miércoles, 1 de febrero de 2012

ROJO/ teatro.

Las cien representaciones de Rojo
Elena Poniatowska



Paula Haro, quien vive en Mérida, se levanta y ve todos los días el programa El Mañanero y eso la pone de buen humor. También para miles, Brozo es un despertar a la crítica inteligente y a la risa. Por eso sorprende que haya escogido representar al pintor Mark Rothko, judío ruso que desembarcó en Ellis Island en 1913 y que siempre caminó sobre el filo de la navaja y, al igual que Van Gogh, estaba destinado al suicidio.

Todo el horror de la locura y de la depresión, todo el vacío y los terrores mortales, toda la tragedia griega, desde Ifigenia hasta Antígona, están en sus telas negras y grandiosas.

Si Víctor Trujillo sabe sacar de sí mismo con tanta excelencia la angustia del creador, es porque la conoce.

Si Víctor Trujillo nos comunica su rabia esencial es porque las emociones básicas nunca le han sido ajenas. Si Víctor Trujillo nos hace sentir que caminamos sobre una balsa a punto de hacer agua es porque él la vive todos los días al comunicárnosla en la madrugada.
No sé si Víctor Trujillo sea un hombre religioso, pero Rothko lo fue. Su capilla Rothko, en Houston, es quizá la única experiencia religiosa de los que no tienen dios.

La rapidez con la que los actores Víctor Trujillo y Alfonso Dosal cubren una tela en esta obra Rojo me llenó de asombro, porque no la lograría ni el más avezado pintor de brocha gorda. John Logan estaría orgulloso de semejantes intérpretes, así como muchos de nosotros estamos contentos de descubrir a un Víctor Trujillo que tiene afinidades con un hombre que supo jugársela y para quien lo único valioso fue el compromiso con lo que se cree, a costa de la propia vida

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