sábado, 17 de abril de 2010

Un ego inflado.

Jaime iba diario al gimnasio, y al menos tres horas se regodeaba frente a los múltiples espejos, haciendo ejercicios con las pesas, estaba muy orgulloso de su musculatura y de sus abdominales de lavadero.

En ese gimnasio de la colonia Condesa, el de moda para los artistas de Televisa y Azteca, asistían por la mañana unas cincuenta personas jóvenes. Jaime, como muchos de ellos, era un asiduo atleta dedicado al modelaje, requería de un cuerpo esbelto y bien formado.

En ese gimnasio Jaime conoció a Perla, quien también era modelo de una afamada agencia internacional, pero ella estaba con un leve sobrepeso que quería eliminar a base de baños saunas y varias sesiones diarias de ejercicios conducidos por un entrenador.

Jaime, se definía como un metrosexual, inalcanzable y también incasable. Pero la atracción que sintió por Perla fue irresistible.

Empézó la relación amorosa entre Jaime y Perla pero con muchos tropiezos para Perla, Jaime la humillaba constantemente en público, diciendo que él era más guapo que ella y más atlético.

Al cabo de un año y medio de estar saliendo juntos, la familia de Perla presionó a los dos para que planearan una boda a coto plazo. Así que se casaron al cumplir dos años de noviazgo.

Desde el principio Perla tenía la idea de vengarse de Jaime por tantas descalificaciones que hacía de ella en público.

El plan de Perla empezó a cobrar vida en cuanto se pudo entrevistar varias veces con su suegra y sus cuñadas, a las cuales les pidió todas las recetas de los platillos preferidos de Jaime. Ya que Jaime le repetía insitentemente a Perla: "El arroz no te sale igual que a mi mamá", "La paella como la de mi madre, ninguna". Bueno, ni el café lo hacía Perla igual al de la mamá de Jaime.

Perla se dedicó por completo al hogar, le pidió a Jaime que le dejar ser ama de casa, porque ese su sueño desde niña, ser mantenida por un hombre guapo.

La cocina de Perla se empézó a convertir en algo estupendo para todos los que iban a comer a su casa, sus platillos eran sabrosos y apetecibles. Hasta su suegra y sus cuñadas reconcocían la excelencia de los platillos que ella preparaba con tanto esmero. Perla le decía a su amado Jaime: " Mi cielo, prueba esto que hice con tanto amor para ti, sírvete más por favor".

Al cabo de un año de alimentar bien a su marido, con el truco velado de que Jaime comiera más de la cuenta, el plan inicial empezó a mostrar sus resultados. Y con ello aumentaba el regocijo de Perla, pero faltaba más para alcanzar sus verdaderos propósitos.

Jaime había sido contratado recientemente por una empresa productora de eventos artísticos, de capital estadunidense. Ganaba un buen sueldo y excelentes prestaciones económicas, y médicas, también.

Claro que Jaime se daba cuenta de la situación y no encontraba explicación lógica que lo dejara satisfecho, jamás sospechó o reclamó algo a su esposa Perla.

Al contrario, valoraba las artes culinarias de su mujer, al grado de invitar a varios de sus amigos a las típicas cenas y comidas que Perla ofrecía cada semana en su casa.

Al final, también había invitados a desayunar, para tratar asuntos de negocios de la empresa en donde trabajaba Jaime. Y todos salían complacidos por la atención y la exquisitez de los platillos consumidos.

Un día, erá un sábado previo a su cumpleaños número treinta y cinco, Jaime se paró frente al espejo y se dijo: "¿En que momento me convertí en un cerdo y no me dí cuenta?

Jaime sobre la báscula marcaba siempre en forma ascendente más de cien kilos, siempre más nunca menos de esa cantidad.

Para Perla la guerra había sido ganada por ella, porque el ego de su marido Jaime había crecido desmesuradamente, hasta convertirse en una masa informe de grasa, ya no podría humillarla más con descalificaciones por aquel sobrepeso de ella que alcanzaba apenas un kilo, cuando se conocieron.

Su promesa de convertirlo en un cerdo, cebándolo todos los días, fue su gran mérito en la vida. Y después ella le pidió el divorcio a jaime por falta de hijos e incompatibilidad sexual.

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