abuelo, quien se hartó de ir a fiestas y acumular amantes en su juventud y no tomó el timón de Fiat hasta cumplidos los 45 años. El Avvocato era caprichoso y le gustaba conducir coches especiales, modelos Fiat preparados con motores Ferrari. Algo parecido a la personalización de ropa y automóviles que hace ahora Lapo.

Los dos Elkann poseen el instinto de los Agnelli para navegar por las aguas turbulentas de la política y las finanzas italianas. Gianni y Umberto aceptaron dinero del coronel Gadafi, aunque después recompraron las acciones. La supervivencia de Fiat, bajo el control familiar, ha sido siempre una prioridad para los Agnelli, que han sabido entenderse con Mussolini, con la Democracia Cristiana, con los Gobiernos de centro-izquierda y con Silvio Berlusconi, pese a la falta de sintonía personal entre el Avvocato y Il Cavaliere. No hace mucho, Lapo Elkann declaraba en una entrevista "respeto a Berlusconi porque es una persona que hace cosas, aunque no siempre estoy de acuerdo con lo que hace". Una prudencia digna de su hermano, el bondadoso.

"John sabe ser duro pese a ese físico angelical", objeta Evelina Christillin, sentada en su despacho en la sede del Teatro Stabile de Torino, de cuya fundación es presidenta. Christillin es todo un personaje en Turín, ciudad en la que organizó los Juegos de Invierno de 2006, y creció con los hijos del Avvocato. "Es cierto que Lapo era rebelde desde pequeño. No había forma de llevarlo a la catequesis. Pero es muy cariñoso. Una persona muy necesitada de afecto". Christillin, de 55 años, íntima de los Agnelli, cree que esa disparidad de caracteres ha contribuido a acercarles. "Hasta físicamente son opuestos.

Lapo se parece más al padre; John, a la abuela". Ambos nacieron en Nueva York y han compartido una infancia y adolescencia de auténticos nómadas. De Nueva York viajaron a Londres (donde nació su hermana menor, Ginevra); luego, a París; más tarde, a Brasil y Francia de nuevo. En un paisaje tan cambiante había que agarrarse a alguna certeza. "Mi referencia constante eran mis hermanos", contó John en un acto celebrado el año pasado en la Universidad Bocconi de Milán. Y parecía sincero.

Los padres, Margherita Agnelli y el escritor italo-francés Alain Elkann, se separaron en 1981. Margherita se quedó con los niños, a los que arrastró por el mundo con su segundo marido, el conde ruso Serge de Pahlen, que acabó trabajando también para Fiat. La familia no dejó de aumentar. John pasó a ser el mayor de ocho hermanos residiendo siempre en el extranjero. Solo de vacaciones viajaban a Italia. Lapo ha agradecido siempre a esa vida itinerante su condición de "italiano global". Pero mientras él, el rebelde, era enviado a colegios internos y, más tarde, a Nueva York, a trabajar con Henry Kissinger, a su hermano, el primogénito, había que prepararle a conciencia.

A los 18 años, John aterrizó en Turín para estudiar ingeniería. "Casi no sabía italiano", recuerda Evelina Christillin. Y comenzó un rápido aprendizaje, siempre de incógnito, por distintas divisiones de la empresa. En enero de 2003 murió el abuelo, a los 81 años, y su tío abuelo Umberto, que sobrevivió al Avvocato poco más de un año, tomó las riendas del grupo en uno de los peores momentos de su historia. La llegada a Fiat de Sergio Marchionne y una discutida operación de ingeniería bursátil evitaron la catástrofe.

"Marchionne es el que lleva el timón en Fiat. John Elkann ocupa el puesto de control que corresponde a los mayores accionistas del grupo. Hoy sería impensable un liderazgo como el de Gianni Agnelli", dice el profesor de la Universidad Bocconi Giuseppe Berta, autor de un libro sobre Fiat. La monarquía industrial absolutista que se mantuvo en pie en vida del Avvocato ha dado paso a una monarquía constitucional. John, el nuevo príncipe, ya no tiene el mismo poder, ni el mismo glamour. Es un empresario más que se pasa la vida en los aviones y va a recoger a sus hijos a la escuela cuando está en Turín.

La ciudad ha dejado de depender del grupo. En la fábrica de Mirafiori apenas trabajan 5.000 personas, mientras Fiat, que se ha fusionado con Chrysler, concentra sus fuerzas en el exterior, sobre todo en Brasil. Aun así, la historia pesa, y los Agnelli son respetados. Aunque el clan se ha resquebrajado a raíz de la guerra declarada por Margherita, la única hija de Giovanni y Marella Agnelli, a su madre por la herencia familiar. Margherita ha vertido todas sus quejas en el libro I Luppi & Gli Agnelli (juego de palabras traducible como "los lobos y los corderos"), del periodista Gigi Moncalvo, en el que se habla de la antigua dislexia de Lapo y se describe a John como un joven sometido a la voluntad de Gianluigi Gabetti, un asesor del Avvocato.

Turín, engalanada con banderas italianas por el 150º aniversario de la unificación de Italia, parece hoy ajena a este litigio que hizo correr ríos de tinta. La gente está pendiente de los planes futuros de Fiat. Pero los turineses saben que las cosas no volverán a ser igual. Aunque la nueva Fiat triunfe, y con ella los herederos Agnelli, nadie volverá a ocupar el sillón del viejo patriarca.

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