Peña Nieto impulsa un acuerdo con la oposición para lograr reformas clave
El Pacto por México permitirá acabar con la parálisis en el Congreso
El guión era perfecto y difícilmente superable como señal de un
inmejorable arranque de gobierno. Tres días antes de asumir este sábado
la presidencia de México, Enrique Peña Nieto (Atlacomulco, 1966)
estuvo a punto de lograr que los tres principales partidos políticos
mexicanos se comprometieran con una agenda común de reformas. En el
último minuto, diferencias internas en el principal partido de izquierda
provocaron que la presentación del acuerdo se tuviera que retrasar,
pero algo ha quedado ya en el ambiente, algo que habla de que Peña Nieto
intenta dar al país desde el minuto uno de su mandato el mensaje de que
los tiempos de la discordia sin fin entre los políticos podrían empezar
a quedar atrás, cosa que, se puede decir, este país anhela tanto como
el fin mismo de la violencia.
Durante dos meses, en completo sigilo, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) —que con Peña Nieto regresa a la presidencia de la República después de que la perdió hace 12 años—, el Partido Acción Nacional (PAN, derecha), el gran derrotado en las elecciones del 1 de julio, y el de la Revolución Democrática (PRD, izquierda), en cuyas filas ya no milita el ex candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador, negociaron el Pacto por México, un listado de 68 reformas que podrían romper las amarras estructurales que, entre otras cosas, hicieron que este país creciera solo un 1,9% de promedio en los últimos seis años.
Peña Nieto, que anuncia su Gabinete a las 15.00 horas de este viernes (hora mexicana, 22.00 hora peninsular española), recibe un país en crispación —nunca fue superado del todo el tema de la legitimidad del presidente Felipe Calderón, a quien los partidarios de López Obrador cuestionaron hasta el último minuto su apretado triunfo en 2006—, pero también tiene frente a sí una sociedad que se encuentra harta de la violencia, que ha dejado alrededor de 60.000 homicidios y miles de desaparecidos en los últimos seis años.
Por encima de esas dos circunstancias, México ha visto cómo en los Gobiernos panistas (2000-2012) el Congreso se ha convertido en un agujero negro donde las diferencias ideológicas y una miope matemática electoral de corto plazo matan cualquier iniciativa.
El Pacto por México comenzó a forjarse después de que el triunfo de Peña Nieto fuera decretado por los tribunales en septiembre. Si cuaja, los tres partidos tendrán algo que ganar. El PRI está urgido de consolidar la idea de que harán un gobierno de resultados y de paso quieren desterrar los temores de que ha regresado al poder el partido que mediante la corrupción, el populismo, la discrecionalidad y la violencia soterrada monopolizó el poder de 1929 a 2000.
Tras quedarse corto en las expectativas en dos muy distintos sexenios (Vicente Fox, 2000-2006, y Felipe Calderón 2006-2012) el PAN, por su parte, regresa a lo que muchos consideran su mejor papel, el de una oposición que logra negociar una agenda y contribuye a los cambios. Mientras tanto, el PRD, sin López Obrador —quien nunca reconoció el triunfo de Calderón en 2006 y tampoco ha reconocido la legitimidad de Peña Nieto— quiere posicionarse como un partido de izquierda moderna, lejana a una reciente tradición de desplantes pendencieros y oposición casi total a cualquier cosa que busque abrir a la iniciativa privada sectores como el del petróleo.
El acuerdo, que lleva por nombre Pacto por México, compromete a los partidos a aprobar, entre otras, reformas para permitir la inversión privada en Petróleos Mexicanos, mejorar la calidad educativa, combatir los monopolios, licitar más canales de televisión y anular elecciones cuando se compruebe que se ha rebasado el tope de gastos de campaña permitido por la ley.
Aunque algunos sectores del PRD han reprochado a su presidente, Jesús Zambrano, que participe en las negociaciones, éste ha ratificado que seguirá en ellas. La firma del Pacto por México ha sido postergada por las diferencias internas entre los perredistas, pero distintos actores creen que en cosa de días el acuerdo será ratificado por las tres principales fuerzas políticas, lo que de traducirse en hechos constituiría el fin del marasmo que caracterizó a los gobiernos panistas.
Durante dos meses, en completo sigilo, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) —que con Peña Nieto regresa a la presidencia de la República después de que la perdió hace 12 años—, el Partido Acción Nacional (PAN, derecha), el gran derrotado en las elecciones del 1 de julio, y el de la Revolución Democrática (PRD, izquierda), en cuyas filas ya no milita el ex candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador, negociaron el Pacto por México, un listado de 68 reformas que podrían romper las amarras estructurales que, entre otras cosas, hicieron que este país creciera solo un 1,9% de promedio en los últimos seis años.
Peña Nieto, que anuncia su Gabinete a las 15.00 horas de este viernes (hora mexicana, 22.00 hora peninsular española), recibe un país en crispación —nunca fue superado del todo el tema de la legitimidad del presidente Felipe Calderón, a quien los partidarios de López Obrador cuestionaron hasta el último minuto su apretado triunfo en 2006—, pero también tiene frente a sí una sociedad que se encuentra harta de la violencia, que ha dejado alrededor de 60.000 homicidios y miles de desaparecidos en los últimos seis años.
Por encima de esas dos circunstancias, México ha visto cómo en los Gobiernos panistas (2000-2012) el Congreso se ha convertido en un agujero negro donde las diferencias ideológicas y una miope matemática electoral de corto plazo matan cualquier iniciativa.
El Pacto por México comenzó a forjarse después de que el triunfo de Peña Nieto fuera decretado por los tribunales en septiembre. Si cuaja, los tres partidos tendrán algo que ganar. El PRI está urgido de consolidar la idea de que harán un gobierno de resultados y de paso quieren desterrar los temores de que ha regresado al poder el partido que mediante la corrupción, el populismo, la discrecionalidad y la violencia soterrada monopolizó el poder de 1929 a 2000.
Tras quedarse corto en las expectativas en dos muy distintos sexenios (Vicente Fox, 2000-2006, y Felipe Calderón 2006-2012) el PAN, por su parte, regresa a lo que muchos consideran su mejor papel, el de una oposición que logra negociar una agenda y contribuye a los cambios. Mientras tanto, el PRD, sin López Obrador —quien nunca reconoció el triunfo de Calderón en 2006 y tampoco ha reconocido la legitimidad de Peña Nieto— quiere posicionarse como un partido de izquierda moderna, lejana a una reciente tradición de desplantes pendencieros y oposición casi total a cualquier cosa que busque abrir a la iniciativa privada sectores como el del petróleo.
El acuerdo, que lleva por nombre Pacto por México, compromete a los partidos a aprobar, entre otras, reformas para permitir la inversión privada en Petróleos Mexicanos, mejorar la calidad educativa, combatir los monopolios, licitar más canales de televisión y anular elecciones cuando se compruebe que se ha rebasado el tope de gastos de campaña permitido por la ley.
Aunque algunos sectores del PRD han reprochado a su presidente, Jesús Zambrano, que participe en las negociaciones, éste ha ratificado que seguirá en ellas. La firma del Pacto por México ha sido postergada por las diferencias internas entre los perredistas, pero distintos actores creen que en cosa de días el acuerdo será ratificado por las tres principales fuerzas políticas, lo que de traducirse en hechos constituiría el fin del marasmo que caracterizó a los gobiernos panistas.
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