sábado, 30 de abril de 2011

Oxígeno puro a la monarquía.

Un anillo al dedo de la monarquía
Todo sucedió como debía ser: el príncipe se casó, la princesa conmovió corazones, los dos se besaron en el balcón. Miles de británicos celebraron el casamiento convertido en orgullo nacional. El show que la monarquía necesitaba para oxigenarse.

Por Marcelo Justo

La monarquía británica goza de una salud aparentemente indestructible. La boda del príncipe Guillermo, segundo en la sucesión del trono, y la ahora duquesa de Cambridge, Catalina Middleton, movilizó a cientos de miles de personas que esperaron pacientemente el paso de la pareja en el trayecto que separa la Abadía de Westminster y el Palacio de Buckingham o que siguieron los eventos en las pantallas gigantescas de Hyde Park y la Plaza de Trafalgar o en las más de cinco mil fiestas callejeras que se celebraron en el Reino Unido. El momento apoteósico para la multitud fue cuando la familia real se asomó al balcón del palacio y, en el medio, a pedido de la multitud, el príncipe y su esposa se besaron dos veces.

“What a circus, what a show”, se burlaba Andrew Lloyd Webber del funeral de Evita, ignorando que sus palabras se aplican mucho mejor a cualquiera de estos megaeventos de la realeza británica. A casi 14 años de que la muerte de la madre de Guillermo, lady Di, abriera interrogantes sobre el futuro de la monarquía, ésta ha resurgido con las enseñanzas que dejó el “Diana affair”: manejo mediático, ángel escénico de sus nuevos protagonistas, belleza, naturalidad.


Desde la noche anterior, las calles se fueron saturando de gente que quería asegurarse un primer lugar en la multitud para verlos pasar unos segundos de cerca. Embanderados, patrióticos, felices, disfrazados, festivos, de todas las edades, celebraron el paso de la familia real camino a la Abadía de Westminster, el del príncipe Guillermo y Enrique en el mismo coche negro, y el de la heroína de la jornada, Kate, que se llevó los mejores vítores.

En la Abadía seguían el “circus” y el “show” con la parafernalia que adorna estos eventos: sombreros de todo tipo, estilo y gusto, trajes coloridos y sobrios, los fracs, el sobrecargado barroco de los uniformes militares con su laberinto de medallas y condecoraciones. Reyes, príncipes, sultanes, mandatarios, el gobierno británico en pleno, embajadores, celebridades, familiares y los “commoners” que siempre aparecen en un evento real: un total de 1900 invitados entre los que se encontraban David Beckham, Elton John y Rowan “Mr. Bean” Atkinson. A las 10 y 15 entró el novio con uniforme de coronel de la Guardia Irlandesa y la insignia de la Orden de la Jarretera, máximo honor que concede la reina.

Unos 45 minutos más tarde Kate ingresó en la Abadía del brazo de su padre, el empresario Michael Middleton. La multitud que seguía por televisión y radio vitoreó en todas partes y entró en éxtasis cuando llegó el “sí quiero”. Entrevistada por la BBC, una mujer con claro acento de clase trabajadora decía que era “el día más feliz de su vida”. Otros hablaban del “orgullo nacional”, de la “celebración del ser británico”, de una unión más allá de la diferencias. Un estadounidense miraba todo extasiado. “Para la pompa ceremonial, los británicos son los mejores. Uno se contagia inevitablemente de toda su energía y emoción.”

La plaza estalló con los besos que se dieron en el balcón el príncipe y la duquesa de Cambridge. A partir de ese momento se cerró el telón. En el palacio hubo una recepción para unas 650 personas con ensalada de cangrejo, pato, queso de cabra, langostinos, salmón, tarta de espárragos, pastel de pescados y postre. Unos 300 invitados se quedaron para la cena y la discoteca en el palacio mismo que, organizada por el príncipe Carlos, debió ser un evento para alquilar balcones.

Entre los republicanos había una mezcla de resignación, humor y fatalismo. En su edición digital, el matutino The Guardian abrió una pestaña en la esquina superior con un “Republicans click here” para una edición especial sin noticias sobre el enlace. En el mismo diario, el comentarista Timothy Ashton Nash hacía un análisis que resume la posición de muchos intelectuales incómodos con la institución, pero pragmáticos. “Si Guillermo y Catalina se portan bien, a diferencia de otros miembros más revoltosos de la familia real, y contribuyen al desarrollo de una monarquía constitucional moderna, la situación será tal vez mejor que las alternativas más probables.

No me parece que países como Suecia, Holanda, Dinamarca y España, que tienen reyes, estén peor que otros que cuentan con presidentes elegidos entre los políticos de partido. ¿O preferiríamos que el Palacio de Buckingham lo ocupase, por ejemplo, el presidente Blair?”, dice Ash. El catedrático destaca que, salvo por un breve interludio en el siglo XVII hubo reyes en Inglaterra en los últimos 1000 años y obras como la de Shakespeare serían impensables sin la monarquía. “Puestos a hablar del poder de un individuo a quien nadie ha elegido, el magnate de la comunicación Rupert Murdoch es una amenaza mucho más grave para la democracia británica que nuestro jefe de Estado hereditario. Ningún monarca británico se ha negado a aprobar una ley desde 1707”, resume Ash.

No es el punto de vista de algunos jóvenes radicalizados desde la hecatombe financiera de 2008. La policía usó ayer sus poderes especiales para detener, cachear y obligar a quitarse pasamontañas y máscaras a un grupo que se había reunido en la plaza de Soho, en el centro de Londres, pero a cierta distancia de toda la celebración. La policía indicó que había arrestado a una persona que se había puesto a cantar “We all live in a fascist regime” con el tono de la famosa canción de Los Beatles “We all live in the yellow submarine”.

Hubo otros 43 arrestos en la zona de la boda real y detenciones preventivas en casas de ocupas el miércoles y jueves. En Cambridge la policía arrestó a Charlie Veitch, un conocido anarquista, por “intento de perturbar el orden público y la paz”. Su novia, Silvia Carlo, estudiante de Política y Psicología en Cambridge criticó duramente a la policía.

“Entraron, no encontraron nada y se lo llevaron. Esto fue ayer a las 10 de la mañana y todavía no sabemos dónde está. Hablamos de la boda y la belleza y las tiaras y el espectáculo, pero acá están llevándose gente como en China”, dijo Carlo. Anarquistas entrevistados por este diario negaron todo interés en la boda y acusaron a la policía y los medios de usar los operativos de seguridad para vengarse por las protestas en marzo contra el programa de ajuste y a fin del año pasado contra la política universitaria.

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