miércoles, 7 de noviembre de 2012

China se renueva.

China inicia el cambio de guardia

El congreso del PCCh encumbrará a los dirigentes que tendrán que buscar un nuevo modelo económico y hacer frente a las grandes desigualdades sociales

Con Pekín tomado por 1,4 millones de policías y vigilantes voluntarios, el Partido Comunista Chino (PCCh) inicia hoy un congreso crucial, en el que se producirá la llegada de una nueva generación de líderes. El actual vicepresidente chino, Xi Jinping, será designado secretario general del partido, y en marzo del año que viene —durante la sesión anual de la Asamblea Popular Nacional— ascenderá a presidente en sustitución de Hu Jintao. En ese momento, se prevé que Li Keqiang, actual viceprimer ministro, suceda a Wen Jiabao como primer ministro.
El XVIII Congreso del PCCh decidirá también la composición del Comité Central (unos 200 miembros), que a su vez elegirá al Politburó (25 miembros) y el Comité Permanente del Politburó, ahora compuesto por nueve personas, pero que podría quedar reducido a siete. Xi, de 59 años, y Li, de 57, forman parte del actual Comité Permanente y son los dos únicos que continuarán en el nuevo. Los otros siete integrantes se retirarán para dejar paso a una generación de dirigentes más jóvenes. La composición completa del Comité Permanente no se conocerá hasta el final del cónclave.
En la sesión de apertura, Hu Jintao dará un discurso en el que glosará ante los 2.270 delegados, reunidos en el Gran Palacio del Pueblo, en la plaza de Tiananmen, los logros alcanzados desde el último congreso, en 2007, y dibujará los retos que tiene por delante China en los próximos cinco años.
El abanico de desafíos es amplio: las desigualdades sociales, la corrupción, los problemas medioambientales, la creciente protesta social, las ascendentes peticiones de reforma política, las tensiones con los países vecinos y, en especial, la ralentización de la economía. El PIB (producto interior bruto) creció un 7,4% en el tercer trimestre, el menor registro desde el primer trimestre de 2009.
Muchos expertos creen que si China no acomete una transformación profunda, crecerá para finales de esta década al 5% anual, una cifra muy inferior al 10% al año que ha experimentado desde que Deng Xiaoping lanzó el proceso de apertura y reforma en diciembre de 1978. Académicos y analistas consideran que el modelo actual está agotado, debido a su excesiva dependencia de las exportaciones y la inversión, y prevén que el partido actúe con decisión y emprenda nuevas reformas económicas.
Los partidarios de los cambios están presionando a Xi Jinping para que elimine los privilegios de las compañías estatales, modifique el actual sistema fiscal que anima a las autoridades locales a financiarse con las expropiaciones de suelo, facilite la instalación permanente de los emigrantes rurales en las ciudades, y, sobre todo, limite el poder de un Estado que, según afirman, amenaza con estrangular el crecimiento.
“[El congreso] será muy importante, con China en un momento crucial en la construcción de una sociedad moderna y próspera en todos los aspectos, en un proceso de reforma y apertura y acelerando la transformación del modelo de crecimiento”, ha asegurado este miércoles Cai Mingzhao, portavoz del congreso.
Los delegados del PCCh, llegados desde todos los rincones del país, serán más cautos a la hora de responder a las cada vez mayores demandas de reforma política. Nadie espera un paso hacia una democratización de tipo occidental, pero el PCCh podría introducir medidas experimentales para ampliar la denominada democracia interna del partido, lo que viene a significar promover un mayor debate dentro de las estructuras del PCCh, con una prioridad absoluta para el mantenimiento de la estabilidad social, garante, según consideran los líderes, del desarrollo económico.
En teoría, los 2.270 delegados van a elegir a la próxima generación de mandatarios. En realidad, los nombramientos de los altos dirigentes —con un Xi Jinping y un Li Keqiang que ocuparán el poder durante 10 años— llegan hechos. Han sido decididos de antemano por los líderes en activo y jubilados, en un proceso secretista, marcado por duras negociaciones entre las diferentes facciones.

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