La reforma siquiátrica en Italia
Ugo Zamburru*
En el mundo existen 154
millones de deprimidos, 25 millones de esquizofrénicos, 91 con
problemas relacionados con el alcohol y se cometen 90 mil suicidios
anuales.
La discapacidad mental representa el segundo motivo de ausentismo
laboral (8 por ciento del total), mientras la crisis económica reduce
los recursos que el Estado invierte, pero como fuente de pobreza es un
importante factor de riesgo. Enfrentar más necesidades con menos
recursos implica un cambio en la organización de los servicios públicos:
aumentan las enfermedades ligadas a la inseguridad económica y a la
pérdida o falta de trabajo (depresión, alcoholismo, ansiedad,
suicidios).En la historia de la locura, el origen del sistema de internamiento está en Inglaterra, en 1575, cuando se construyeron casas de corrección para tutelar la sociedad de los locos. En el siglo XIX nacieron en Francia los manicomios: el loco pasó a ser un enfermo al cual hay que reducar al autocontrol y no castigar. En la segunda mitad del siglo, gracias al positivismo y a los progresos de la anatomía patológica y de la fisiología, los disturbios síquicos vinieron organizados en síndromes. La organización está centrada en la protección de la sociedad, hasta que en Italia los movimientos de los años 60 (protestas estudiantiles, feminismo, ecologismo, luchas obreras) prepararon el terreno para la ley 180 de 1978, que se inspira en los siguientes principios: cierre de manicomios, lugares de segregación y de violencia física y no de tratamiento; enfermedad mental como problema sanitario y también social, eliminando la idea de peligrosidad del enfermo mental (las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud –OMS– demuestran que los delitos graves cometidos por enfermos siquiátricos son porcentualmente mucho menos que los cometidos por los comúnmente definidos como
normales); necesidad del consentimiento del paciente a la terapia, con excepción del tratamiento sanitario obligatorio, previsto no tanto por la peligrosidad, sino por el rechazo al mismo y la falta de conciencia de la enfermedad.
Consultorios de barrios, visitas a domicilio y trabajo en equipo son el instrumento para curar en el lugar donde uno vive. Dicha ley, extraordinariamente innovadora por poner en el centro a la persona y sus necesidades, no más a la enfermedad y sus síntomas, no niega la utilidad de los sicofármacos, pero muestra cómo la persona debe ser informada e incluida en el proceso de su tratamiento: es inútil pensar que se puedan curar los síntomas sin ocuparse del contexto y de la relación con el territorio.
Franco Basaglia, siquiatra creador de la ley, declaraba que
cerrar los manicomios no es el fin, sino el medio con el cual evaluar la capacidad de un territorio de hospedar dentro de sí al distinto. El concepto de volver a dar una oportunidad a quien perdería todos los derechos hace que la OMS afirme que el modelo italiano es la referencia para la siquiatría. Para hacer sobrevivir aquella gran revolución cultural ocurre actualizar las respuestas adaptándolas al contexto socioeconomico: se presenta el problema del alto costo (7 por ciento del presupuesto); de la deriva biologista promovida por los intereses de las multinacionales de los fármacos (siempre más caros); de los cambios de patologías (inmigración, pobreza, desocupación juvenil). Se necesita reorganizar los servicios en función de estos cambios, promover la cultura de la siquiatría de comunidad y el concepto de recuperabilidad y calidad de la vida y, en fin, promover la participación de pacientes, familiares y asociaciones en las evaluaciones y en las decisiones operativas.
*Siquiatra en el servicio público de salud mental de Turín, Italia
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