Las personas que hemos trabajado toda la vida tenemos el derecho a jubilarnos con decencia, eso significa obtener una buena pensiòn econòmica, decorosa, digna.
Jubilaciòn tendrìa que significar necesariamente jùbilo, pero eso no siempre es asì, al menos en Mèxico, donde dediquè cuarenta y cinco años a la docencia universitaria y al servicio pùblico, y la pensiòn es algo menos que raquìtica e indigna para un servidor pùblico.
Me he tenido que enfrentar al monstruo de la burocracia de la seguridad social, quien quiere escamotearme los derechos de una pensiòn decorosa, pero no me voy a dar por vencido, siempre he sido un guerrero de mil batallas, y he podido incluso vencer el càncer recientemente.
El jubilado tendrìa que ser una persona dispuesta a gozar de la vida sin obligaciones familiares o laborales, simplemente dedicarse a hacer lo que se le de su regalada gana con su tiempo y sus recursos. Pero la mayorìa de los jubilados andan penando y dàndo làstima por las calles y parques de la ciudad. No es posible que los viejos tengan un destino miserable cuando han cumplido con su trabajo a lo largo de tantos años.
La posmodernidad, y sus sociedades, esconden a sus viejos, igual que a sus locos, les averguenzan, porque lo ùnico que vale es la juventud y la cordura, es lo que vale.
Yo he decidido ahora ocuparme de la literatura de tiempo completo, siempre lo quise hacer y el trabajo y las obligaciones lo impedìan con fuerza. Hoy soy libre de ocuparme de mis lecturas y mis escritos literarios. Gozo la vida como nunca, porque tengo una segunda oportunidad de realizarme como quiera.
Me reuno con intelectuales y artistas mexicanos todos los dìas, en un cafè situado frente al mìtico Parque Mèxico, de la colonia Condesa, de la gran urbe metropolitana del distrito federal. El arte de la conversaciòn es mi deleite, lo aprecio y lo disfruto siempre.
Estoy jubilado del trabajo no de la vida ni de la felicidad.
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