La mirada.

Cuando otro nos mira y nosotros le miramos a él estamos en el inicio de la aparición del "otro trascendente". Alguien que nos mira está en un lugar perfectamente definido del mundo, de ese mundo en el que yo mismo estoy y compartimos.

La mirada lo primero que hace es establecer distancias. Es posible que hasta ese momento yo me encontrase leyendo el periódico, pero la mirada mutua me ha sacado de mi mundo para ubicarme perfectamente en el mundo objetivo.

El otro y yo compartimos el mismo mundo, y el problema que se me presenta ahora es el de la aproximación o el rechazo. Si el otro es un "amigo" o "conocido", aparecen inmediatamente las experiencias comunes. Son estas experiencias, precisamente, las que propiciarán la aproximación o el rechazo.

La aproximación se produce cuando la objetividad por ambos constituida es interesante para mi. Si, por ejemplo, encuentro de modo intempestivo un antiguo compañero de la universidad, yo hago, de inmediato, una evaluación del interés que para mi tiene mantener la vigencia de ese mundo. Porque estoy muy seguro de que con él sólo podré hablar de lo que compartimos, que fueron las aulas universitarias.

Es posible que esta realidad compartida me resulte odiosa, porque fui un mal estudiante y no quiero que eso sea recordado por él, por ejemplo. Como no quiero compartir esa realidad hago como que no he visto a ese compañero de la juventud.

También es posible que, contrariamente, opte por hablar con él y modificar mi ubicación en esa realidad compartida. En ese caso me acercaré con la intención de explicarle que ya soy otra persona, que ya cambié radicalmente mi conducta anterior. No cabe duda de que esta actitud parece más sana, puesto que me he liberado del pasado. Liberación que se manifiesta, en este caso concreto, en modificar la idea que el otro tiene de mi. También es posible que mi antiguo compañero de clase no despierte ya en mi ningún interés, y lo viva como un extraño. En este caso tampoco haré nada por aproximarme a él.