El Gobierno intenta convertirnos en culpables en vez de en víctimas”
Tanja Nijmeijer, la holandesa guerrillera de las FARC, explica los motivos que han conducido a los insurgentes a las armas
ROBERT-JAN FRIELE
La Habana
24 NOV 2012 - 18:30 CET291
En el mesón Maraka's, Tanja Nijmeijer se levanta de la mesa para
despedirse, con un nuevo cigarrillo en la mano. Es martes por la noche, y
en su rostro se dibuja una expresión atormentada, la misma que ha
mostrado durante las dos últimas horas, igual que ocurrió el lunes
durante las seis horas de nuestra conversación.
“Estoy cansada de tener que estar defendiéndome continuamente”, dice la holandesa que actúa en nombre de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en las negociaciones de paz de Colombia. “Es importante que entiendas por qué hemos recurrido a las armas y que en Colombia hay una guerra en la que se producen muertes. Y sí, a veces cometemos errores”.
Nijmeijer, de 34 años, nacida en Denekamp (Holanda) y la segunda de las tres hijas de la familia, cuenta, llena de ardor, cómo es su vida en las FARC, la organización guerrillera de la que forma parte desde 2002. Está muy sorprendida por el interés que ha despertado en los medios de comunicación. “Me gustaría que se prestara más atención a las condiciones de vida de la gente. ¿No sería eso mucho más importante que hablar de mí?”.
Le brillan los ojos cuando habla de su vida en la selva colombiana, donde las FARC levantan un nuevo campamento cada tres días. Nos cuenta también que entiende mejor el mundo desde que siguió el curso de marxismo que la organización da a todos los guerrilleros. Igualmente entusiasmada se muestra al hablar sobre el contacto con la población en las áreas dominadas por los rebeldes, especialmente con los campesinos pobres.
Las FARC están en guerra con el Gobierno colombiano desde 1964. Una guerra que desde los años ochenta —cuando los enormes ingresos del tráfico de cocaína comenzaron a funcionar como catalizador— ha hecho aflorar lo peor de ambas partes. Todos los días caen decenas de víctimas inocentes, principalmente campesinos colombianos pobres, atrapados entre las luchas, los deseos y los intereses de las dos partes en litigio.
“Nos gustaría que no hubiera víctimas, nos gustaría que no hubiera guerra, nos gustaría no estar en las montañas. Pero, si dejamos la lucha, ¿qué va a hacer el pueblo?”. Después se va de la habitación para volver al complejo vigilado donde se aloja junto con otros 29 guerrilleros para participar en las conversaciones de paz iniciadas el 19 de noviembre.
La última vez que vi a Nijmeijer fue en agosto de 2001, mientras fregábamos los platos en la diminuta cocina de una residencia de estudiantes de Groninga. Era la mejor amiga de una compañera. Ya había estado una vez en Colombia y no dejaba de calentarme las orejas con las noticias sobre ese país. Once años después, llega a mi puerta un lunes a las 9.00 de la mañana en una furgoneta Mercedes blanca conducida por un chófer del Servicio de Seguridad cubano. Va en el asiento delantero, con Camila y Shirley en los asientos de detrás: “Son dos camaradas”.
Cuando, un poco más tarde, nos sentamos en un deteriorado restaurante del Malecón, Camila y Shirley abren sus ordenadores portátiles para trabajar. El holandés de Nijmeijer sigue siendo magnífico, pero para hablar de las FARC prefiere el español.
El camino que la llevó a la guerrilla colombiana fueron dos acontecimientos que vivió en 2001 durante las prácticas que realizaba en aquel país. El primero fue la visita a un barrio desfavorecido de la ciudad de Pereira. Su acompañante le dijo que tenían que salir a las nueve porque a esa hora la gente se iba a dormir. “Cuando pregunté a un vecino del barrio por qué se iban a dormir tan pronto, me dijo que los paramilitares podrían considerar como delincuente a cualquiera que anduviera a esas horas por la calle y matarle de un tiro. A eso se le llama limpieza social en Colombia”. El otro ocurrió en Bogotá. Fue a visitar Ciudad Bolívar, el gigantesco barrio de chabolas al sur de la capital. Después la llevaron al Centro Andino, el centro comercial de la élite del norte de la ciudad. El contraste fue dolorosísimo.
Nijmeijer profundizó en la Historia de Colombia, buscó en el país los contactos adecuados y se introdujo en el movimiento guerrillero. “Para mí estaba claro que la democracia en Colombia solo existía sobre el papel. Y así sigue siendo actualmente”. Su tapadera era su trabajo en una cara escuela de idiomas.
Más tarde, Nijmeijer también cometió atentados: entre otros ataques, colocó bombas en el Transmilenio, el sistema de transporte de autobuses de Bogotá, y a un rico comerciante. Según ella, no hubo muertos en sus ataques, que estaban planteados solo como protesta.
Cuando en 2003 la policía desmanteló la red de militantes, Nijmeijer optó por una huida hacia adelante: luchar en la selva, ametralladora en mano. Su alias en las FARC fue Alexandra desde el primer día, y es con el que firma sus correos electrónicos. No se plantea un posible papel en política si tiene éxito el proceso de paz. “Me adaptaré a las necesidades que haya. ¿Qué necesitan las FARC, qué necesita Colombia, que necesita el pueblo?”.
Pregunta. Algunos piensan que las FARC recurren a usted —una mujer occidental, inteligente y elocuente— para mejorar su imagen.
Respuesta. Me molesta que digan que formo parte de la campaña de comunicación de las FARC. Lo que queremos es contar nuestra visión de las cosas.
El Gobierno colombiano ha puesto muchas dificultades a mi participación en las conversaciones de paz.
P. Las FARC nacieron en 1964. ¿Cuál es su lucha actual?
R. Los tiempos cambian, pero la opresión continúa. Nos consideramos un partido político armado, cuya ideología está basada en el marxismo-leninismo. Esas son las ideas por las que luchamos. Queremos hacer reformas radicales. Lo que nos preguntamos es ¿cómo podemos participar en la política? De eso tratan nuestras conversaciones con el Gobierno.
P. Por el modo en que habla de su vida en las FARC, parece como si no hubiera guerra. También en el vídeo musical que han grabado da la impresión de que se trata de una alegre pandilla.
R. Y eso es lo que somos. Si no estás alegre, no lo podrías aguantar. Precisamente son los momentos más difíciles los que nos inspiran la mayoría de las bromas.
P. Las FARC tienen fama de imponer severos castigos en caso de infracción y la pena de muerte en caso de deserción. ¿No le ha disuadido eso nunca?
R. Cuando en una ocasión llamé a escondidas a casa se me impuso, entre otros, el castigo de cavar más de 30 metros de letrinas y escribir 20 páginas sobre mi infracción. Somos un Ejército y tiene que haber disciplina. Pero el que deserta es un traidor".
P. ¿Ha asistido a alguna ejecución?
R. No. Pero he oído hablar de ellas.
P. ¿Se ha vuelto más dura en todos estos años?
R. Nosotros, los guerrilleros, somos duros por fuera, pero suaves por dentro.
P. ¿Estaría dispuesta a pedir perdón por vuestras víctimas?
Me mira indignada.
R. Hay un dicho: El pueblo sabe quiénes son sus verdugos. El Gobierno intenta convertirnos en culpables en lugar de víctimas.
P. Como el objetivo que dicen perseguir es bueno, ¿no hay nada que reprocharles?
R. Yo no tengo que justificarme. La lucha está justificada. Estamos en guerra.
“Estoy cansada de tener que estar defendiéndome continuamente”, dice la holandesa que actúa en nombre de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en las negociaciones de paz de Colombia. “Es importante que entiendas por qué hemos recurrido a las armas y que en Colombia hay una guerra en la que se producen muertes. Y sí, a veces cometemos errores”.
Nijmeijer, de 34 años, nacida en Denekamp (Holanda) y la segunda de las tres hijas de la familia, cuenta, llena de ardor, cómo es su vida en las FARC, la organización guerrillera de la que forma parte desde 2002. Está muy sorprendida por el interés que ha despertado en los medios de comunicación. “Me gustaría que se prestara más atención a las condiciones de vida de la gente. ¿No sería eso mucho más importante que hablar de mí?”.
Le brillan los ojos cuando habla de su vida en la selva colombiana, donde las FARC levantan un nuevo campamento cada tres días. Nos cuenta también que entiende mejor el mundo desde que siguió el curso de marxismo que la organización da a todos los guerrilleros. Igualmente entusiasmada se muestra al hablar sobre el contacto con la población en las áreas dominadas por los rebeldes, especialmente con los campesinos pobres.
Las FARC están en guerra con el Gobierno colombiano desde 1964. Una guerra que desde los años ochenta —cuando los enormes ingresos del tráfico de cocaína comenzaron a funcionar como catalizador— ha hecho aflorar lo peor de ambas partes. Todos los días caen decenas de víctimas inocentes, principalmente campesinos colombianos pobres, atrapados entre las luchas, los deseos y los intereses de las dos partes en litigio.
“Nos gustaría que no hubiera víctimas, nos gustaría que no hubiera guerra, nos gustaría no estar en las montañas. Pero, si dejamos la lucha, ¿qué va a hacer el pueblo?”. Después se va de la habitación para volver al complejo vigilado donde se aloja junto con otros 29 guerrilleros para participar en las conversaciones de paz iniciadas el 19 de noviembre.
La última vez que vi a Nijmeijer fue en agosto de 2001, mientras fregábamos los platos en la diminuta cocina de una residencia de estudiantes de Groninga. Era la mejor amiga de una compañera. Ya había estado una vez en Colombia y no dejaba de calentarme las orejas con las noticias sobre ese país. Once años después, llega a mi puerta un lunes a las 9.00 de la mañana en una furgoneta Mercedes blanca conducida por un chófer del Servicio de Seguridad cubano. Va en el asiento delantero, con Camila y Shirley en los asientos de detrás: “Son dos camaradas”.
Cuando, un poco más tarde, nos sentamos en un deteriorado restaurante del Malecón, Camila y Shirley abren sus ordenadores portátiles para trabajar. El holandés de Nijmeijer sigue siendo magnífico, pero para hablar de las FARC prefiere el español.
El camino que la llevó a la guerrilla colombiana fueron dos acontecimientos que vivió en 2001 durante las prácticas que realizaba en aquel país. El primero fue la visita a un barrio desfavorecido de la ciudad de Pereira. Su acompañante le dijo que tenían que salir a las nueve porque a esa hora la gente se iba a dormir. “Cuando pregunté a un vecino del barrio por qué se iban a dormir tan pronto, me dijo que los paramilitares podrían considerar como delincuente a cualquiera que anduviera a esas horas por la calle y matarle de un tiro. A eso se le llama limpieza social en Colombia”. El otro ocurrió en Bogotá. Fue a visitar Ciudad Bolívar, el gigantesco barrio de chabolas al sur de la capital. Después la llevaron al Centro Andino, el centro comercial de la élite del norte de la ciudad. El contraste fue dolorosísimo.
Nijmeijer profundizó en la Historia de Colombia, buscó en el país los contactos adecuados y se introdujo en el movimiento guerrillero. “Para mí estaba claro que la democracia en Colombia solo existía sobre el papel. Y así sigue siendo actualmente”. Su tapadera era su trabajo en una cara escuela de idiomas.
Más tarde, Nijmeijer también cometió atentados: entre otros ataques, colocó bombas en el Transmilenio, el sistema de transporte de autobuses de Bogotá, y a un rico comerciante. Según ella, no hubo muertos en sus ataques, que estaban planteados solo como protesta.
Cuando en 2003 la policía desmanteló la red de militantes, Nijmeijer optó por una huida hacia adelante: luchar en la selva, ametralladora en mano. Su alias en las FARC fue Alexandra desde el primer día, y es con el que firma sus correos electrónicos. No se plantea un posible papel en política si tiene éxito el proceso de paz. “Me adaptaré a las necesidades que haya. ¿Qué necesitan las FARC, qué necesita Colombia, que necesita el pueblo?”.
Pregunta. Algunos piensan que las FARC recurren a usted —una mujer occidental, inteligente y elocuente— para mejorar su imagen.
Respuesta. Me molesta que digan que formo parte de la campaña de comunicación de las FARC. Lo que queremos es contar nuestra visión de las cosas.
El Gobierno colombiano ha puesto muchas dificultades a mi participación en las conversaciones de paz.
P. Las FARC nacieron en 1964. ¿Cuál es su lucha actual?
R. Los tiempos cambian, pero la opresión continúa. Nos consideramos un partido político armado, cuya ideología está basada en el marxismo-leninismo. Esas son las ideas por las que luchamos. Queremos hacer reformas radicales. Lo que nos preguntamos es ¿cómo podemos participar en la política? De eso tratan nuestras conversaciones con el Gobierno.
P. Por el modo en que habla de su vida en las FARC, parece como si no hubiera guerra. También en el vídeo musical que han grabado da la impresión de que se trata de una alegre pandilla.
R. Y eso es lo que somos. Si no estás alegre, no lo podrías aguantar. Precisamente son los momentos más difíciles los que nos inspiran la mayoría de las bromas.
P. Las FARC tienen fama de imponer severos castigos en caso de infracción y la pena de muerte en caso de deserción. ¿No le ha disuadido eso nunca?
R. Cuando en una ocasión llamé a escondidas a casa se me impuso, entre otros, el castigo de cavar más de 30 metros de letrinas y escribir 20 páginas sobre mi infracción. Somos un Ejército y tiene que haber disciplina. Pero el que deserta es un traidor".
P. ¿Ha asistido a alguna ejecución?
R. No. Pero he oído hablar de ellas.
P. ¿Se ha vuelto más dura en todos estos años?
R. Nosotros, los guerrilleros, somos duros por fuera, pero suaves por dentro.
P. ¿Estaría dispuesta a pedir perdón por vuestras víctimas?
Me mira indignada.
R. Hay un dicho: El pueblo sabe quiénes son sus verdugos. El Gobierno intenta convertirnos en culpables en lugar de víctimas.
P. Como el objetivo que dicen perseguir es bueno, ¿no hay nada que reprocharles?
R. Yo no tengo que justificarme. La lucha está justificada. Estamos en guerra.
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