domingo, 29 de enero de 2012

Múltiples gozos/crónica.

Múltiples gozos




Ángeles González Gamio
Es lo que proporciona una visita al antiguo Colegio de San Ildefonso, situado entre las calles de San Ildefonso y Justo Sierra, en el corazón del Centro Histórico. La entrada es por esta última vía; no se fije en esa fachada que es una pobre imitación del estilo barroco original del edificio. La de a de veras, sobria e imponente, está sobre la calle de San Ildefonso, no deje de verla.

Para apreciar la grandeza del edificio vale la pena recordar algo de su historia: a la llegada de los jesuitas a la Nueva España en 1572, la conquista espiritual se encontraba prácticamente concluida, por lo que los recién llegados se dedicaron a labores docentes, particularmente con los jóvenes criollos. Entre las numerosas instituciones que fundaron se encuentra el Colegio de San Ildefonso. Inicialmente tenía el propósito de funcionar como residencia para alojar a los estudiantes de los cercanos colegios de San Pedro, San Pablo, San Gregorio, San Bernardo y del Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo.

El edificio que ahora apreciamos se construyó en 1712 y sustituyó a uno más sencillo que habían levantado los jesuitas a fines del siglo XVI. En el siglo XX se edificó la parte que da a la calle de Justo Sierra, para que albergara a la Escuela Nacional Preparatoria. Afortunadamente en esa transformación se conservó la añeja construcción, una de las más bellas de la ciudad, con sus dos patios principales: el enorme del Colegio Grande, de planta cuadrada con elegantes arcadas y tres plantas, y el de los pasantes, con características similares, pero de menores dimensiones. En el primero se encuentra el salón de actos, conocido como El generalito, que resguarda la hermosa sillería del coro de la antigua iglesia de San Agustín.

En 1622 el colegio jesuita tenía 800 alumnos que recibían la mejor educación de la época en magníficas instalaciones, entre las que destacaba una de las mejores bibliotecas de la Nueva España. La magna construcción tras la exclaustración de los bienes religiosos a mediados del siglo XIX, fue siendo paulatinamente destruida, conservándose únicamente dos patios y la portada de la capilla doméstica.
Poco antes del fallecimiento de Benito Juárez, en 1872, Gabino Barreda le propuso la creación de la Escuela Nacional Preparatoria, idea que el presidente aceptó gustoso, escogiéndose como sede el edificio del viejo colegio jesuita de San Ildefonso; en 1910, la institución se integró a la recién refundada Universidad Nacional. Por esas fechas se decidió ampliar el inmueble, encargándose la obra al arquitecto Samuel Chávez, quien sólo logró concluir el Anfiteatro Simón Bolivar; dos décadas más tarde, en 1929, una vez lograda la autonomía, la obra se concluyó con el edificio estilo neocolonial que da a la calle de Justo Sierra.

Unos años antes, José Vasconcelos siendo secretario de Educación recogió las ideas nacionalistas surgidas de la Revolución, e invitó a artistas a pintar los muros de los edificios públicos para llevar el arte al pueblo. Uno de ellos fue precisamente San Ildefonso, en donde Diego Rivera hizo el primer mural al fresco en el Anfiteatro Simón Bolivar. Continuaron Fernando Leal, Jean Charlot, Ramón Alva de la Canal, Fermín Revueltas, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco.

Ahora hay dos interesantes exposiciones: Hiperrealismo de Alto Impacto, de Ron Mueck, y otra del polémico roquero Marilyn Manson y... vámonos a comer que ya hace hambre. Muy cerca, en Guatemala 32, se encuentra la primorosa Casa de Las Sirenas, con su espectacular terraza con la vista de las cúpulas de la catedral. Lo reciben con un rico sopecito que ahí mismo prepara una señora en un comal. Yo no perdono la cazuelita de tuétanos para botanear. Sus sopas son originales y sabrosísimas: la Centro Histórico, la de Pancha, de cilantro, la clásica de fideos con higaditos y el caldo mixteco. De plato fuerte, el pato en salsa de tamarindo, el dorado al ajonjolí y la gallinita en mole de mango son incomparables.

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