martes, 4 de diciembre de 2012

La novela de las miserias de Clarín.

La novela que contó las miserias de Clarín

Por: | 04 de diciembre de 2012
Diario de la Argentina

Diario de la Argentina es una gran novela. Y punto, que diría Manuel Fraga. Puede que Jorge Asís desvelara en ella demasiadas miserias sobre un pequeño grupo de personas fácilmente indentificables; puede que aireara muchas intimidades sobre los trabajadores de un periódico que todo el mundo sabía cuál era: Clarín. Puede, incluso, que se esté en desacuerdo sobre el papel que el diario jugó durante la última dictadura militar. Pero no creo que haya que leerla ni como un ensayo, ni intentando descifrar quién era era quién, sino paladeando un fresco riquísimo sobre las relaciones de poder. Hay muchas descripciones ahí que podrían reproducirse en cualquier oficina, ayuntamiento o hasta en la directiva del Real Madrid. Se habla de la gente que tiene un extraordinario olfato para detectar por dónde pasa el poder. Y de los que nunca tendrán esos reflejos. Se habla de francotiradores que van por libre en la vida, pero...
En Argentina siempre fue un lujo costoso ser francotirador, uno se queda en el medio sin que por él responda nadie, con el agravante de que cualquier trastornado lo señale y sea chupado [secuestrado] como si valier.
Se habla también de los chivitos, lo que en España se conoce como pesebres, las informaciones pagadas. Se habla de cómo…
Aizemberg los incitaba a chivear y después los raleaba por chiveros, para quien no entienda la jerguita concedamos por última vez y digamos que con una guiñadita los estimulaba a corromperse y después los pulverizaba por corruptos. Aunque solía alargar a límites inimaginables la pulverización, los ponía en la congeladora durante años, les hacía una guerra fría pero con una sonrisa cordial, los desorientaba, tal vez en medio de la pulverización los invitaba a comer y se demostraba como gran amigo, el congelado no entendía nada y suponía entonces que era falsa su congelación –son ratones tuyos, papito, no hagas caso, no pasa nada-, aunque al otro día volviera a apretarlo. Los enloquecía, los hacía vivir pendientes de él, Aizemberg ya gozaba con la perversa sensualidad del poder.
El libro habla de cómo “en general los periodistas sufren el síndrome de la postergación, depositan demasiada energía en odios escandalosamente pequeños que los limitan”. ¿Sólo los periodistas?. La novela cuenta cómo se salía siempre del despacho del director del periódico,  Papito Aizemberg:
Con cierto dolor, con la certeza de haber perdido algo, el honor o la virginidad, una sensación terrible aquella de saber que se había concedido.
Y a pesar de todo... Un personaje maquiavélico como Aizemberg se muestra capaz de soportar el espectáculo patético de un redactor borracho en la redacción. Ni se le pasaba por la cabeza mandarlo a la calle, porque sabía que si lo echaba el hombre era capaz de terminar tirado “en un portal, en una pelea o muerto”.
La novela nos habla de las huelgas en la redacción:
Eran terribles situaciones límites para los desdichados que no tenían más remedio que trabajar, carnerear para tranquilidad de sus familias y porvenir de la carrera, nada de plegarse con los compañeros que no tenían cargo, como no los tenían ante ellos. Sin embargo, un jefe no podía plegarse, ellos tenían que asumir que en definitiva si los ascendían era por algo, pasaban a ser una vaga suerte de ejecutivos de la empresa, representaban a ella ante los trabajadores y jamás a la inversa, unos cuantos billetes de más debían ser necesarios para aplacar remordimientos e indignidades.
Habla del “pasto duro del olvido”, de cómo en muy poquito tiempo ya nadie recuerda al primer periodista que...
Supo llegar a Guyana cuando la matanza, al que doblegó las puestas de una Uganda herméticamente clausurada, durante Idi Amin, el que produjo, fotografió y escribió en tres horas la mejor nota que se publicara nunca sobre la Hiroshima actual, el que…
Se explica cómo la rutina aplasta al más pintado:
Redactores capaces de procesar brillantemente los mejores textos eran confinados a la rutina, como obligados al achatamiento y a olvidarse de que podían ser geniales, debían asumirse como empleados y asta contentarse con la felicidad de estar dentro de la red.
El alter ego del autor regresa de las vacaciones y le confiesa a un compañero:
-Por eso mismo, Fermín, porque tengo las bolas llenas de rascármelas tanto, hoy te lo digo porque tengo las bolas llenas de rascármelas tanto, hoy te lo digo porque tengo fuerzas, si vengo del sol, pero en una semana ya me tenés domesticado, viste, a fuerza de no hacer un pepino ni exigirte llegás muy pronto a la conclusión de  que no servís para nada.
Por el Diario de la Argentina desfilan Fulano, Mengano…
Y tantos otros que en un principio llegaban inflados para devorarse la cuadra, con ambiciones e ideas, pero que a los pocos meses de choque con una estructura firme e indiferente quedaban definitivamente entregados, amansados en la red, domesticados.
Y si…
Por ejemplo entraba don Borges de notero [redactor] especial, durante los primeros dos días se le acercarían desde secretarios [subdirectores] hasta correctoras para saludarlo con respeto, le harían dedicar libros, le dirían don Borges yo leí El Aleph, y esas cosas. Sin embargo, a partir del quinto día podía aparecer perfectamente el gordo Estéfani para decirle: “Che, cieguito, te espera un móvil [coche] abajo, andá a entrevistar al que ganó el prode.
Y, por supuesto, el libro habla de Clarín. Y del actual consejero delegado, Héctor Magnetto, “un tenedor de libros que había sabido trepar”. Se cuenta que la redacción, “la cuadra”, ofrecía una buena red protectora, un buen refugio en los años de la dictadura. Y se explica la ley de hierro que imperaba en la cuadra para que no prosperase el mínimo reclamo sindicalista:
Claro que ellos estaban por la democratización del país, pero en el terreno gremial hubieran preferido militares para rato si los Videla les daban al respecto garantías de tranquilidad. De las páginas hacia afuera, entonces, el Diario era amplio, y hasta democrático; de las páginas para adentro se caracterizaba por un reaccionarismo ejemplar, represivo al mango.

Y también se habla de lo que entonces era el “proyecto” de Papel Prensa. El libro se publicó en 1984, ya lo hemos dicho, mucho antes de que Néstor Kirchner y Cristina Fernández, tras cinco años de buenas relaciones con los propietarios de Clarín, descubriera en 2008 que el grupo tenía un poder desproporcionado o insano. Antes de todo eso, Asís escribió:

El proyecto en marcha les permitiría dominar el mercado del papel diario, relegaban a la competencia a la simple estatura de clientes, tendrían el apoyo obvio del Estado al que por supuesto había que apoyar, eran socios, en definitiva, y en países condenados como la Argentina, qué lástima, Estado y Gobierno fueron siempre la misma cosa.
 Conmueve pensar, y conviene hacerlo, cómo muchos de esos periodistas tan poderosos entonces y cuyos nombres los lectores trataban de asociar a los personajes del libro, se esfumaron. Un buen día desaparecieron de la redacción con sus pequeñas rencillas, sus viejas tácticas maquiavélicas, sus muletillas, sus grandes y pequeñas hazañas profesionales. Y ya nadie volvió a hacer cola ante sus despachos, ni a temer sus indirectas, ni a mendigarles un viaje o una columna. Dejaron la redacción, como el propio autor la dejó tras seis años. Y la vida y el mismo periódico siguieron su curso. Hasta los que mejor olfato tenían para oler por dónde pasaba el poder, los más hábiles, terminaron sucumbiendo al ajetreo de la vida. El propio libro, con personajes tan vivos y perdurables, ha estado enterrado en el olvido durante más de veinte años y solo el enfrentamiento entre el Gobierno y Clarín ha servido para rescatarlo.
Para quien quiera saber algo más sobre el autor, aquí  les dejo la anterior entrada del blog.

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