viernes, 30 de noviembre de 2012

México: la noche y la noche

Entre la noche y la noche
Gabriela Rodríguez
Vivimos entre noches: hoy termina la noche del PAN, mañana comienza la noche del PRI.
Años sombríos, rodeados de miedos e insomnios. Hoy intento convencer a mi yo interno de que todo es sólo una pesadilla. Que no ha habido un aumento exponencial de homicidios, secuestros y desaparecidos en el país, que los cadáveres mutilados y las fosas de cuerpos encimados son recuerdos de alguna película de terror; que el crecimiento constante de los feminicidios, abusos, violaciones, trata y privación de la vida de niñas, adolescentes, mujeres y ancianas son sólo expresiones exageradas de las mujeres organizadas. Que la guerra contra el crimen organizado, los negocios de funcionarios de seguridad con los narcos y la militarización son notas de lo que ocurre en algún país lejano; uno que está en crisis política por altísimos grados de corrupción, violación a derechos humanos y desigualdad creciente, donde más de la mitad viven sumidos en la pobreza y 7 millones de jóvenes no asisten a la escuela ni tienen empleo. Un extraño país donde las brechas entre el presupuesto solicitado y el ejercido son distintos, y donde los ciudadanos no eligen a sus gobernantes sino que se compra voto por voto a la mayoría del electorado, a pesar de pagar una costosísima institución electoral con sus impuestos.
Los jóvenes seminaristas e hijos abusados por el padre Maciel y por otros curas son sólo una producción post mortem de Alfred Hitchcock. Una mala digestión me llevó a soñar con obispos y cardenales que daban órdenes a los legisladores, al secretario de Educación y al de Salud para eliminar la educación laica, para promover la homofobia, para proteger la vida desde el momento de la concepción en 17 constituciones locales, y para evitar que las mujeres y los jóvenes decidan sobre sus cuerpos y sobre su maternidad.
Mis entrañas siguen moviéndose en medio de la noche. Ahora sueño con empresarios que instigan a diputados para aprobar una ley que revierte los derechos laborales, que elimina beneficios y abarata los costos; imágenes oníricas de otros empresarios obligan a comer chatarra a las niñas y a los niños en las cooperativas escolares, pequeños obesos y diabéticos comen y comen frente a enormes espectaculares, mientras otros miran comerciales en la televisión.
No es que la noche sea interminable, sino que después de la noche no vendrá un amanecer, sino otra noche. Me lo dijeron las estrellas y ellas no mienten.
Sigo sin dormir, ahora no encuentro en qué basarme para pensar que el regreso del PRI puede significar una mejora para la población. ¿Acaso actuarán oponiéndose al estilo vertical que impusieron por 70 años? ¿Se habrán arrepentido con verdadera convicción, romperán con los cárteles, serán honestos y aplicarán políticas que beneficien al pueblo? Quisiera seguir soñando para no mirar lo que viene. Quiero soñar que mientras volaba Peña Nieto de regreso de los países del norte –esta vez no traía ningún libro de su amplia biblioteca– decidió cambiar sus políticas de reforma estructural: ¡No les venderé Pemex!, ¿si a ellos les parece tan jugoso negocio, porqué no invertir para que la productividad energética beneficie la economía del Estado? Y para parecerse a Obama, ordenó a Videgaray que cambiara su reforma fiscal: hay que exigir más impuestos a los más ricos y no subirlos a la clase trabajadora; y también hay que cambiar sustancialmente la estrategia contra el crimen organizado... ¡Bah, sólo era un sueño cursi! Bien dice Freud que los sueños son la realización de los deseos y cuando esa función falla, uno despierta de súbito.
¿Cómo podría el nuevo presidente tener una actuación totalmente distinta al estilo represor que le caracterizó en el estado de México y que planteó en su plataforma electoral? ¿Cómo esperar que fortalezca el estatus del Instituto de las Mujeres un señor que estudió en el Opus Dei y que ha formado tres familias paralelas?
Peña Nieto representa a una élite política neoliberal, machista y clasista. Para no mezclarse con el proletariado en su toma de protesta, le han instalado un cerco metálico en San Lázaro que más parecen los barrotes de una cárcel. Ahora es como un preso del pueblo, imagen paradójica: ha perdido el derecho a la libertad de movimiento. El pueblo esta afuera, protestando en múltiples plazas, lejos de un cuerpo que debía simbolizar la investidura del poder. El descontento es mayúsculo, pero es la única esperanza.
He tratado de ocultar las noticias a mi pequeña nieta, Antonia no se ha enterado de los miles de ejecutados ni de los periodistas asesinados, piensa que los bebés quemados en una guardería en Sonora eran muñecos de trapo. Ella cree que los policías nos cuidan y que el sistema de justicia castiga a los delincuentes. Es un ser privilegiado, porque es chiquita y vive en un barrio medio de la ciudad de México, a veces sueño que siempre será una niña de cinco años.

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