Casualmente me encontré en México, en mi café favorito de la colonia Condesa, a dos escritores de prestigio, Federico Campbell y Humberto Mussachio, con quienes compartí proyectos periodísticos importantes en los años ochentas. En una larga y sabrosa conversación salió a relucir el tema del cáncer y su vinculación con la literatura mexicana. De hecho existe una colección literaria en la cual varios escritores de renombre de México, relatan su encuentro con la muerte (y con dios) a través de la enfermedad llamada cáncer.
Sabiendo ellos que yo superé un cáncer terminal hace menos de un año, me sugirieron que escribiera esa experiencia personal y que habría manera de publicar una pequeña obra literaria al respecto.
Durante el enfrentamiento diario por la supervivencia, escribí un centenar de páginas relatando el proceso de la enfermedad, la radioterapia y la quimioterapia, y de los estragos y perjuicios que hacían en mi cuerpo y en mi mente. La escritura me salvó la vida, era mi terapia, a la cual me aferraba día a día, inclusive llegué a escribir bajo el efecto del delirio que me generó la fase crítica del cáncer y su terapeutica.
He dudado de escribir y publicar mi experiencia frente al cáncer y la muerte, por una sola razón: cada paciente es distinto y cada cáncer también, por ello pienso que no sirve para que los lectores se formen una idea de la enfermedad, mi testimonio es el producto de la desesperación. Fue un grito enmedio del desierto, una voz que salía de mi corazón y que no tenía destinatario alguno.
Anoche no dormí dándole vueltas a la sugerencia de mis amigos escritores acerca de escribir de cómo le gané la batalla al cáncer, me niego a escribir de eso con todo detalle.
Simplemente, estoy viviendo de nuevo en una segunda oportunidad que me brinda la vida y quiero ser feliz cada instánte, y gozar las cosas sencillas de la existencia humana.
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