Mar de Historias
El año que viene
Cristina Pacheco
Siempre desde finales
de noviembre Joel y yo nos ponemos a estudiar los paquetes turísticos
que se anuncian en los periódicos; sin embargo, a pesar de que llevamos
nueve años de casados, seguimos debiéndonos la luna de miel. Cuando no
por una cosa es por otra, el hecho es que los proyectos de hacer el
viaje de bodas se posponen para el año que viene. Joel me promete que
esta vez sí lo haremos. Finjo creerle, ilusionarme y hasta le propongo
que cumplamos nuestro sueño de novios: pasar la primera noche juntos en
Puerto Escondido.
Mi hermana Ninfa sí tuvo viaje de bodas en Acapulco. Lástima que se
haya pasado todo el tiempo con dolor de muelas y, para colmo, olorosa a
clavo: a la dueña de Los Pericos, la casa de huéspedes en donde se
alojaron, se le ocurrió que era el remedio infalible. No fue así y hasta
la fecha Ninfa no prueba ningún guiso que lleve clavo ni aunque la
maten.Ninfa y Octavio tienen un hijito precioso. Le pusieron un nombre medio raro: Lloyd. El día que Joel y yo tengamos un bebé, si es niño quiero que se llame como él y como mi padre, Antonio; si es niña pienso ponerle Jezabel. Así se llamaba la protagonista de una película que vi hace muchos años. El nombre de Jezabel me gustó tanto que al regresar del cine se lo puse a mi única muñeca. Su carita era de porcelana. Un día se me cayó y se hizo pedazos. Lloré como loca y mis papás me prometieron que al año siguiente los Reyes Magos me traerían otra idéntica. Jamás ocurrió.
En aquel momento quedó sellado mi destino. Desde entonces todos mis sueños se desplazan de un año para otro sin que jamás se cumplan. Se lo digo a Ninfa y se molesta. Según ella, por pensar de ese modo yo misma vuelvo imposible que se realicen mis ilusiones, sobre todo la que más me entusiasma: tener un hijo.
Ninfa está equivocada, pero no pienso decirle que es por causa de Joel. Lleva años de tratamiento y no ha servido de nada. Cuando se desespera procuro tranquilizarlo haciéndole ver que estamos todavía jóvenes y sobran oportunidades de que me embarace. Ojalá sea el año que viene y no pase de allí. No quiero que llegue el día en que el sueño de la maternidad quede cancelado para siempre, como aquel de tener otra muñeca llamada Jezabel.
Después de esa ilusión tuve la de estudiar ciencias químicas. No lo conseguí: apenas terminé la secundaria. Mi padre sufrió un accidente en la pollería y me sacó de la escuela bajo promesa de que el año que viene me mandaría a la preparatoria. Aquel año que viene nunca llegó y jamás volví a la escuela ni a soñar con el título de química. Me acostumbré a tener un sueldo como dependienta en una juguetería y a gozar de cierta libertad. Luego me ocurrió algo maravilloso: me casé.
II
Joel y yo trabajamos en la fábrica de bolsas La Segura.
El dueño es mi primo Rafael. A pesar de que soy su parienta me trata
como al resto del personal. Tiene la misma actitud con mi esposo. Si
llegamos tarde nos prohíbe la entrada, si faltamos tres días nos
suspende una semana sin goce de sueldo y si cometemos un error grave no
duda en amenazarnos con el despido.
Mi marido y yo nos aguantamos porque en estos tiempos es muy difícil
conseguir empleo y porque en la fábrica tenemos una ventaja: Rafael nos
da vacaciones a los dos en la última semana de diciembre.Cuando éramos chicas Ninfa y yo pasábamos las tardes jugando a que éramos comadritas. Para hacerlo más real nos poníamos los tacones altos de mi mamá y nos pintábamos los labios con un dulce de grosella húmedo. También nos cambiábamos de nombre: Ninfa se convertía en Becky y yo en Jezabel.
Si algún rencor tuve hacia mi abuela se debió a que por su causa me bautizaron como Eglantina. Mi madre pensaba que era un nombre muy bonito. Yo no, al grado de que varias veces consideré la posibilidad de cambiarlo por el de Jezabel. Mi primo Ricardo, que es sacerdote, me prohibió que lo hiciera porque en el santoral no había ninguna beata, santa o virgen con ese nombre. Y entonces, ¿a quién iba a encomendarme cuando necesitara su intercesión ante la divinidad? Con eso me convenció. Sigo siendo Eglantina, la mujer a la que se le deshacen las ilusiones con los años y sin embargo no deja de perseguirlas.
III
Ayer que llevé mi espejo a que lo bañen de azogue, don
Poncho, el dueño del taller, me regaló el calendario de 2013. Me gusta
porque tiene las hojas desprendibles. Al verlas caí en la tentación de
siempre: preguntarme qué sorpresas guardarán para mí cada una de las 365
hojitas. Imposible adivinarlo. Por ejemplo, cuando empezó 2012 nunca
imaginé que en febrero se casaría mi primo Alberto con una mujer l2 años
mayor, ni que en abril Joel y yo tendríamos que cambiarnos de casa
porque no pudimos con la nueva renta. Mucho menos presentimos que en
octubre a nuestro vecino lo iban a matar en un asalto callejero y que su
madre terminaría en una institución para enfermos mentales. Por más
esfuerzos que hice, en todo el año no pude visitarla. Voy a ver si en el
que está por comenzar sí cumplo mi promesa.
A sabiendas de que era inútil, no pude vencer la tentación. Quité la
fajilla que sellaba las hojas y abrí el calendario. Por azar caí en el
l3 de junio, día de san Antonio. Mi padre. A él también se le
postergaron los deseos de un año para otro hasta que se terminó su
tiempo y jamás logró cumplir el anhelo que más lo obsesionaba: comprarse
un pedazo de tierra. El único que posee lo alojará para siempre al lado
de mi madre.El recuerdo me puso triste. No quise hacer otro experimento adivinatorio y guardé el almanaque en una bolsa de plástico. No ha servido de mucho, porque en cuanto lo veo me pregunto otra vez cómo nos irá a Joel y a mí en el año que empieza en unas horas. Espero que bien, aunque es mejor no hacerme demasiadas ilusiones. A como están las cosas y por lo que nos ha sucedido antes, es muy probable que a finales de 2013 Joel y yo sigamos prometiéndonos para el año que viene la realización de todos nuestros anhelos. Esa esperanza será la mejor prueba de que seguimos disfrutando del más maravilloso de los sueños: estar vivos y estar juntos.
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