Palestina en la ONU
El nuevo estatus en el organismo internacional debe servir de acicate para el proceso de paz
Sesenta y cinco años después de que los palestinos rechazaran la
partición que decretó la Asamblea General de Naciones Unidas, vuelven
ante ella para pedir que la Autoridad Nacional pase de entidad
observadora en su seno a “Estado no miembro observador”, como el
Vaticano. En un mundo que ha cambiado profundamente y en el que han
surgido nuevas potencias, parecen tener asegurada una mayoría de los 193
miembros. Nadie puede ejercer en este ámbito un derecho de veto, a
diferencia del Consejo de Seguridad, que frenó la petición palestina de
ser admitido como miembro de pleno derecho en la ONU.
Para una entidad como la palestina, que aunque ha progresado en sus instituciones carece de los atributos esenciales de un Estado, empezando por la soberanía, la votación de mañana tiene un carácter esencialmente simbólico. Pero, pese a la vehemente oposición del Gobierno de Netanyahu y de EE UU, es quizás una penúltima oportunidad para relanzar un proceso de paz destinado a lograr que dos Estados, Israel y Palestina, convivan en paz y seguridad. Los últimos años han demostrado que israelíes y palestinos no podrán avanzar sin un acicate de la comunidad internacional, que Obama podría comenzar en su segundo mandato. Europa, sin embargo, está dividida por sus lastres históricos. El Gobierno de Rajoy parece finalmente decantarse por un voto a favor. Es lo que piden las circunstancias y los valores e intereses de España en una materia que ha de ser de objeto de consenso.
Israel teme que se abra la puerta a los palestinos para denunciarle ante la justicia internacional por violación de derechos en la ocupación y algunas de sus operaciones militares, además de asentar las fronteras de 1967 que rechaza. El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, que necesita esta votación para sobrevivir en Ramala, debería ser prudente. De hecho, ha declarado estar abierto a negociaciones sin condiciones previas una vez se haya producido el proceso. Por lo que no es admisible que el ministro de Asuntos Exteriores de Israel, Avigdor Liebermann, haya amenazado con derrocarle en caso de voto positivo, mientras EE UU alerta sobre una suspensión de ayudas a los palestinos ante lo que es un paso pacífico.
Israel cometió el error de no ver que Arafat —cuyo cadáver fue ayer exhumado para comprobar las causas de su muerte— había servido de dique de contención contra la islamización del caso palestino que representa ahora Hamás. El espejismo de un statu quo que se está rompiendo por la fuerza de la demografía palestina no va a garantizar la seguridad de Israel, como se ha visto en la última crisis con Hamás en Gaza. Sería deseable que este 29 de noviembre cerrara el paréntesis sembrado de violencia y muerte abierto en 1947, para permitir retomar la historia donde se interrumpió por una grave equivocación de los palestinos y del mundo árabe de entonces y una actitud intransigente de Israel. Pero servirá solo si todas las partes empujan para que sea algo más que un símbolo.
Para una entidad como la palestina, que aunque ha progresado en sus instituciones carece de los atributos esenciales de un Estado, empezando por la soberanía, la votación de mañana tiene un carácter esencialmente simbólico. Pero, pese a la vehemente oposición del Gobierno de Netanyahu y de EE UU, es quizás una penúltima oportunidad para relanzar un proceso de paz destinado a lograr que dos Estados, Israel y Palestina, convivan en paz y seguridad. Los últimos años han demostrado que israelíes y palestinos no podrán avanzar sin un acicate de la comunidad internacional, que Obama podría comenzar en su segundo mandato. Europa, sin embargo, está dividida por sus lastres históricos. El Gobierno de Rajoy parece finalmente decantarse por un voto a favor. Es lo que piden las circunstancias y los valores e intereses de España en una materia que ha de ser de objeto de consenso.
Israel teme que se abra la puerta a los palestinos para denunciarle ante la justicia internacional por violación de derechos en la ocupación y algunas de sus operaciones militares, además de asentar las fronteras de 1967 que rechaza. El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, que necesita esta votación para sobrevivir en Ramala, debería ser prudente. De hecho, ha declarado estar abierto a negociaciones sin condiciones previas una vez se haya producido el proceso. Por lo que no es admisible que el ministro de Asuntos Exteriores de Israel, Avigdor Liebermann, haya amenazado con derrocarle en caso de voto positivo, mientras EE UU alerta sobre una suspensión de ayudas a los palestinos ante lo que es un paso pacífico.
Israel cometió el error de no ver que Arafat —cuyo cadáver fue ayer exhumado para comprobar las causas de su muerte— había servido de dique de contención contra la islamización del caso palestino que representa ahora Hamás. El espejismo de un statu quo que se está rompiendo por la fuerza de la demografía palestina no va a garantizar la seguridad de Israel, como se ha visto en la última crisis con Hamás en Gaza. Sería deseable que este 29 de noviembre cerrara el paréntesis sembrado de violencia y muerte abierto en 1947, para permitir retomar la historia donde se interrumpió por una grave equivocación de los palestinos y del mundo árabe de entonces y una actitud intransigente de Israel. Pero servirá solo si todas las partes empujan para que sea algo más que un símbolo.
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