viernes, 9 de diciembre de 2011

Lo odioso de ser madre.

Cosas odiosas de ser madre
Por: Cecilia Jan
.Pues sí, las hay. No iban a ser todo momentos de felicidad, eso ya lo ha comprobado cualquiera que haya visto su mundo vuelto del revés con la irrupción de un hijo. Hay muchas preocupaciones y miedos, y también, muchas cosas odiosas, de esas que nadie te explica antes de lanzarte a procrear (aclaración a los quisquillosos, pongo en el título "de ser madre" porque hablo en primera persona, no porque quiera excluir a los padres, por supuesto que vale también para los hombres). Para algunos son naderías y para otros un suplicio diario. Aquí va mi lista. ¿Qué odiáis vosotros de ser padres o madres?
.1. Aspirar los mocos a los bebés. Debe ser porque lo tengo muy muy reciente, con la pequeña Elisa (cuatro meses y medio) con bronquiolitis. La única recomendación en la que coinciden todos los pediatras cuando un bebé se pone malo: "Lavados frecuentes con suero fisiológico y aspirado". Todos los días, me siento un poco como una torturadora, cuando veo la cara de pánico de Elisa mientras le introduzco el aspirador por la nariz y sorbo, con la sensación de que le voy a sacar los sesos. Aunque podría ser peor: mi madre me cuenta que cuando mi hermano y yo éramos pequeños, nos sorbía los mocos directamente con la boca y luego los escupían... ¡Puaj!

2. Conducir con un bebé llorando. Sobre todo si no hay copiloto que pueda dar, por lo menos, apoyo moral. Ante la inutilidad de parar (¿calmarla para que se ponga a llorar otra vez nada más sentarla?), opto por la huida hacia delante, llegar lo antes posible para sacarla del coche. Entonces es cuando te pillan todos los semáforos y atascos. El colmo del desastre, estar perdido en la M-40 con tres niños atrás, uno de ellos un bebé que no para de llorar. David y Natalia tampoco aguantaban el coche de pequeños, pasados los primeros meses en los que se dormían nada más arrancar, vinieron varios meses en los que eran ellos los que se arrancaban, a gritar y llorar. Elisa va por el mismo camino...

3. Enseñar a dormir a los bebés. Da igual la técnica, con lágrimas, sin lágrimas, hasta que cogen una pauta de sueño es un suplicio. Será, efectivamente, que los he acostumbrado a dormirse en brazos, pero la mezcla del síndrome de la cuna con pinchos y el sensor de movimiento y altura que tienen incorporado de serie hace bastante complicado acostarles sin más. Ahora le toca a Elisa. Ya me sé todas las teorías de la rutina para el sueño, acostarles despiertos o adormilados, etc. Pero después de la rutina, cuando la acuestas despierta, síndrome de la cuna con pinchos. La coges, la tranquilizas, se adormece, la vuelves a acostar. Cuna con pinchos. Una y otra vez, hasta que te vuelves a sentir como una torturadora, esta vez, como la que logra confesiones mediante el método de no dejar que los prisioneros se duerman. A la hora, la duermo en brazos y digo "mañana será otro día".

4. Intentar que coman (aportación de mi compañero Javi Salvatierra). Cuando no quieren, se entiende. Hay varias opciones: frases absurdas, amenazas, chantajes o sobornos, distraerles con cuentos o la tele, darles de comer aunque tengan cuatro años, perseguirles por la casa con el plato... Yo he optado por el estilo zen-peñazo: me viene estupenda para tranquilizarme la teoría de que los niños, como todos los cachorros animales, saben autorregularse y comen lo que necesitan. Pero estoy convencida de que si no existiese el comedor escolar, los míos estarían desnutridos. Así que alterno el "no pasa nada si no comes" con el "veeeeeeeenga, sólo cinco cucharadas más".

5. Intentar que se laven los dientes. Son los 10 minutos más tensos de la noche. Entre los momentos dulces de ver la tele en familia y el cuento antes de dormir, hay que conseguir que dos retacos se laven los dientes de verdad, en vez de comerse la pasta y juguetear con el cepillo. David (cuatro años) tiene una técnica bastante depurada, pero a la mínima se escaquea, así que para que lo haga en condiciones, hay que contar 20 mientras se da en cada lado. Natalia (dos años y medio) lo quiere hacer todo sola, pero aún le cuesta, así que todas las noches hay que pelearse con ella y practicarle una llave inmovilizante para que se deje ayudar.

6. Los desacuerdos con tu pareja. ¿Quién dijo que los niños unen? Es un milagro que no haya muchos más divorcios en las familias con hijos. Pasados los primeros momentos de arrebolamiento ante el nuevo bebé, las oportunidades de discutir son múltiples. Y es que nadie, cuando se enamora y forma una pareja, examina a su contraparte sobre sus opiniones educativas o de crianza. ¿Estivill o González? ¿Cole público o privado? ¿Abrigado hasta las cejas o déjale, que el frío curte? Lo reconozco, en este sentido, soy un auténtico coñazo que además hace lo que no se debe: mostrar mis desacuerdos delante de los niños.

7. Hacer caca en servicios públicos. Uno de los ejemplos más claros de cómo te cambia la maternidad. De pasar a que te dé grima cualquier baño público y asco la caca propia, a limpiar culos sin parar desde hace cuatro años y no dar la más mínima importancia cuando te pringas sin querer con un pañal o directamente te echan un chorro encima (sí, sí, los bebés lactantes hacen eso). Eso sí, no soporto que cada vez que salimos a comer, en cuanto empezamos, dice uno "quiero hacer caca". Gracias, Eduardo, por ir tú.

8. Enseñarles a compartir y a no pegar. Acabas por no saber si intentas educar a tu hijo o ganar un óscar de interpretación para no quedar mal ante los demás padres del parque. Lo de "venga, déjaselo un ratito a Fulanito, que hay que compartir" es un clásico que nos sale muchas veces en cuanto otro niño muestra interés en algo que tiene el nuestro. Por supuesto que es exagerado, pero a los adultos tampoco nos gusta tanto compartir, como recordaba Yolanda Monge en este artículo. Pegar es una fase por la que pasan muchos niños (a los dos años, si es a los 10, el problema sí es grave). Pese a ello, da vergüenza que tu niño sea el pegón, así que sobrerreaccionamos: "¡Muy mal! ¿Cuántas veces te he dicho que no se pega? ¡Ve a darle un abrazo a Fulanito y pídele perdón, y estás castigado!". Mientras, los padres de Fulanito rebajan la agresión: "No pasa nada, uy, si no le ha hecho daño, así espabila", aunque por dentro piensan: "Que no se nos vuelva a acercar ese niño asesino, menudo peligro".

9. Cortarles las uñas de los pies. Ésta es una contribución de mi compañera Ana Pantaleoni con la que coincido. Cuando son bebés, en cuanto le coges el dedito, se activa el resorte y lo encogen, con lo que es dificilísimo llegar a la uña. Cuando crecen, activan otro resorte: "¡Me haces daño, mamá!". "Pero si no he empezado". "¡Buaaaaaaaaaaa, no no no, me haces daño!". "Pero si todavía no he cortado"...

10. Buscar piojos y liendres. Cada otoño-invierno, notita del cole: "Por favor, se han detectado piojos en algunos alumnos, revisen bien las cabezas de sus hijos". Brrrrr, qué grima cuando te encuentras un bicharraco negro en el pelo de tu precioso retoño. E intentar que se queden quietos para rebuscar, como si fuera un tesoro... Aunque por suerte, no he tenido ataques tan furibundos como los de mi compañera Clara Blanchar, que lo ha probado todo todo. Por el momento, nos defendemos con el aceite del árbol del té, toco madera.

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