Cuando Margarita era una adolescente que vivía en pueblo remoto de un país sudamericano, nunca se imaginó que llegaría a ser una honorable dama de sociedad en la capital regional. Margarita venía de una familia cuyo negocio familiar era una panadería, la mejor del pueblo, aunque no pasaban penurias económicas no eran ricos.
El pueblo de Margarita tenía una población que no rebasaba los seis mil habitantes y casi todos estaban emparentados entre sí. Margarita era una niña bonita, y fue reina de la primavera porque su padre invirtió mucho dinero en la compra de los votos, que era algo legal y tradicional.
En esa feria del pueblo donde Margarita fue coronada como "Margarita III", la vio un rico cafetalero de la región y le gustó demasiado esa niña, que en esa época acababa de cumplir sus diez y seis años. El rico cafetalero rondaba los veinticuatro años, era poco agraciado físicamente pero su fortuna familiar lo hacia atractivo a todas las chicas de la región.
El rico cafetalero montado siempre en una preciosa yegua fina de color blanco, hacía su entrada triunfal cuando iba al pueblo de Margarita a realizar compra y venta de café, ya que ese el mejor café de la región y tenía buen precio de venta en el mercado internacional.
El día menos pensado, el rico cafetalero se introdujo ruidosamente a la panadería de los padres de Margarita , y solicitó educadamente que le dieran una cita posterior para hablar con ellos de un asunto importante.
La cita se concertó para el veintiocho de diciembre día de los Santos Inocentes, casualmente. Con una cena que preparó con mucho esmero la madre de Margarita, se agasajó a los invitados: el rico cafetalero y sus padres. Todos sabían el propósito de esa visita tan significativa para una familia de panaderos acomodados.
Margarita estrenó un vestido que le confeccionó a su medida, su tía la modista del pueblo, le quedó entallado perfectamente, era un vestido color lila. Su madre le puso una flor de tela sobre la cabeza también de color lila, y Margarita lucía como una verdadera reina, fresca y olorosa a lavanda.
La cena transcurrió entre animadas charlas de los varones y aparte las mujeres se fueron a conversar a la cocina. Esa era la costumbre del pueblo de Margarita.
Ya casi a la media noche de ese día veintiocho de diciembre, el padre del rico cafetalero, con un vaso de aguardiente en la mano izquierda, pidió la palabra a la concurrencia y dijo: "Vengo a pedir la mano de Margarita para mi hijo; ¿ustedes qué píensan de eso?" Los padres de Margarita tragaron saliva juntos y contestaron al unísono: "Estamos de acuerdo". Margarita fue testigo mudo de una decisión que tomaron otros sobre su futuro. Solamente se concretó a sonreir con timidez y a pensar en la próxima boda con el cafetalero rico.
La boda fue espectacular en un pueblo de miserables, ya que la familia del rico cafetalero contrató los servicios de un organizador de eventos de la capital, y ningún detalle se descuidó. Obviamente, la mayoría de los ochocientos invitados era del rico cafetalero, pero a la familia de Margarita le entregaron solamente veinte invitaciones al banquete, pero cien para asistir a la misa.
La música grupera fue en vivo, era la mejor en la ejecución de los vallenatos. Comida hubo de sobra, sacrificaron varias reses y cerdos también. El aguardiente corrió a raudales y todos se embriagaron hasta el hastío. Fue una fiesta memorable para todo el pueblo que asistió a la misa en forma masiva.
No hubo luna de miel para Margarita, eso no se acostumbra en esa región, y ella que estaba toda ilusionada y advertida por la madre sobre lo que ocurriría esa noche, se quedó muy frustrada y guardó toda la ropa interior que su madre le había comprado para tan solemne ocasión. Su desfloración ocurrió sin ceremoniales especiales.
Desde que se casó Margarita con el rico cafetalero, ellos instalaron su hogar conyugal en pleno centro del pueblo, en una mansión especialmente edificada para ellos, es una fortaleza que asemeja más un castillo que una vivienda normal.
Desde hace unos años, Margarita vive recluida en esa fortaleza, sin salir a la calle y mucho menos ver a sus padres o amigas, tiene prohibido mostrar su belleza más allá de esas cuatro paredes de mármol. La mamá de Magarita tiene la corazonada de que su amada hijita ya tuvo descendencia, pero no le consta.
Seguramente, la princesita que alguna vez fue reina del pueblo, llora en ese encierro dorado, sin poder encontrar a alguien que la rescate, nadie se atreve a desafiar al rico cafetalero, ya que su fama le incluye algunos homicidios reconocidos...
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