lunes, 30 de enero de 2012

El desafío de pensar.

El desafío de pensar
Por: Ángel Gabilondo .

Il Tuffatore

Esta imagen de quien se zambulle dando un salto desde los confines del mundo supuestamente conocido, a partir de las columnas del templo de Hércules, hacia las ignotas aguas del mar abierto, a lo no ya definido, nos lanza, quizá, a otras posibilidades de vida. Las buscamos.

Se encuentra en un fresco de la tumba etrusca del nadador que se arroja a la mar (475 a C), en Paestum y nos convoca con su audacia a ensanchar los límites de lo posible. La imagen ha sido históricamente reproducida, recreada una y otra vez en las escuelas de dibujo, de bellas artes, en las academias y en los deseos de quienes precisamos algo diferente.


Il Tuffatore me acompaña como un desafío y un estímulo, en la pantalla de mi ordenador, en la pared de mi despacho o de la terraza de casa. Ha estado a la vista en mis lugares de trabajo y, si resulto convencional, reconozco que sin esta advocación pagana sería aún peor. Nos llama al reto y al coraje de vivir y de pensar, para responder, para arriesgar, para afrontar el peligro que siempre reclama otras experiencias y que hemos de evitar que nos impida la acción. El miedo es el gran elemento paralizador.
.¡Atrévete a saber!

Sapere aude! Es más que una exclamación ilustrada. Es un grito que de la mano de Kant nos convoca a valernos de nuestro pensamiento, de la propia razón, para no vivir sometidos al dictado de otros, para conocer los propios límites. Y, añadamos, para sobrevivir, y aún más que eso, en un contexto de verdadero aburrimiento ontológico, donde parece que da igual lo que pensamos, porque pensemos lo que pensemos, ocurre lo mismo. Pero es un grito a la par, Foucault nos lo recuerda, que no es una simple vociferación, es una acción de pensamiento, es un atrevernos a pensar que nos llama a preguntarnos por nosotros mismos y por nuestro propio presente."¿Quiénes somos en este preciso momento de la historia?".

El Salto del Ángel

En el estado Bolívar, en Venezuela, se encuentra este salto donde el agua se precipita desde casi mil metros de altura, con contundencia y con elegancia. Sobrevolado por el aviador Jimmy Angel, que prácticamente clavó en él su avioneta sin perecer, recibe su nombre de esta audacia a la que corresponde con su belleza. Se conjuga así el salto de quien se arroja con los brazos abiertos en un espacio asimismo bello y peligroso, como cuando en un gesto límite, física y literalmente asfixiado, Deleuze buscó otro aire que respirar.

La articulación del “¡atrévete a saber!”, con “Il Tuffatore” y con el Salto del Ángel inspiran la labor que nos llama, la del pensamiento y la creación de nuevas posibilidades de vida en un contexto que parece clausurado, inexorable, finiquitado, abocado a caminos ya trillados y cerrados. Y una tarea, la de no quedar enredados en quejas y excusas, en lamentos de brocha gorda, como único modo de respuesta, como coartada para la mera réplica de lo existente. Pero esta tarea del pensar, que ha de ser una acción conjunta, nutrida de innumerables trabajos solitarios, nos exige tener cuidado, es decir, hemos de cuidarnos, de cultivarnos. Si Gadamer insiste en que “la educación es educarse”, hay mucho que hacer en este salto del Ángel. Y no precisamente solos.
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