La familia de Abel era una de tantas, clase media con aspiraciones burguesas. El padre era un oficinista de gobierno, con un sueldo miserable, y la madre dedicada en cuerpo y alma a la crianza de siete hijos. Eso sí, todos fueron a la escuela era un valor familiar, había que superarse por la vía de los estudios. Abel era el hijo mayor y el primero que se graduó de Contador Público, ya que el resto de sus hermanos también abrazaron la misma carrera.
El sueño del padre de Abel era tener una casita propia, estaba harto de tener que pagar renta por un departamento chico, donde la familia apenas cabía. Mientras el padre de Abel se rompía el lomo trabajando para el gobierno, en horarios muy largos para alcanzar el cobro de unas horas extras, nunca pudo realizar su sueño de comprar una casita.
Cuando el padre de Abel se jubiló, su hijo le pidió que le dejara administrar esa pequeña pensión jubilatoria, "para sacarle el jugo a la plata". El padre aceptó la idea de su hijo mayor.
Abel comenzó a manejar el dinero de la jubilación de su padre a su antojo, empézó por comprar granos y cereales para la reventa en el mercado central, y le fue bien durante algunas temporadas agrícolas. El capital fue creciendo de manera notable, la intermediación era algo estupendo, se ganaba mucho sin tanto esfuerzo, se jactaba Abel.
Cuando los locatarios del Mercado Central se fueron dando cuenta de la solvencia económica de Abel, empezaron a buscarlo para proponerle varios negocios. Era un hecho conocido por todos, que los grandes comerciantes del Mercado Central manejaban grandes fajos de billetes de alta denominación, Abel era uno de esos que contaban con fuertes cantidades de dinero en efectivo; todos se manejaban al margen del sistema bancario.
Abel se fue desviando de los granos y cereales a los préstamos en efectivo con interés alto, cuyos rendimientos era extraordinarios y a corto plazo. Para efectuar un préstamo en efectivo por una suma considerable, Abel exigía escrituras de bienes inmuebles para garantizar el pago.
El padre de Abel padeció toda su vida una diabetes, que se vio agravada por descuidos
en la dieta y en su estilo de vida, en pocas palabras no se cuidaba para nada. A sus escasos sesenta años, el padre de Abel había perdido la visión casi en su totalidad. Al poco tiempo, el padre de Abel tuvo gangrena en su pierna derecha y tuvo que someterse a una operación para que le amputaran esa extremidad. Abel sufría mucho con la situación de su padre, porque teniendo mucho dinero no podía devolverle la salud a su padre. Antes de cumplir sesenta y un años, el padre de Abel falleció irremediablemente.
Abel se prometió asimismo cumplir el sueño de su padre, tener una casita para la familia.
Los negocios iban al alza y Abel se olvidó por un buen tiempo de cumplir la promesa hecha a su padre fallecido, todos los días sus ganancias superaban su propia imaginación.
A los dos años de haber muerto su padre, Abel se metió a su oficina para aclarar una duda que le rondaba en la mente día y noche. Abel quería saber exactamente con qué bienes contaba como patrimonio.
Se sorprendió demasiado. Tenía varios millones de dinero en efectivo, resguardados en su destartalado archivero metálico que le heredó su padre.
Su sorpresa fue mayúscula cuando revisó minuciosamente las escrituras que sus clientes morosos le habían dejado en prenda por el préstamo, y que nunca pudieron pagar por los altísimos intereses que Abel había fijado.
El recuento total arrojaba las siguientes cantidades:
Abel poseía en propiedad ochenta y cuatro casas y ciento veinte departamentos.
El sueño del padre de Abel de poseer una casita había sido superado con creces. Pero, lo que Abel no termina de asimilar es porque tiene que permanecer escondido, después de haber recibido un número enorme de amenzas de muerte, por haber despojado de sus propiedades a cientos de clientes morosos.
Abel se justifica así: " Si yo siempre estuve ahí para ayudar a quien lo necesitara, por qué la gente es tan mal agradecida".
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