lunes, 12 de noviembre de 2012

La traición a la democracia

La traición a la democracia / Víctor Flores Olea

Víctor Flores Olea
Publicado: 12/11/2012 11:06

Tal vez no haya negación mayor de la democracia en el mundo, en realidad en todas partes, que en las últimas elecciones en Estados Unidos, que nos estimulan a volver sobre el tema, aunque en la reelección de Barack Obama tal vez el asunto no fue tan escandaloso como en otras ocasiones (cuando un Ministro de la Suprema Corte de la Nación, decidió olímpicamente sobre el destino del proceso electoral del año 2000, causando un verdadero asombro mundial). Pero en general me refiero al hecho escandaloso de que en ese país, y en muchos otros, el resultado de las elecciones cada vez queda más en manos de un puñado de multimillonarios, dueños de o con gran influencia en los medios de comunicación.

Decía que recientemente en Estados Unidos, en el año 2000, y en las elecciones intermedias de 2010, se produjeron los escándalos mayores: el primero, cuando Georg Bush fue declarado triunfador sobre Al Gore por el voto de un solo miembro de la Suprema Corte de Justicia, designado por el padre del nuevo presidente Bush, rompiendo con todos los precedentes de control y equilibrio (sobre todo en Florida, que fue la causa de que la cuestión electoral presidencial llegara a la Suprema Corte estadounidense) y que mostró casi de inmediato que en el fondo del asunto sólo había negocios, negocios y dinero, confirmados por el comportamiento posterior de Bush hijo presidente y del vicepresidente Cheney, quienes desencadenaron dos sangrientas guerras en dos territorios rebosantes de petróleo: Irak y Afganistán, y que por ese y otros motivos (por ejemplo la reconstrucción de las ciudades arrasadas) resultaron en fabulosas ganancias para la camarilla influyente y gobernante.

Pero otro escándalo del que se habla menos pero que se inscribe también en la manipulación de la democracia para obtener fabulosas ganancias, y peor aun, en el uso de la “democracia” para elevar a los puestos claves del gobierno a gente al servicio del gran capital y sus intereses. En las elecciones intermedias de 2010, las más costosas en la historia de Estados Unidos, Barack Obama acusó a los republicanos de desnaturalizar el escrutinio y por tanto la democracia al canalizar para sus candidatos centenares de millones de dólares de las corporaciones multimillonarias y de los millonarios conservadores. Cómo se sabe, en Estados Unidos no hay limitaciones para las aportaciones electorales. ¿El resultado? Según un buen número de analistas “el control de la vida política por una casta financiera y mediática mucho más poderosa que cualquier partido o candidato”. Los mismos analistas afirman que no es simplemente un capítulo más del romance entre el poder y el dinero, sino una redefinición de la política misma por la combinación de dos factores: “el estallido de las donaciones electorales por parte de las corporaciones y por la renuncia de la prensa y de los medios a examinar a fondo las realidades de la política y su trasfondo”. (Robert W. McChesney y John Nichols, The Nation, New York, agosto 2011).

Se trata, en realidad, de que un pequeño círculo de consejeros moviliza enormes sumas de dinero para orientar el voto en favor de sus clientes. Este “complejo electoral dinero-medios de comunicación”, nos dice los mismos autores, “constituye actualmente una fuerza prácticamente imbatible, y más cuando nos encontramos con medios de comunicación que han capitulado de la crítica ante esas fantásticas sumas de dinero sin control ni regulación”.

El propio Barack Obama reconoció en aquella ocasión “que se trataba de una gran victoria de las multinacionales del petróleo, los banqueros de Wall Street, las compañías de seguros y una serie de grupos de interés privado que todos los días movilizan sus influencias en Washington para ahogar la palabra y el voto del pueblo estadounidense”.

Añadiendo, los analistas y también un puñado de políticos, que la capacidad económica y publicitaria de quienes pagan a la prensa y a la TV en Estados Unidos, “no sólo busca orientar el resultado de las elecciones sino modelar el rostro mismo de la política”, en realidad controlando el sentido de las decisiones importantes que se toman en la esfera gubernamental, lo que los convierte “en los dueños efectivos de nuestra democracia” (McCheasney y Nichols).

En México, como todos saben, se ha reducido la posibilidad de que haya inversiones incontroladas para las elecciones (al revés, al menos teóricamente, que en Estados Unidos).

En México, cada uno de los principales partidos políticos recibe aproximadamente 24 millones de dólares de financiamiento público para una campaña de tres meses. También pueden recibir el equivalente a un 10% adicional de sus simpatizantes, pero ninguno de ellos, en lo individual,
puede aportar más de 71,000 dólares. En contraste, en Estados Unidos habría un estimado de <http://onpoint.wbur.org/2012/06/26/big-money-in-the-2012-campaign> 6 mil millones de dólares recaudados de manera privada y, como ya dijimos. con la <http://online.wsj.com/article/SB10001424052702304870304577488472813472062.html>  decisión de la Suprema Corte de Justicia las empresas pueden ahora destinar a las elecciones cantidades ilimitadas de dinero. Algunos han definido esta corrupción con una escala a la que ni los cárteles de drogas pueden acceder.

Por lo demás, en México el IFE paga por los anuncios de los medios y se asegura que los candidatos tengan el mismo acceso publicitario. Esto ocurre teóricamente, aunque soportado por una ley que no siempre se observa.
Varios observadores internacionales sostienen que, en la ley escrita, el sistema electoral mexicano es aceptable, salvo que en la práctica se buscan (y encuentran) multitud de triquiñuelas para evadir las obligaciones jurídico electorales. La prueba es que ha existido en México una zona más que gris en materia de aportaciones financieras y de contabilidad de los
votos.

Pero lo que resulta verdaderamente aterrador en las democracias de todas partes, incluido naturalmente México, es que, cualquiera que sea el camino electoral, los sistemas políticos terminan siendo dirigidos por los intereses del dinero, lo cual hace que la democracia no esté en manos del pueblo sino, como decíamos, en manos de un puñado de multimillonarios con capacidad de tomar, e imponer, las decisiones que realmente importan a sus intereses.

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