Lucero es una mujer de cuarenta y tres años, sin marido y sin hijos, es psicóloga de profesión, especializada en terapias del lenguaje para niños, fue la niña consentida de su padre, hasta que éste murió de un cáncer fulminante. La relación de Lucero con su padre fue siempre amorosa, pero no así con la madre que celaba a la hija por esa pegazón con el progenitor.
La madre de Lucero la despreciaba todo el tiempo, así que se crió como una niña insegura, sintiéndose poco atractiva porque su madre la ninguneaba cada vez que podía, y le repetía: "eres fea, nadie te quiere y te vas a quedar sola, ningún hombre se va a fijar en tí".
El padre de Lucero aborrecía a su esposa y procuraba viajar por largos períodos para no convivir con su mujer. Pero esa situación permitía que Lucero sufriera vejámenes constantes a manos de su madre.
Cuando el padre de Lucero decide volver al hogar conyugal, ya estaba muy avanzada su enfermedad, y al poco tiempo muere en brazos de su amada Lucero.
A los diez y ocho años, Lucero decide abandonar la casa materna e irse a vivir con unas amigas a un minidepartamento, y empezar los estudios de Psicología en la UNAM, al mismo tiempo que trabajaba en un súpermercado como gerente.
Lucero quería probar el amor de un hombre pero no se atrevía, se consideraba poco atractiva. Hasta que un día, al salir del súpermercado e irse a la universidad, le alcanzó su jefe, el gerente general, y le dijo: "Lucero quiero invitarte a una fiesta de la empresa", ella aceptó de inmediato, aún sabiendo que ese hombre era casado, asunto que él no negaba a nadie.
Después de esa famosa fiesta anual de la empresa, ella se entregó al gerente general en un lujoso motel de la carretera a Cuernavaca. Y ahí empezó su calvario. Lucero quería ejercer un control absoluto sobre ese hombre casado. Las llamadas telefónicas a su celular no cesaban a lo largo del día y de la noche, así como los mensajitos con frases comunes y corrientes acerca del amor.
El hombre soportaba el acoso de Lucero, gracias a que ella siempre estaba dispuesta a la relación sexual, dentro y fuera de la empresa. Por fin, ella se sentía linda y hermosa, y sobre todo apetecible para los hombres, al menos para el gerente general.
Lucero comenzó a fallar en el desempeño de su trabajo por estar más pendiente de los movimientos del gerente general. En sus arrebatos pasionales Lucero le exigía que abandonara a su esposa e hijos para irse a vivir juntos, él se oponía a tan descabellada idea de Lucero. Ella no quería ser más la amante, la otra, el plato de segunda mesa. Por fin le pudo plantear al gerente general: "O ella o yo".
El gerente general le dijo:" no dejo a mi mujer y a mis hijos por ti; además te pido que me entregues tu renuncia". Ella enmudeció, y se puso a llorar como descocida.
Desde ese preciso instante, Lucero sale de su nuevo trabajo, donde se desempeña como psicóloga en un colegio privado, y se va de inmediato a su antiguo empleo, al súpermercado, para vigilar cuidadosamente los pasos de su examante. Lo espía dentro y fuera de esa negociación, como todos la conocen no le impiden realizar su labor de espionaje descarado.
Cuando el gerente general se liga a alguna de las nuevas cajeras, y Lucero se entera, va directamente al grano: golpea a sus rivales, les rasga la ropa, las despeina y las llena de puntapiés en las piernas. Además consigue los teléfonos de ellas y les habla día y noche pidiéndoles que dejen en paz a su amorcito o de lo contrario se las verán de nuevo con ella.
Cuando son días de balance general o de inventarios, en los cuales todos los empleados se quedan buena parte de la noche en la empresa, Lucero monta guardia toda la noche en espera de que salgan todos y vigilar que su examante no sea acompañado por ninguna mujer, porque si no ella se avalnza sobre los dos y los golpea fuertemente. Ella defiende lo suyo con dientes y garras.
Cuando Lucero desapareció de su casa y de su nuevo trabajo, todos sospecharon del gerente general, quien se perfilaba como el presunto asesino de Lucero, pero al ir las amigas a averiguar el paradero del gerente general, se llevaron menuda sorpresa.
El gerente general había desaparecido también, dejando una nota a su familia en la cual decía: "No se culpe a nadie de mi muerte, hice un pacto y lo voy a cumplir".
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