viernes, 24 de agosto de 2012

La Musa/ cuento corto


La musa

Por Juan José Lara

   

     Lidia vive en el extranjero,  me mandó unas fotografías suyas y al verlas pienso que ahora solo es plato donde hubo una deliciosa vianda.

     La conocí hace treinta y cinco años y, estremecido todavía, recuerdo haberle dedicado mi poema adolescente más sentido “Silabario de un amor sin esperanza”.

     Mis versos estaban escritos al puro estilo Manuel Acuña el del “Nocturno a Rosario” con toda la gracia y la cursilería de los primeros enamoramientos.

     Lidia me miró cuando terminé de leerle el esperpento, emocionado traté entonces de descifrar sus ojos, solo logró balbucear azorada:

- ¡Está lindo!...

     Yo pensé que era la impresión de sentirse alcanzada por los latidos de mi corazón en aquellas rimas, aunque hoy pienso que era únicamente compasión. A esas alturas yo  era un muchacho tímido, esmirriado que solo sabía escribir versos.

     Después mis sentimientos por Lidia eran tan obvios que lo sabía toda la escuela. Pronto me pareció interpretar la misma mirada de piedad también en mis compañeros, hasta que uno de ellos me habló a solas.
 
- ¡Eres lerdo! Lidia está saliendo con “El rockero”.

     Hoy  con los años he reparado que ella siempre interiormente decía “Soy mucha musa para un solo poeta”. Menos mal solo llegué a escribir “El silabario” y no caí abatido por la maldición de “la Musa fatal” divulgada también en el libro que tiene este nombre, porque en la época de los románticos la consigna era morir de amor antes que vivir sin él, lo cuál llevó a Manuel Acuña a suicidarse después de escribir el “Nocturno”.

     La última puñalada sufrida con esa pasión ingrata por Lidia la sufrí cuando me dijo el mismo compañero, que ella tenía un novio abogado el cuál le había escrito una dedicatoria galante en un libro.

     Finalmente en la fiesta de graduación se presentó y yo mareado por los recuerdos y las copas le confesé tardíamente mi amor, solo respondió:

-   Siempre lo supe por tu mirada. No la vi más, hasta que me envío las fotos ignorando con quién averiguó mi correo, arrancándome un suspiro que me hicieron decir, “Todavía puede ser mi musa”.

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