Por: Miguel Mora
El mitin indecente de José Mourinho en la sala de prensa tras el 0-2 ante el Barcelona siguió al pie de la letra el guión patentado por Silvio Berlusconi en su camino hacia la inmunidad total.
La autocrítica no existe, la verdad y el fondo del asunto son lo de menos, lo único que cuenta es hacerse la víctima y culpar al empedrado de los problemas lo antes posible.
La prueba definitiva de que el populismo mediático y nihilista de B. se ha exportado ya a otros países y otros ámbitos fue esa siniestra exhibición fingida de cólera, destinada únicamente a desviar la atención de las carencias propias denunciando una conspiración inexistente y señalando un chivo expiatorio para calmar a la masa frustrada.
En este caso los fiscales milaneses brigadistas serían los árbitros politizados de la UEFA, la oposición comunista es Unicef, el Tribunal Constitucional son los linieres y el cuarto árbitro, y el presidente de la República sería (colmo de los colmos) el inefable Angel María Villar.
El truco del populismo paranoide berlusconiano y mourinhista se ve de lejos. Pero su poder magnético y su capacidad de seducción son infalibles. Cuando la realidad no se ajusta a sus deseos, ponen cara de no haber roto un plato y empiezan a hablar de otra cosa. Con tal convicción y tanta verborrea que al menos el 60% de los oyentes piensa que la Verdad es esa, y el 40% restante, aun sabiendo que es puro camelo, llega a dudar y algunos incluso a creer a pies juntillas lo que oyen.
Si no has tirado a gol en una hora, si has hecho un catenaccio indecente jugando en casa unas semifinales europeas, si has dejado en el banquillo 80 millones de euros despreciando el talento de tipos como Kakà, Benzema o Higuaín, y si en su lugar has puesto a labrar en el medio campo a Lass, a Pepe y a Alonso, eso no cuenta. Tu responsabilidad no existe.
Tú eres inocente, has jugado con tus armas noble y lealmente, has empleado una sabiduría superior, te has limitado a buscar el bien común, lo mejor para la democracia (y la alternativa y el debate). Pero los poderes fuertes están confabulados contra tí.
Tú no has perdido, te han hecho perder. Te tienen manía. Te odian. Quieren acabar contigo. ¿Por qué? No lo sabes. Pero tú no cejarás. Estás aquí para salvar a este equipo, a este país, eres el vengador que necesitáis. El Puto amo. Y por eso mismo quieren eliminarte. Para que ganen los otros, que son buenos, de acuerdo, pero sin esas ayudas diabólicas no serían capaces de ganarte.
El fenómeno, Mou, es como Berlusconi un actor consumado. Tiene el arte de hacerte ver que lo blanco es negro, y la capacidad de vendértelo sin que notes que estás pagando por ello. Su genialidad consiste es tangarte sin que te enteres. Primero convierten lo ilícito en presentable, y de ahí pasan a mostrar lo ilegal, o lo prohibido, como Ley universal. Si las coartadas ocupan el centro del discurso, quién se acuerda del delito. Si además tú eres la ley, y representas el bien, entonces vencerte es un crimen. Los otros son unos criminales, tú un pobre perseguido.
A base de repetirlo, de machacar, de hacerlo familiar, se moldea la realidad y la normalidad, y uno acaba creyendo cualquier cosa, metido en otro mundo, en su mundo. Incluso puedes llegar a pensar que es lógico que un descerebrado con fama de haber paseado sobre la espalda de un jugador del Getafe sea reconvertido en media punta y se permita meter la pierna apuntando a la tibia del rival en campo contrario y con los tacos por delante. Yo soy así, un poco impulsivo pero en el fondo majo.
Lo peor no es que él mismo se crea sus propias patrañas, como B. Con los iluminados suele pasar eso. Lo malo es la radiación que generan, la forma de intoxicarlo todo, el veneno que inoculan en las faldas acuíferas y en los corazones puros.
Todos los jugadores del Madrid sin excepción, el intelectual Valdano, el curil Butragueño, la central lechera y llorona dirigida por Florentino Pérez (un título de Copa del Rey desde 2003) y varios millones más de merengues y/o anticatalanistas tienen un nuevo líder en quien confiar.
Deténganse un momento a pensar en la violencia, la arbitrariedad, el mal gusto y el mal rollo que produce esa forma de narrar el mundo, multiplíquenla por 30 años, sumen el apoyo del 80% de los medios de comunicación y entenderán cómo está Vaticalia.
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