Ocho años con intentos de suicidio
El preso palestino necesitaba control diario por parte de los médicos de la cárcel
Que a Walid Ibrahim Abu Hijazi, expreso de Guantánamo, le esté costando hacer vida normal en España no es nada sorprendente a la luz de los expedientes secretos del Departamento de Defensa cedidos a EL PAÍS por Wikileaks. El palestino estaba en una lista de prisioneros de "alto riesgo" por su estado de salud. Padecía "trastorno límite de la personalidad" y había amenazado con suicidarse muchas veces, según establece una ficha militar que añade que Hijazi, con múltiples ingresos hospitalarios, precisaba "control diario" por parte de la unidad de "salud del comportamiento" para evitar "futuros gestos suicidas". A pesar de sus evidentes problemas mentales, y de que EE UU consideró que solo "quizá" era peligroso, pasó ocho años encerrado en el penal. Entró con 22 años y recuperó la libertad con 30.
Vive ahora en una ciudad del norte de España acogido por una ONG
Hijazi vive ahora en una ciudad del norte de España acogido por una ONG y bajo supervisión del Gobierno español. Pasó sus primeros meses viviendo en un hotel, pero fue trasladado al centro ante la imposibilidad de que viviera solo. Llegó en pésimas condiciones, con un discurso a veces incoherente. Se asustaba por todo y tenía comportamientos que hacían temer a las autoridades que pudiera hacerse daño. Llenaba la habitación de agua, no podía dormir y jamás cerraba la ventana de su habitación. Este periódico habló con él en abril de 2010, dos meses después de su llegada, pero apenas quería hablar de su experiencia en Guantánamo. "Todavía es pronto", dijo. "Estas cosas llevan tiempo, necesito tiempo".
Ahora está mejor, pero ha necesitado de ayuda psicológica y apoyo, al igual que el resto de los reclusos del penal acogidos en España. No es fácil recuperarse de Guantánamo. El documento secreto sobre Hijazi está fechado el 24 de mayo de 2007, cuando el palestino llevaba ya casi cinco años en la prisión. La recomendación que hacen los mandos militares es que sea transferido "fuera del control del Departamento de Defensa". Es decir, que sea liberado, pero fuera de las fronteras de EE UU. Aún tardó tres años más en abandonar la base militar rumbo a España, después de que el presidente Barack Obama prometiera cerrar el penal y firmara acuerdos con varios países europeos para que le ayudaran acogiendo a algunos presos.
El informe no explica nada más sobre su estado de salud, que solo merece cuatro líneas a pesar de su gravedad, ni explica las razones por las que ya no quieren mantener al palestino en Guantánamo. Se limitan a contar su historia, un relato incompleto que no coincide con las acusaciones formuladas por las comisiones que revisaban la condición de "combatiente enemigo" de los presos. Le imputaban haber admitido que apoyaba a Bin Laden y sus acciones terroristas, algo que no aparece en la ficha de uso interno.
Hijazi dejó pronto la escuela en Palestina para ayudar a su padre en su negocio de carpintería. Más tarde se hizo camarero, pero solo tenía trabajos eventuales. Durante el verano de 2001, poco antes de los atentados del 11-S, decidió emprender su primer peregrinaje a La Meca. Tenía 21 años. Fue sin apenas dinero, con un grupo de unas 70 personas, y se encontró después con serias dificultades para volver a Palestina. El preso dijo a sus captores de Guantánamo que el clima político en Arabia Saudí contra los palestinos hizo difícil que recibieran la ayuda económica que necesitaban para regresar, de forma que se quedó tres meses en la ciudad, en una mezquita.
Un saudí que de vez en cuando le llevaba dinero y comida le ofreció viajar a Afganistán para hacer la yihad. En un principio Hijazi le respondió que él, como palestino, solo lucharía contra Israel, pero acabó accediendo a acompañarlo si a cambio le daba algo de dinero para volver a casa. Quería casarse. El hombre le facilitó un pasaporte saudí para que pudiera pasar las fronteras y lo llevó al campo de entrenamiento de Al Faruq. Allí, según afirman los mandos de Guantánamo, permaneció dos semanas entrenando con armas pequeñas y se marchó un día después del 11-S. Se escondió en Jost, también en Afganistán, donde recibió el impacto de una granada de mano mal utilizada por un muyaidín. Cuando lo llevaban a un hospital en Peshawar las autoridades paquistaníes lo detuvieron y entregaron a los norteamericanos.
Esa es toda la información de la que disponen, aparte de su paso por algunas casas de huéspedes para yihadistas en las que recaló en su viaje a Afganistán. A pesar de lo que consta en la ficha, los tribunales que revisaban su condición de combatiente enemigo escribían cada año que Hijazi había admitido "que apoya a Osama Bin Laden y a otros que cometen actos terroristas" y que "apoya moderadamente las creencias y acciones de los talibanes". Él negaba en los procesos haber dicho nada semejante, y ahora las fichas secretas del Departamento de Defensa corroboran su versión. No solo eso, sino que consta exactamente lo contrario: aparece afirmando que si le tocara luchar en alguna guerra lo haría, pero que no iba a hacerse saltar por los aires solo porque alguien como Bin Laden se lo dijera.
Su ficha, confusa, dedica más espacio a sus supuestas infracciones (como tener comida dentro del campo o haber arrojado agua a un guarda) que a sus amenazas de suicidio, que probablemente tuvieran que ver con su encierro indefinido. Desde que está en España ha dejado de querer quitarse la vida.
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