Por Jesús Silva-Herzog Márquez
El geriátrico habla de reformas
Los tiranos están dispuestos al sacrificio tenaz. Ejercen el poder porque no hay opción, porque la patria implora su mando. Satisfacer su interés personal sería un egoísmo imperdonable. Por eso se niegan a sí mismos para mandar y están dispuestos a perseverar en su abnegación. En su colaboración más reciente en el periódico Granma que en México publica regularmente La jornada, Fidel Castro recuerda que nunca fue un ambicioso ordinario. No quería el poder, pero tenía la obligación moral de ejercerlo. Otros le exigieron cumplir con su misión histórica.
“Fui casi obligado a ocupar el cargo de Primer Ministro en los meses iniciales de 1959.” Prácticamente medio siglo duró su sacrificio. Hoy no ocupa ya ningún cargo formal pero sigue siendo la bóveda que legitima la dictadura. Por ello tuvo a bien dar la bendición pública a las reformas emprendidas por su hermano y aparecerse en pants en la clausura del Congreso del Partido Comunista.
Tal parece que al órgano máximo del partido único en Cuba es una criatura que pasa largos periodos en hibernación. Duerme durante años para despertar de pronto unos días, deseosa de escuchar y aplaudir al guía de la revolución. Entre el V y el VI congreso pasaron nada más catorce años.
El poder pasó de un hermano a otro sin que mediara intervención del partido “martiano y marxista-leninista, vanguardia organizada de la nación cubana (que) es la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado, que organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia los altos fines de la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista.” El Congreso tuvo el prólogo debido: un desfile militar. Yoani Sánchez describía el lucimiento bélico en estos términos: “Me subo a la azotea para ver la coreografía de la guerra en toda su extensión.
Mal van las cosas si el congreso del PCC comienza con esta procesión de bayonetas. Si realmente se quisiera dar una imagen de reformas, no serían estos uniformes de verde olivo los que se exhibirían en la jornada del sábado 16 de abril. ¡Cuánto desearíamos que ocurriera ese día una peregrinación de resultados, no de miedos!” Pero las dictaduras no pueden prescindir del mito de la guerra: su cohesión exige unidad frente a la amenaza de fuera. La única ciudadanía que tolera es la del miliciano; la lealtad cívica es disciplina.
La dictadura cubana retoma un sonsonete conocido: la simulación de la autocrítica.
Los Castro siguen pretendiendo encarnar la revolución y su única crítica legítima. En efecto, la retórica de la autocorrección nunca estuvo ausente en el discurso de Fidel Castro. Una y otra vez dijo defender al régimen corrigiendo constantemente el rumbo, modificando tal o cual decisión, experimentando incesantemente, enmendando sin soltar jamás el control de la enmienda y su crítica.
Ser, simultáneamente, vanguardia y su cuestionamiento históricamente validado. “Cambiar todo lo que debe ser cambiado” es la fórmula del hermano mayor. Lo que ahora se anuncia se ha intentado antes: ensayar dispositivos de mercado en una economía centralmente planificada. Se podrán comprar cosas que antes estaban vedadas, habrá mayores extensiones de tierra que pueden darse en propiedad a los campesinos, habrá permisos adicionales a la actividad privada.
Se intenta, nuevamente, insertar diminutas dosis de mercado en una economía burocrática. Otra vez se ofrece “actualizar el modelo socialista” que ha sido definido legalmente como irreversible. Vale recordar que la Constitución cubana proclama que el socialismo y el sistema político revolucionario son irrevocables.
Lo más notable del VI Congreso del PCC fue, sin duda, su llamado al rejuvenecimiento.
El geriátrico advirtiendo que los años cobran factura. Debemos empezar un proceso gradual de rejuvenecimiento de nuestros liderazgos, dijo Raúl Castro, quien fue confirmado en ese mismo acto como Primer Secretario del Buró Político del Partido. El hermano menor tiene apenas 79 años. Lo acompañan en ese órgano José Ramón Machado Ventura quien ya cumplió 80; Ramiro Valdés, 79, Julio Casas Regueiro, 75, Ricardo Alarcón, 74, Ramón Espinosa Martín 72, Abelardo Colomé Ibarra, 72, Leopoldo Cintra Frías, 70, Esteban Lazo Hernández, 67, Álvaro López Miera, 67 y los jovenazos Salvador Valdés Mesa con apenas 61 años y Miguel Díaz Canel, de 51.
Nadie podrá decir que los rejuvenecedores son unos inexpertos. Tras más de medio siglo en el poder, la fraterna dictadura cubana ha descubierto que la eternización en los cargos públicos tiene algunas consecuencias negativas. Para evitarlas, Raúl Castro propone relevos forzosos: no más de dos periodos de cinco años en los cargos fundamentales del partido. La medida, sin embargo, no significa que al hemano menor le apure retirarse. Las reglas le permitirían soplar noventa velitas en su cargo. El sacrificio de los hermanos no ha terminado.
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