Un país maravilloso para Manuel
El capitán Gaya escribió al embajador de México en París a los 22 años para pedir el exilio
Más de setenta después, EL PAÍS recupera su carta y la comparte con él
P. CHOUZA /
P. DE LLANO /
R. SECO
México
25 NOV 2012 - 23:13 CET33
Manuel Gaya Canalda
tenía la misma edad que su nieto Eduardo, 22 años, cuando escribió al
embajador de México en París pidiéndole que le permitiese huir a ese
sitio que nunca había pisado. Era marzo de 1939 y alegaba como motivos,
con caligrafía elegante, su situación de refugiado republicano en
Francia y “la voluntad inquebrantable de no regresar en forma alguna a
la España Nacionalista”.
Eduardo no da crédito cuando escucha a su abuelo leer su propia carta. “Era todo un hombre dispuesto a irse a otro continente”. Otro de sus nietos, Mauricio, escribió a este periódico para intentar hallar la misiva. EL PAÍS la encontró entre las más de 7.000 peticiones conservadas en el Archivo Histórico Diplomático de la Secretaría de Relaciones Exteriores mexicana, resumidas en una serie publicada a lo largo de la semana pasada. La súplica de Manuel era parecida a la de muchos republicanos, pero él es de los pocos remitentes que siguen vivos.
Este catalán de 96 años había pasado hasta entonces seis meses en el
campo de refugiados de Argelès-sur-Mer (al sur de Francia). “Campo de
concentración”, prefiere llamarlo él, como muchos de los exiliados.
“Allí pasé las de Caín”, resume ahora en el salón de su casa de Ciudad
de México, recién salido del hospital y arropado por su segunda mujer y
algunos de sus nietos. Con guantes de cuero negro y bufanda, pero muy
lúcido. "Estoy enfermo. Enfermo de 96 años, eso no se cura".
“Le pedí permiso [para el traslado a México] al capitán francés. Me dijo que no podía dármelo, que yo estaba ya considerado oficial del Ejército francés. Al poco recibí otra llamada, que podía viajar en el segundo barco, pero tampoco fui. Recibí de nuevo una carta de París diciendo que la última oportunidad de salir de Francia era con el Mexique el día 14 de julio […]”. Subió al barco después de todos los pasajeros y durante el trayecto saboreó los primeros tragos de libertad al disponer de algún dinero para tomarse un café o comer bien.
Se acuerda con precisión de lugares, nombres y apellidos, y repasa su
vida sin asomo de tristeza. Llegó a México en julio. "Miles de personas
nos recibieron en el puerto de Veracruz con banderas y al grito de
'¡Viva la República!". De Lleida a la guerra, de la guerra a Francia, y
de Francia a un país inmenso. "México me encantó, me maravilló, porque
salir de un campo de concentración y ver tantas luces, tiendas, comida,
restaurantes...". Solo en Morelia (Michoacán) recuerda que los echaron a
patadas de un rancho. “El cura del pueblo hizo un sermón el domingo
diciendo que habían llegado unos rojos asesinos y peligrosos”.
Perito agrónomo, en Michoacán enseñó agronomía en México, como prometía al embajador en su carta. Acabó siendo agente de seguros (“Recibí un premio por haber vendido 134 pólizas en un año. Me parecía que el mundo era mío”) y empresario. Se casó con Rosa María García Cortina (“Ella me hacía de chófer, de secretaria… nos llevamos muy bien y fuimos muy dichosos”). Tiempo después de quedarse viudo, conoció a Dora, la mujer que hoy se encuentra a su lado y a la que mira y agarra de la mano con ternura cuando se refiere a ella. No pisó España hasta que murió el dictador. “Sin Franco sí pensé en volver ", recuerda. Su segunda esposa hasta se compró un piso en Barcelona cuando se quedó viuda de su primer marido. “Pero los hijos tiran mucho. Ellos ya son mexicanos. Tengo 3 hijos, siete nietos y 16 bisnietos”. No en balde, en el salón de la planta baja de su casa hay ya un árbol de Navidad preparado con paquetes de regalo para los más pequeños.
Manuel, todavía militante en la izquierda republicana catalana, repite las palabras “feliz” y “maravilloso” cuando habla de su experiencia. "Fui un optimista prudente toda la vida. Siempre tuve fe en Dios y las cosas salieron. Y salieron bien". ¿Está contento en México? “Sí, mucho. Y no podré corresponder ni pagar nunca lo que este país me ha dado”.
Eduardo no da crédito cuando escucha a su abuelo leer su propia carta. “Era todo un hombre dispuesto a irse a otro continente”. Otro de sus nietos, Mauricio, escribió a este periódico para intentar hallar la misiva. EL PAÍS la encontró entre las más de 7.000 peticiones conservadas en el Archivo Histórico Diplomático de la Secretaría de Relaciones Exteriores mexicana, resumidas en una serie publicada a lo largo de la semana pasada. La súplica de Manuel era parecida a la de muchos republicanos, pero él es de los pocos remitentes que siguen vivos.
Eduardo no da crédito cuando escucha a su abuelo leer su propia carta. “Era todo un hombre dispuesto a irse a otro continente”
“Le pedí permiso [para el traslado a México] al capitán francés. Me dijo que no podía dármelo, que yo estaba ya considerado oficial del Ejército francés. Al poco recibí otra llamada, que podía viajar en el segundo barco, pero tampoco fui. Recibí de nuevo una carta de París diciendo que la última oportunidad de salir de Francia era con el Mexique el día 14 de julio […]”. Subió al barco después de todos los pasajeros y durante el trayecto saboreó los primeros tragos de libertad al disponer de algún dinero para tomarse un café o comer bien.
Miles de personas nos recibieron en el puerto de Veracruz con banderas y al grito de '¡Viva la República!"
Perito agrónomo, en Michoacán enseñó agronomía en México, como prometía al embajador en su carta. Acabó siendo agente de seguros (“Recibí un premio por haber vendido 134 pólizas en un año. Me parecía que el mundo era mío”) y empresario. Se casó con Rosa María García Cortina (“Ella me hacía de chófer, de secretaria… nos llevamos muy bien y fuimos muy dichosos”). Tiempo después de quedarse viudo, conoció a Dora, la mujer que hoy se encuentra a su lado y a la que mira y agarra de la mano con ternura cuando se refiere a ella. No pisó España hasta que murió el dictador. “Sin Franco sí pensé en volver ", recuerda. Su segunda esposa hasta se compró un piso en Barcelona cuando se quedó viuda de su primer marido. “Pero los hijos tiran mucho. Ellos ya son mexicanos. Tengo 3 hijos, siete nietos y 16 bisnietos”. No en balde, en el salón de la planta baja de su casa hay ya un árbol de Navidad preparado con paquetes de regalo para los más pequeños.
Manuel, todavía militante en la izquierda republicana catalana, repite las palabras “feliz” y “maravilloso” cuando habla de su experiencia. "Fui un optimista prudente toda la vida. Siempre tuve fe en Dios y las cosas salieron. Y salieron bien". ¿Está contento en México? “Sí, mucho. Y no podré corresponder ni pagar nunca lo que este país me ha dado”.
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