domingo, 2 de mayo de 2010

Un Harakiri intencional.

Ni sus amigos ni su familia podían dar crédito a lo que sus ojos veían, Tiburcio vestido de kimono.

En realidad sí existe el kimono masculino en las culturas orientales, aunque los países occidentales solo conocen el kimono femenino. Este atuendo tradicional se usa en la comodidad del hogar o en ceremonias especiales.

Para Tiburcio esta era una ocasión especial, se estaba casando con Fumiko Matsumoto, que de hoy en adelante será de García, tal como se acostumbra en San Benito, Petén, las mujeres al casarse cambian su apellido de soltera por el de casada.

Kumiko Matsumoto de García, en un futuro inmediato, o mejor aún Fumiko García para su mayor comodidad en el pueblo. Tiburcio se consideraba muy afortunado al casarse con una japonesa auténtica, ya que tienen fama de ser trabajadoras y leales con sus maridos, al menos eso ocurre en Japón según le comentó su futura suegra.

Tiburcio conoció a Kumiko, quien era una arqueóloga reconocida en Japón, en una visita de una misión japonesa a Tikal, y como él era el director del Museo de Sitio de Tikal, le tocó recibir al grupo de arqueólogos japoneses y conducir una visita guiada por todo la zona de los grandes templos.

Si bien en la comitiva japonesa venían varias mujeres estudiosas de la cultura maya guatemalteca, a Tiburcio le pareció Fumiko la más bonita de todas, con su cabello negro y lacio, y sus ojos rasgados, una especie de rayitas o ranuras en ese redondo rostro blanco como la nieve. Además, Fumiko era una mujer diminuta, y bien proporcionada, parecía una muñequita de porcelana, linda ella.

Tiburcio se lanzó de inmediato a conquistar a esa mujer japonesa que lo hechizó con sus encantos, por eso se hizo el aparecido en el hotel donde la misión japonesa se alojaba en las inmediaciones del centro arqueológico de Tikal. Con cualquier pretexto se sentó a la mesa donde Fumiko cenaba acompañada de algunos colegas, japoneses y guatemaltecos, siendo los japoneses el colmo de la amabilidad con conocidos y extraños, no fue raro que aceptaran a Tiburcio en su mesa, a quien de inmediato le dieron a beber en una delicada tacita de porcelana, un poco de sake, esa bebida alcohólica extraida del arroz, y que se bebe caliente.

El sake es dulzón, y caliente, y hace estragos silenciosos en quienes lo beben sin medida. Esto provoca discretas risitas de los japoneses en todas partes del mundo, cuando sus invitados occidentales empiezan a querer hablar con soltura y no pueden, porque la lengua se les hace de trapo.

Tiburcio que tenía fama en el pueblo de ser un gran bebedor de Ron Zacapa, del cual se podía tomar él solo una botella en toda la noche. Con el sake no pudo, pero le permitió en su perfecto inglés declararle su amor a primera vista, a Fumiko.

Fumiko no entendía ese súbito arrebato pasional de su guía guatemalteco, porque además ella ya estaba comprometida para casarse con un hombre de su país, un colega suyo en la universidad de Osaka.

Sin embargo, Fumiko cerró aun más sus ojos y suspiró, e inmediatamente se le iluminó el rostro, y por su mente atravesó la idea loca de quedarse en Tikal y proseguir sus investigaciones sobre los mayas, en el terreno mismo y no desde Osaka.

Por ello, Fumiko y Tiburcio, se tomaron de las manos y al final de la cena, él la besó delicadamente en los labios y Fumiko aceptó gustosa ese roce de labios.

Tiburcio al calor de los sakes ingeridos, se atrevió a ofrecerle matrimonio a Fumiko, ella sin más le dijo que lo pensaría.

Fumiko partió de nuevo a Japón con su grupo de arqueólogos, y Tiburcio muy decepcionado se dedicó a beber Ron Zacapa a raudales, por una semana. Pero gracias al internet, Tiburcio empezó una auténtica conquista cibernética, a la cual Fumiko no se resistía demasiado.

Seis meses después de esa aventura en Tikal, Tiburcio recibió una excelente noticia: Fumiko volvía a Guatemala, y precisamente a Tikal, para tomarle la palabra de la boda.

El día de la boda fue fijado por Tiburcio, quien escogió el veintiocho de diciembre, día de los santos inocentes, por cierto. Fumiko acepto gustosa esa fecha y se dedicó a preparar el viaje de sus padres y de sus parientes y amigos, desde Japón.

Fumiko le planteó a Tiburcio que la boda sería al estilo japonés tradicional. Sería de acuerdo al rito shintoísta, del cual su padre era un ferviente practicante.

Fueron veintisiete personas las que formaban la comitiva que venía desde Japón a la boda de Fumiko. Como en Guatemala la colonia de japoneses es bastante reducida, la invitación se redujo a la familia del embajador y del cónsul.

La familia de Tiburcio repartida por toda Guatemala, se congregaron el día de la boda en San Benito, Petén. Eran un poco más de cien parientes, todos de apellido García. Ninguno vestía de traje y corbata, no estaban acostubrados. Por eso los hombres se pusieron una camisa blanca y unpantalón negro, las mujeres buscaron sus mejores vestidos de estraples, y calzaron sandalias elegantes. El calor era sofocante pese a que era finales de diciembre.

Cuando Tiburcio entró al gran salón del hotel para la recepción, ya había pasado la ceremonia religiosa en privado, la multitud soltó tremenda carcajada al ver a Tiburcio luciendo un elegante kimono gris con flores negras. Y Fumiko como una muñequita de porcelana lucía elegante kimono color rosa con flores, hecho de seda y pintado a mano.

El banquete fue un auténtico desastre para los García, nada de la comida japonesa les gustó, todo eran pequeños bocadillos, diversos, con olor a pescado y algas marinas, y por si no fuera suficiente no había cubiertos sino unas palitos de bambú para tomar los alimentos de las bandejas.

Lo que si había en abundancia era licor, ron y sake, los García prefirieron el ron, ya después se irían a cenar como mandan los cánones en Guatemala. La familia de Fumiko se divirtieron a lo grande, comieron en abundancia y bebieron sake como verdaderos samurais.

Cuando la familia de Tiburcio abandonó el salón de la recepción nupcial, Tiburcio se sintió desolado en medio de tantos hombres y mujeres de ojos rasgados, y además la sensación de ridículo por vestir un estrafalario kimono, que suscitó toda clase de bromas de su familia y amigos.

Tiburció supo perfectamente que se había hecho un auténtico harakiri.

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