Intelectual colectivo y democracia afirmada / Víctor Flores Olea
Víctor Flores Olea
Publicado: 26/11/2012 10:17
Publicado: 26/11/2012 10:17
Antonio Gramsci, el pensador italiano fundador del Partido
Comunista de su país, sostuvo que el moderno Príncipe (en nuestros
días), capaz de gobernar y de construir consensos generales, ya no
podía ser un líder único, una personalidad excepcional, con
grandes virtudes y defectos como los del Príncipe renacentista de
que habló Maquiavelo, quien tomó la imagen de César Borgia, sino
el moderno partido proletario. En otros términos: para Gramsci, el
poder legítimo hoy ya no podía ser el de una sola persona, por más
virtudes que se le reconocieran, sino necesariamente el de un ente
colectivo y multifacético cuya voluntad no se forjara en los
caprichos y en las ocurrencias personales (ni siquiera en sus hondas
motivaciones o reflexiones, pero aisladas y solitarias), sino
necesariamente en un ente colectivo capaz de verdaderamente procesar
la voluntad del conjunto.
El partido de los trabajadores que lucha por el poder, dijo Gramsci, es el moderno Príncipe, y su afirmación entraña necesariamente un cambio radical en la manera de entender la construcción del poder político, desde luego respecto a Maquiavelo a finales del siglo XV y principios del XVI, ya que de la idea personal y puramente subjetiva del hombre de poder, digamos del monarca, se pasa a la idea profundamente democrática de que el poder ha de ser ejercido por una colectividad. Naturalmente, esta idea tiene el decisivo antecedente de la voluntad general de Juan Jacobo Rousseau, clave en el desarrollo de la democracia a lo largo de los siglos XIX y XX.
(El hecho es que esta idea “clásica” de la democracia ha sido distorsionada, inclusive traicionada y negada en el capitalismo, porque hoy vemos que prácticamente en todas partes los poderes económicos concentrados toman las decisiones que favorecen a sus intereses, sin importar que sean contrarias al interés de las colectividades). En este sentido, habría que subrayar que uno de los problemas mayores del mundo actual es el de la práctica y sentido de la democracia, porque ahí se encuentra seguramente la explicación de muchos desastres que hoy vive la humanidad. Pero volveremos adelante sobre el tema.
El título del artículo La inteligencia colectiva y la democracia afirmada se inspira evidentemente en la idea de una dirección política de conjunto y en la extensión y profundización de la democracia que hoy está suspendida o de plano asfixiada por los intereses de los grupos económicos concentrados, en todas partes y por supuesto en México. Pero además en otra idea que debería ser cada vez más evidente: la dirección o direcciones políticas actuales, de partidos u otras formaciones colectivas, debieran ser siempre el producto del intercambio estrecho y del contacto permanente entre los “dirigentes” y “los dirigidos”: aquí resulta sin duda pertinente aludir al “mandar obedeciendo” de los zapatistas, que es una síntesis de la idea radical de democracia tremendamente actual y auténtica.
Pero es conveniente también aludir a la novedad partidaria que significa Morena, acerca del cual algunos han expresado que pudiera caer en errores análogos a los que han caracterizado a otros partidos políticos, de izquierda o no. Al respecto, las opiniones expresadas por amigos que han estado cerca de su fundación reciente irían en el sentido de que en ese nuevo partido político precisamente parecería haberse invertido la composición piramidal de siempre (de arriba hacia abajo, con una estructura sólida y difícilmente modificable), hacia una justamente inversa en que la pirámide de la autoridad y del poder de las decisiones importantes pertenecería ahora a la base ampliada, pero ya en la parte superior de la figura geométrica), lo cual daría una imagen muy alentadora y promisoria del modus operandi del nuevo partido político en ciernes de la izquierda. Ojalá sea de esta manera, que es justamente la que exigen, desde hace tiempo, una gran mayoría de los militantes de la izquierda mexicana, que de alguna manera se sintieron frustrados y desechados por otras formaciones políticas verticales, sin posibilidad de intervenir o siquiera de modular mínimamente las decisiones. Todo indicaría que Morena se construye desde el inicio con otra estructura y sensibilidad muy cercanas al espíritu y prácticas democráticas, que desde luego debieran prevalecer siempre en los partidos políticos de la izquierda.
En líneas anteriores nos referimos a las distorsiones e inclusive traiciones que ha sufrido la idea democrática moderna, cuando son los grupos más enriquecidos y de intereses concentrados los que han suplantado fuertemente y echado a un lado la idea democrática, hasta el punto en que esta distorsión o traición parece ser uno de los temas esenciales de la sociedad actual. Sí, se cumplen (relativamente) las exigencias electorales, pero después en los hechos se niega la democracia por la influencia abrumadora del capital y de los intereses condensados en la sociedad de nuestros días.
Hace unos cuantos días, en el seminario muy interesante que tuvo lugar en la Escuela de Antropología e Historia, que organiza con mucha pertinencia Consuelo Sánchez, Héctor Díaz Polanco planteó que este tema de la democracia es hoy fundamental en la sociedad contemporánea, hasta el punto que, en su opinión, y en la de otros estudiosos, se trata de una cuestión que está hoy en la primera línea de los problemas de la sociedad contemporánea, inclusive más urgente de debatir que el del neoliberalismo y sus secuelas nacionales e internacionales (por cierto, que se han estudiado y denunciado con mucho mayor amplitud). Negación de la democracia, es verdad, que resulta del mismo neoliberalismo, con consecuencias políticas de la mayor importancia, urgencia y gravedad.
Se trata en efecto de un problema mayúsculo de la sociedad actual, con un interés teórico de la mayor importancia sobre el que volveremos en próximo artículo.
El partido de los trabajadores que lucha por el poder, dijo Gramsci, es el moderno Príncipe, y su afirmación entraña necesariamente un cambio radical en la manera de entender la construcción del poder político, desde luego respecto a Maquiavelo a finales del siglo XV y principios del XVI, ya que de la idea personal y puramente subjetiva del hombre de poder, digamos del monarca, se pasa a la idea profundamente democrática de que el poder ha de ser ejercido por una colectividad. Naturalmente, esta idea tiene el decisivo antecedente de la voluntad general de Juan Jacobo Rousseau, clave en el desarrollo de la democracia a lo largo de los siglos XIX y XX.
(El hecho es que esta idea “clásica” de la democracia ha sido distorsionada, inclusive traicionada y negada en el capitalismo, porque hoy vemos que prácticamente en todas partes los poderes económicos concentrados toman las decisiones que favorecen a sus intereses, sin importar que sean contrarias al interés de las colectividades). En este sentido, habría que subrayar que uno de los problemas mayores del mundo actual es el de la práctica y sentido de la democracia, porque ahí se encuentra seguramente la explicación de muchos desastres que hoy vive la humanidad. Pero volveremos adelante sobre el tema.
El título del artículo La inteligencia colectiva y la democracia afirmada se inspira evidentemente en la idea de una dirección política de conjunto y en la extensión y profundización de la democracia que hoy está suspendida o de plano asfixiada por los intereses de los grupos económicos concentrados, en todas partes y por supuesto en México. Pero además en otra idea que debería ser cada vez más evidente: la dirección o direcciones políticas actuales, de partidos u otras formaciones colectivas, debieran ser siempre el producto del intercambio estrecho y del contacto permanente entre los “dirigentes” y “los dirigidos”: aquí resulta sin duda pertinente aludir al “mandar obedeciendo” de los zapatistas, que es una síntesis de la idea radical de democracia tremendamente actual y auténtica.
Pero es conveniente también aludir a la novedad partidaria que significa Morena, acerca del cual algunos han expresado que pudiera caer en errores análogos a los que han caracterizado a otros partidos políticos, de izquierda o no. Al respecto, las opiniones expresadas por amigos que han estado cerca de su fundación reciente irían en el sentido de que en ese nuevo partido político precisamente parecería haberse invertido la composición piramidal de siempre (de arriba hacia abajo, con una estructura sólida y difícilmente modificable), hacia una justamente inversa en que la pirámide de la autoridad y del poder de las decisiones importantes pertenecería ahora a la base ampliada, pero ya en la parte superior de la figura geométrica), lo cual daría una imagen muy alentadora y promisoria del modus operandi del nuevo partido político en ciernes de la izquierda. Ojalá sea de esta manera, que es justamente la que exigen, desde hace tiempo, una gran mayoría de los militantes de la izquierda mexicana, que de alguna manera se sintieron frustrados y desechados por otras formaciones políticas verticales, sin posibilidad de intervenir o siquiera de modular mínimamente las decisiones. Todo indicaría que Morena se construye desde el inicio con otra estructura y sensibilidad muy cercanas al espíritu y prácticas democráticas, que desde luego debieran prevalecer siempre en los partidos políticos de la izquierda.
En líneas anteriores nos referimos a las distorsiones e inclusive traiciones que ha sufrido la idea democrática moderna, cuando son los grupos más enriquecidos y de intereses concentrados los que han suplantado fuertemente y echado a un lado la idea democrática, hasta el punto en que esta distorsión o traición parece ser uno de los temas esenciales de la sociedad actual. Sí, se cumplen (relativamente) las exigencias electorales, pero después en los hechos se niega la democracia por la influencia abrumadora del capital y de los intereses condensados en la sociedad de nuestros días.
Hace unos cuantos días, en el seminario muy interesante que tuvo lugar en la Escuela de Antropología e Historia, que organiza con mucha pertinencia Consuelo Sánchez, Héctor Díaz Polanco planteó que este tema de la democracia es hoy fundamental en la sociedad contemporánea, hasta el punto que, en su opinión, y en la de otros estudiosos, se trata de una cuestión que está hoy en la primera línea de los problemas de la sociedad contemporánea, inclusive más urgente de debatir que el del neoliberalismo y sus secuelas nacionales e internacionales (por cierto, que se han estudiado y denunciado con mucho mayor amplitud). Negación de la democracia, es verdad, que resulta del mismo neoliberalismo, con consecuencias políticas de la mayor importancia, urgencia y gravedad.
Se trata en efecto de un problema mayúsculo de la sociedad actual, con un interés teórico de la mayor importancia sobre el que volveremos en próximo artículo.
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