¿Por qué no antes?
La ayuda a Grecia y la mejora de sus tipos no solo es buena porque gane tiempo
Es probable que la doble decisión del Eurogrupo de vehicular el tramo
pendiente de ayuda a Grecia y ablandar las condiciones de los préstamos
bilaterales sirva, sobre todo, para ganar tiempo. Suele decirse eso
para minusvalorar el alcance estratégico de una decisión, y para
significar que algo, muy decisivo, queda pendiente de resolución en el
largo plazo. Pero también hay que considerar que ganarle tiempo a la
posibilidad de suspensión de pagos o de una conflictiva quita, si dicho
tiempo se utiliza de forma correcta, no tiene necesariamente por qué ser
negativo. Lo que no es óbice para plantear que tarde o temprano habrá
que contemplar una condonación parcial de la deuda soberana griega en
manos de los sectores públicos.
Los Gobiernos del Eurogrupo han flexibilizado la postura del FMI en cuanto al plazo —ampliándolo— en el que el país sureuropeo debía situar su deuda en el límite del 120% del PIB. Para hacer verosímil la secuencia de consolidación fiscal, han suavizado, junto al plazo, los tipos de interés de los préstamos que, Estado a Estado, han concedido a Atenas.
Esa generosidad incrementa la ya adoptada en julio de 2011, cuando se establecieron los términos del segundo plan de rescate. Y viene legitimada por el alto nivel de sacrificios de la ciudadanía griega, que ha posibilitado colocar a su país en el umbral del superávit presupuestario primario (descontados los intereses financieros de la deuda). Es legítimo, pues, preguntarse qué habría ocurrido si desde el principio las condiciones del rescate europeo hubieran sido más favorables al deudor.
Las ucronías resultan enojosas de dirimir, porque desconocen algún aspecto de la realidad: en este caso, cuál habría sido la conducta de la élite griega sobre la indispensable disciplina fiscal, especialmente cuando una fuerte movilización popular la cuestiona. De modo que el interrogante sirve sobre todo para intentar modular la contundencia y monolitismo de las recetas, como la de la extrema austeridad, porque suelen generar anticuerpos que tienden a neutralizar su validez.
La decisión del Eurogrupo conlleva el infrecuente aplauso público del presidente del BCE, Mario Draghi, que la bendice por cuanto reduce la incertidumbre y no perjudica a su balance. Su apoyo a esta solución es requisito indispensable para las que en el futuro deban seguirla.
Los Gobiernos del Eurogrupo han flexibilizado la postura del FMI en cuanto al plazo —ampliándolo— en el que el país sureuropeo debía situar su deuda en el límite del 120% del PIB. Para hacer verosímil la secuencia de consolidación fiscal, han suavizado, junto al plazo, los tipos de interés de los préstamos que, Estado a Estado, han concedido a Atenas.
Esa generosidad incrementa la ya adoptada en julio de 2011, cuando se establecieron los términos del segundo plan de rescate. Y viene legitimada por el alto nivel de sacrificios de la ciudadanía griega, que ha posibilitado colocar a su país en el umbral del superávit presupuestario primario (descontados los intereses financieros de la deuda). Es legítimo, pues, preguntarse qué habría ocurrido si desde el principio las condiciones del rescate europeo hubieran sido más favorables al deudor.
Las ucronías resultan enojosas de dirimir, porque desconocen algún aspecto de la realidad: en este caso, cuál habría sido la conducta de la élite griega sobre la indispensable disciplina fiscal, especialmente cuando una fuerte movilización popular la cuestiona. De modo que el interrogante sirve sobre todo para intentar modular la contundencia y monolitismo de las recetas, como la de la extrema austeridad, porque suelen generar anticuerpos que tienden a neutralizar su validez.
La decisión del Eurogrupo conlleva el infrecuente aplauso público del presidente del BCE, Mario Draghi, que la bendice por cuanto reduce la incertidumbre y no perjudica a su balance. Su apoyo a esta solución es requisito indispensable para las que en el futuro deban seguirla.
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